martes, 17 de julio de 2007

Diario de a bordo (I)


Día 30 de junio: Hemos partido desde el lugar donde tenemos siempre echado el amarre, pasadas las 12 de la mañana. Mi tripulación parece animada. Se han servido unas cuantas viandas en este primer día de travesía que nos han parecido poco, pero no conviene agotar los víveres tan pronto.

Piratas entre los marineros que he conseguido reunir hay pocos, quizá prometan sólo los más pequeños, que al paso que van llegarán seguramente a ser corsarios. Yo me encargaré de entrenar al resto en ésto de la piratería, que no es moco de pavo. ¡Qué diablos!.

Día 1 de julio: Recalamos en una playa donde ya somos conocidos. Me han preguntado, como capitana de barco que soy, dónde está un miembro de mi tripulación que otras veces venía conmigo. Les he dicho que fue obligado a saltar por la borda por su comportamiento indeseable. Hay que dar ejemplo entre los muchachos para que cunda la disciplina. Saben que al más mínimo intento de amotinamiento, al responsable lo haré colgar del palo mayor.
Día 2 de julio: Hoy he vuelto a ver a una amiga a la que hacía mucho tiempo no echaba el ojo. Su barco ha coincido en su ruta con el mío. Venía acompañada de su marido, al que sólo conocía por fotos. Un hombre encantador, no me extraña que ella sea tan feliz.
Hemos conversado sobre los últimos acontecimientos que nos han acaecido y sus consejos me han sido muy valiosos. Son una pareja de piratas de las que ya quedan pocas.
Día 4 de julio: Avistamos una playa no muy lejos de donde estamos. Había muchos turistas y, como es un día de viento muy fuerte, se podían ver las sombrillas volar con los palos de punta dispuestos a clavarse en todo lo que se pusiera en su camino. Se levantaba la arena y se clavaba en la piel en montones de minúsculas partículas. Las palmeras se agitaban azotadas por el pequeño huracán como los cabellos de las mujeres.
Yo sí que tengo que luchar contra los elementos, pero es mi oficio, y desde luego no lo cambiaría por nada del mundo.
Día 5 de julio: Se me olvidó ver el pronóstico del tiempo en los partes de noticias de la televisión. Es lo que tiene ser una pirata moderna, que ya no sabemos interpretar como antiguamente los indicios de los cambios que se avecinan por las señales del cielo.
Una lluvia pertinaz está cayendo sobre nosotros. El mar se ha ensombrecido y se ilumina sólo por un momento cuando caen los rayos cerca.
Por lo menos se está limpiando la cubierta, porque estos piratas rufianes que forman mi tripulación no la tienen lo suficientemente limpia. ¡Malditos perros sarnosos ....!.
He mandado atar los aparejos y arriar velas hasta que pase la tormenta.
Día 6 de julio: Viene un viento frío desde babor que hace pensar que estamos en otoño antes que en verano. Esta noche he querido dar una cena especial a los muchachos y he encargado a "Pizza Hut" unas lasañas de carne y unas trufas. El marinero que han enviado con el encargo se perdió por el camino y llegó más tarde de lo previsto. Hemos estado a punto de torturarle por ello, pero al final le dejamos ir, sin propina por supuesto, y le dimos una brújula para que en otra ocasión se oriente mejor.
Día 7 de julio: Unas olas enormes y maravillosas están rizando el mar. El marinero de más edad, que es además nuestro cocinero, ha querido probarlas tirándose por estribor, pero han llegado tres seguidas que le han dejado sin aliento. Le hemos echado un cabo para que volviese a subir a bordo.
Mi tripulación parece mareada con tanto vaivén. ¡Vaya piratas de pacotilla!. Están echando los restos por la batayola. Es preferible que se harten de ron y duerman un poco la mona en el castillo de proa hasta que termine el oleaje.
Día 8 de julio: La pequeña aprendiz de pirata se ha clavado una espinita en un dedo de la mano. Menos mal que uno de los muchachos ha conseguido sacársela, porque si lo tengo que hacer yo seguro que le termino cortando el dedo. Estos barcos tan viejos están llenos de peligros. A mí me gusta oir el crujido de su madera mientras navegamos y ver cómo resiste el embite de las olas.
Día 9 de julio: Los piratas más pequeños han querido que recalemos en una plataforma que había en medio del mar en uno de los sitios por los que hemos pasado. Suelen venir aquí los turistas para lanzarse por sus trampolines y toboganes, y tomar el sol. Los socorristas se han quedado con el silbato en la boca, asustados al vernos llegar: no es corriente que se acerque un galeón pirata por allí.
Día 10 de julio: Los pequeños piratas han hecho volar sus cometas. Se empeñaron en que yo también las hiciera volar, pues nunca antes había tenido esa oportunidad. Tiraba de mí con fuerza la cuerda de la que estaban sujetas. Lucían preciosas allá en lo alto, recortadas contra el cielo. Si yo fuera más ligera, me habrían hecho volar con ellas.

Día 11 de julio: Como no falta de nada en mi galeón, también hemos tenido sesión de cine nocturna. Quisieron ver "Piratas del Caribe III". Casi me muero de la risa que me dió. Cómo se atreven a intentar emularnos, no tienen ni idea. Muchos efectos especiales, muchas leyendas y tópicos sobre nosotros, pero de la vida de un auténtico pirata no saben nada. Que me pregunten a mí, que yo ya les pondría al corriente.

Día 12 de julio: La tripulación se quería dar un baño en agua dulce y hemos echado el ancla en uno de los puertos por los que pasamos. Se han dado el gusto en las piscinas de un gran hotel que encontramos, que dicen que es el más alto de Europa. La verdad es que tienen de todo: fuentes, chorros de todas clases, zonas de jacuzzi.... Pero su azul y su olor no son como los del mar. Me faltaban las conchas, las estrellas, los peces, las sirenas....

Día 13 de julio: Al pasar cerca de la costa, avisté un magnífico rompeolas. Como el mar también está hoy movido, se veía un espectáculo maravilloso de espuma marina estallando contra los acantilados, mientras las gaviotas sobrevolaban en círculos la zona con su característico graznido. ¡Cuántos galeones han acabado sus días en rocas como esas, sobre todo al ser embarcaciones de gran calado!. Pero nosotros navegamos con buen rumbo.

Día 14 de julio: Hoy es el cumpleaños de la pirata de más edad. Le preparamos una tarta, pero no pareció hacerle mucha gracia lo de soplar las velas que le recordaban los años que ya tiene. Por supuesto que hubo también una cena especial.

Día 15 de julio: Se cumple un año del día en que la pareja pirata de nuestra tripulación contrajo matrimonio. Lo de celebrar ya su primer aniversario de bodas parece que les ha animado a ponerse manos a la obra en ésto de tener descendencia. No sería de extrañar que dentro de no mucho tengamos por aquí unos cuantos piratillas dando guerra.

Día 17 de julio: Nos visitó mi tío Fonchi, que vive no lejos de estos lares por los que pasamos, y tiene la costumbre de acercarse con su navío para vernos. Como siempre, nos hizo reir mucho con sus ocurrencias y sus chistes picantes. Aunque el tiempo hace estragos en todo el mundo, él conserva su aire de calavera y su verbo mordaz. Cuidado el que se ponga a tiro de sus cañones. Es pirata experimentado y no se anda con chiquitas.





miércoles, 11 de julio de 2007

El mar, la mar

Dicen que el ser humano proviene del agua, y yo doy fe de que es así. Pocos elementos hay en la Naturaleza que sean fuente de vida y de goce estético como el mar.
Desde uno de los ventanales del apartamento en el que cada verano paso mis vacaciones, no me canso de contemplar cada día las distintas evoluciones de un medio que, aunque viejo como el mundo, no deja de sorprenderme y entusiasmarme.
El mar es el espejo en el que se refleja el momento que vivimos: si el cielo está despejado, su azul se multiplica en colores aún más intensos sobre el agua, dando tonalidades oscuras en las zonas profundas, y turquesas en las menos hondas. Si hay viento, miles de rizos de espuma blanca se forman por todas partes.
Los días nublados, el mar adopta tonos grises, y los barcos se recortan contra la línea del horizonte en colores plomizos.
Los rosados y malvas de los atardeceres en que ha habido viento tienen también su reflejo en el mar, y el verde claro casi transparente de las zonas que hay cerca de la orilla en que el agua casi no se mueve, son el color de ojos que tenían mis hijos cuando eran más pequeños.
Yo me he bañado en el mar en todos los estados en que se ha encontrado: cuando el agua parece un plato de sopa y parece que no hay casi marea, entonces es como sumergirse en un estanque cristalino y relajante, y casi no hace falta bucear para observar el fondo ni para ser consciente de los muchos metros de altura sobre el suelo en que nos eleva y sujeta el agua.
Cuando está lloviendo y caen rayos allá a lo lejos, el mar está caliente y parece protegernos del frío que aguarda si salimos de él.
Tan sólo una vez me bañé con niebla, una niebla tan espesa que no permitía ver más de dos palmos por delante de mí según me iba metiendo en el agua.
Una de las cosas más bonitas que existen son las noches en que la luna llena se refleja en el mar oscuro y su blanca estela parece indicarnos el camino hacia algún lugar desconocido y misterioso. Lo único que no he hecho nunca es bañarme en el mar de noche: me imponen mucho respeto las aguas negras en las que no se puede ver por dónde caminas.
Y al amanecer, cuando se juntan la noche y el día y se ve la mitad del cielo ensombrecida con una luna que ya se va, y la otra mitad que comienza a clarear con un incipiente sol que ya asoma. Se ve entonces el mar partido en dos colores diferentes.
Pero lo que más me gusta son los días en que hay oleaje, esos días en que está izada la bandera roja en la playa y está prohibido bañarse. Yo, que soy miedosa para todo lo que suponga riesgo personal (nunca me verán en una montaña rusa, nisiquiera en una noria), en el caso del mar ese temor simplemente no existe.
Quizá sea porque estoy acostumbrada desde niña, pero para mí no hay nada más excitante que ver cómo una ola de tres metros de altura se te viene encima, anunciándose con estruendo y majestuosidad desde cierta distancia. Colocarse antes de que rompa, para que te eleve y te haga descender a velocidad de vértigo (ese cosquilleo en el estómago). Qué impresionante se ve todo alrededor cuando te sube a lo más alto de su cresta, aunque sea sólo por un momento.
Sólo hay que tener cuidado con la resaca, porque se termina por no hacer pie fácilmente, y entonces basta con nadar en diagonal hasta volver a pisar el fondo.
Es divertido ver a la gente que se queda en la orilla, algunos cogiéndose unos a otros de las manos como si esperaran una catástrofe inminente, vapuleados por el batir constante de las olas, y observar cómo emergen de entre la espuma brazos, piernas, alguna cabeza ... El aire se llena de una bruma que se extiende por toda la playa, y en el vaivén de cientos de corrientes encontradas parece que nos sumergiéramos en un jacuzzi gigante de espuma.
Cuando era más jovencilla me gustaba ponerme un poquito antes de que rompiera la ola, boca abajo sobre una balsa inchable y, como hacen los surfistas, daba unas cuantas brazas cuando veía que llegaba. El momento más temeroso era cuando rompía porque el descenso era tan brusco que no sé cómo no se me partió la espalda en dos en más de una ocasión, pero pasada esa fase, sólo tenía que dejarme llevar a gran velocidad hasta la orilla. Alguna vez no conseguía dominar la ola y me centrifugaba bajo el agua hasta que se cansaba de mí y me dejaba salir a coger un poco de aire.
Las olas más peligrosas son las que rompen de lejos, porque son tan grandes que no consiguen llegar enteras. Se van enrollando en ondas gigantescas de espuma y van barrenando el fondo según se acercan. Si te hundes lo suficiente, puede que sólo te alcance el estruendo de su fuerza en la superficie, cuando pasa por encima de tí. Si aún así no es suficiente, entonces es mejor hacerse un ovillo porque te arrastrará consigo en medio de un torbellino de agua y espuma que te hará dar mil vueltas sobre tí mismo. Lo importante es no chocar con ningún otro bañista.
Siempre me ha fascinado el espectáculo de los surfistas cogiendo las olas con su tabla y viajando a gran velocidad sobre su cresta, el cuerpo ágil y elástico adaptándose a los movimientos cambiantes del agua, metiéndose por en medio de los rollos de espuma, tocando con la mano la inmensa pared que parece sujetarlos y perseguirlos a un tiempo, hasta llegar a la orilla sorteando todos los obstáculos.
Y la paz que se siente cuando estás bajo el agua, con ese silencio que no se encuentra en ninguna otra parte, es como estar en otro mundo.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero que sepas que una de las cosas que más me fascinan en este mundo es contemplar un mar embravecido. Puedo pasarme horas mirando la llegada sucesiva e interminable de las olas, las montañas de agua subiendo y bajando amenazantes, como si retaran, hasta que explotan en una montaña aún mayor y fragorosa de espuma contra las rocas. Es una gozada visual que me produce una íntima perturbación en el alma.
El mar, la mar .....
 
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