jueves, 25 de octubre de 2007

Fantasmas

Tengo últimamente un montón de fantasmas que llenan mi habitación casi todas las madrugadas y me despiertan. No sé de dónde vienen, pero ahí están, con sus sábanas blancas y sus cadenas, intentando asustarme. Suelen susurrarme cosas al oido, para terminar de desvelarme, cosas sobre el pasado, y ninguna buena.
Muchas veces les digo que se vayan, "sois unos fantasmas", les expeto, igual que pienso de algunos hombres, "sólo tenéis agujeros en lugar de ojos y boca", pero ellos no se lo toman a mal. Se dedican a flotar de aquí para allá, se meten bajo mi cama, en mi mesilla de noche, en el armario.... Se pasan el tiempo cotilleando en mis cosas. A veces algunos se sientan sobre la lámpara que cuelga del techo y se ponen a jugar a las cartas, para matar el rato. Yo les digo que hagan el favor de no sentirse como en su casa, que no se pongan tan cómodos, que aquella es la república independiente de mi habitación.
Ellos no me hacen caso, y alguno se ha querido meter en mi cama, ahora que me sobra sitio, para poblar mis sueños, pero yo le he dicho que no, que mis sueños son sólo míos, o eso creo, y que se vayan a atormentar a otra parte.
A veces se van también a la habitación de mi hija, y la molestan un poco. A la del niño no suelen ir mucho, porque hace tiempo se colocó sobre su cama un atrapasueños que hizo él mismo y es como un talismán.
Sí que ha habido épocas en que han cogido las maletas y se han ido de vacaciones, no sé a dónde. Pero debe ser que no pueden vivir sin mí, y un buen día vuelven a estar allí, como si tal cosa.
"No penséis que os vais a quedar para siempre", les digo. "Llamaré a los cazafantasmas de la película aquella para que acaben con vosotros". A ellos les da igual, sólo consienten en irse cuando clarea el día, porque no les gusta la luz, sólo se sienten a sus anchas en la oscuridad. Y es precisamente en ese momento cuando ya, vencida por el cansancio, cierro los ojos para dormir, y suena el despertador. "Malditos", mascullo, "tengo que conseguir ponerlos a raya, porque si no van a acabar conmigo".
Cuando ellos vienen, les gusta susurrarme al oido cosas del pasado, y ninguna buena.

lunes, 22 de octubre de 2007

La vida después

Cuando uno se separa de la persona con la que ha convivido durante más de una década, al principio se produce una gran liberación, como si se rompieran las cadenas que te ataban a alguien al que te sentías encadenada en lugar de unida. Es el momento de encontrarte contigo misma, con el verdadero centro de tu ser que andaba disperso en la dedicación a la pareja y los hijos. Vuelves a disfrutar de pequeñas cosas cotidianas de las que hacía tiempo no gozabas, y te vuelves a replantear la vida casi como si empezaras de cero: hay como un examen de conciencia, una moviola en la que aparecen hechos del pasado en los que no habías pensado en mucho tiempo, y muchas veces se le da a todo una interpretación nueva.
Pero, después de mucho renegar de la ex-pareja, de los años vividos en común, afloran sin embargo a la memoria pequeños detalles que se echan en falta, sensaciones muy agradables que ya no has vuelto a tener desde mucho antes de la separación: cuando él puso la mano en mi vientre cuando estaba embarazada de nuestro primer hijo y se sobresaltó lleno de emoción al notar por vez primera cómo el bebé se movía. O las pocas veces que me dió un beso de buenas noches o me acariciaba antes de dormir, en lugar de darme directamente la espalda como hacía casi siempre. Aquellos momentos en que conversamos sobre cualquier cosa, con calma, mirándonos a la cara sin asomo de reproche. O cuando me cogía una mano y me la besaba, sin decir nada.
Él me imagino que echará en falta los mil detalles no correspondidos de que le hice objeto: el café siempre dispuesto después de comer o de cenar, los masajes en la espalda y la cabeza, lo dulce que fuí con él en la cama, entre otras muchas cosas. Hay que estar muy tarado o muy loco para pasar por alto todo eso y arriesgarlo como lo hizo.
¿En qué momento fueron desapareciendo todas esas cosas?. ¿Por qué no nos dimos cuenta a tiempo y lo pudimos evitar?. Cuando ciertas palabras se pronuncian en una pareja, cuando ciertos gestos tienen lugar, se va abriendo un abismo que no hace sino aumentar cada día, y se llega a hacer tan grande que cabe en él todo lo malo de este mundo: la ira, la desconfianza, la soledad, el rencor... ¿A dónde se fueron el respeto, la confianza, el amor?.
Cómo me gusta cuando veo una pareja de ancianos por la calle cogidos de la mano, pendientes el uno del otro. Son personas que provienen de otro tiempo, de una época en la que había unos valores y un respeto que casi no existen hoy en día. La mayoría de las parejas actuales no llegarán a mayores juntos.
Cuánto hubiera dado por haber podido envejecer junto a mi marido, que él me siguiera dando su beso de buenas noches, pero no sólo de vez en cuando sino siempre, cuánto porque hubiera seguido conversando conmigo sin que planeara ninguna sombra entre nosotros, por haber disfrutado juntos de nuestros hijos. ¿Qué le costaba?. ¿Cómo cambió tanto?.
Sin embargo quisiera darle a él la importancia que tuvo en mi vida, que sigue teniendo a pesar de todo. Hay un punto de crueldad innecesaria en toda separación, una devastación del alma, como un agujero negro de sentimientos por donde parece que se te va lo más importante de este mundo. Y después de la tempestad, no todo lo que ha sido destruido puede recomponerse, hay cosas que ya no se recuperan jamás.
Cuando mi abuela Pilar me decía de niña que yo valía para la vida, aunque después he pensado que se equivocaba, ahora creo que ella se refería no a mi capacidad para no meterme en problemas, sino en saber recuperarme de éstos cuando surgieran. Sabía que no me gustaba pedir ayuda cuando las cosas se ponían difíciles, que quería verme capaz de solucionar las cosas por mí misma, tardase el tiempo que tardase. Lo bien que me habría venido ahora su energía interior si estuviera aún conmigo, sobre todo en las ocasiones en que siento que me fallan las fuerzas.
Ahora sólo quiero rehacer mi vida, no quiero volver la vista atrás para añorar las pocas cosas buenas que tenía. Prefiero pensar que mis fracasos no son producto de una mala gestión de la vida, sino contratiempos que surgen y que hay que solventar, aunque no deja a veces de parecerme todo como una casa que está en ruinas, apuntalada por todos sitios para que no se caiga, y a la que aún le falta mucho para estar rehabilitada, para parecer como nueva otra vez.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que anhelo encontrar el equilibrio justo, controlarlo todo hasta donde me sea posible. No quiero tener las manos vacías, las llenaré de amor para el que lo quiera, para mis hijos, para mi familia....., para todos.
La vida después.

viernes, 19 de octubre de 2007

Profesores


Cuántos y cuán variados han sido los profesores que han pasado por mi vida de estudiante, y qué imborrables recuerdos me han dejado algunos de ellos.
En el colegio, aún recuerdo a la srta. Nieves intentando poner orden como si fuera un juez, a base de golpes de mazo en su mesa, que un día hasta se le salió la parte de arriba y fue a parar lejos, sin darle a nadie milagrosamente. Ella era de mediana edad, e iba vestida con blusas y pantalones negros porque guardaba eterno luto por el marido muerto tempranamente. Lucía grandes pendientes de bola blanca y un moño que recogía su pelo como una ensaimada en lo más alto de su cabeza. Ella nos enseñó a rezar y aunque su falta de carácter hacía que nadie la obedeciera, todos la queríamos y valorábamos su educación y su espiritualidad.
D. Enrique era el profesor de más edad que teníamos, y también un pedazo de pan. Daba clases en los cursos más avanzados. Como tampoco nadie le respetaba, solía perder los estribos en mitad de una clase, y no se le ocurría otra cosa que lanzar sus gafas por la ventana (afortunadamente eran aulas a pie de calle y justo debajo teníamos un pequeño jardín), o darse de cabezazos contra la pared. Como hablaba mucho, mascaba siempre chicle para no quedarse sin saliva, y solía aflorarle por eso un poco de espumilla en las comisuras. Un día le gastaron los compañeros una broma, poniéndole una mancha de tinta azul de mentira sobre el cuaderno de las calificaciones que tenía sobre su mesa. Menuda cara puso el pobre, creí que le iba a dar un infarto.
La srta. Carmen Álvarez era una treinteañera muy peculiar. Le gustaba peinar su pelo teñido de un color berenjena oscuro mientras daba clase, y solía limpiar sus oidos con la punta de las capuchas de los bolígrafos. Su forma de explicar cuativaba a la concurrencia, pero había que cuidarse mucho de sus arrebatos de mal humor, porque podía abofetearte repetidamente a una velocidad de vértigo sin pestañear. Tenía la costumbre de lanzarnos los cuadernos que corregía desde su mesa al sitio donde estuviéramos sentados, da igual la distancia que hubiera, por lo que los pobres quedaban hechos un trapo al final de curso.
Al profesor Flores, casi cuarentón, le gustaba decir que él en realidad no tendría que trabajar en aquel colegio si no que su sitio estaba en la NASA, pero su talento estaba aún por desccubrir. Se paseaba de aquí para allá mientras explicaba la lección, con las manos a la espalda y encogiendo los hombros alternativamente para hacer hincapié en determinadas cosas que decía. Cuando te clavaba su fría mirada azul por encima de su enorme bigote negro, te echabas a temblar. Le gustaba lanzar preguntas raras cuyas respuestas dejaba caer en las explicaciones con la intención de utilizarlas para castigos generales. Yo anotaba todo lo que decía, por extraño que fuera, y una vez cuando iba haciendo la pregunta siguiendo la lista, al llegar a mí que estaba casi al final, contesté correctamente y se quedó pasmado porque no se lo esperaba. Decició entonces quitar todos los ceros que había ido poniendo.
Pero la profesora que más caló en nosotros fue la srta. Mª José, a la que tuvimos en el último curso. Joven, decidida, con una larguísima melena lisa y castaña, vestida siempre de sport con un pequeño bolso a modo de bandolera, era una persona que conectaba enseguida con todo el mundo, muy humana y auténtica. A veces se quedaba como ausente, con la mirada perdida en el vacío. Añoraba mucho a su madre, fallecida cuando ella era aún una niña. Cuando pasamos al instituto, vino un día acompañada de su novio a hacernos una visita a la salida de clase, para interesarse por nosotros. Era una persona muy cariñosa y muy profunda.
Los profesores que tuve en el instituto no dejaron tantos recuerdos en mí: el de Ciencias Naturales, un señor muy mayor y jovial que vestía bata blanca y llevaba siempre los bolsillos llenos de pequeñas cosas, huesecillos, minerales ..... La profesora de inglés, también muy mayor, con la que aprendí más que en el resto de mi vida, siempre tan parsimoniosa (solían llamarla la "bicuaiet", porque siempre nos decía "be quiet", que estuviéramos tranquilos). Las profesoras de Griego y Latín, magníficas en sus cometidos, la de Historia Universal, que daba auténticas conferencias cada vez que impartía clases, un pozo de sabiduría del Mundo Antigüo y del Arte. Pero fue el profesor de Filosofía, Manuel Suances, el que yo más recuerdo: exaltado cada vez que hablaba en clase, daba puñetazos y patadas en la mesa para imprimir mayor énfasis a sus afirmaciones, y erguía enhiestos los dos dedos de su mano derecha que tenía amputados, para señalar con más fuerza lo que decía. Por su forma de desarrollar los temas, hacía que una asignatura que podía parecer tediosa por lo impreciso de sus contenidos, se concretara en ideas brillantes, absolutas y llenas de sabiduría. Yo tenía el libro llenos de frases suyas, algunas citas textuales, otras de su propia cosecha, pequeñas joyas del pensamiento clásico.
En la facultad reinó la más absoluta mediocridad, aunque recuerdo al profesor Constantino, de Ciencias Políticas, que aparecía alguna vez en televisión. Era muy disperso y terriblemente irónico. Yo me reía mucho con él.
La de Redacción Periodística era una señora menuda que coleccionaba maridos y siempre tenía problemas con el micrófono.
La de Literatura Contemporánea era una chica rumana joven, sensible y muy culta, que parecía estar siempre muy triste. Luego supe que, pocos años después, había muerto de cáncer. Solía quejarse de la falta de libertad que había en su país, en contraste con la que aquí disfrutábamos.
Ahora, con mis hijos, vuelvo a sentir lo que es la vida de estudiante y lo que supone un buen profesor en el desarrollo personal e intelectual de un niño. En el caso de mi hija, tuvo la fortuna de estar con Vicente, un hombre que lleva la docencia en todos los poros de la piel: paciente, bondadoso, enérgico cuando es necesario, disfruta al máximo con cada día que pasa en el colegio rodeado de sus alumnos, sabiendo dar a cada uno lo que necesita. Él no concibe otra forma de vivir. Inteligencia, humanidad, optimismo, todo eso se aúna en él. Mª Ángeles, su compañera en la clase de al lado, tiene mucho en común con él.
Y es que la enseñanza es una vocación que exige una dedicación y una entrega muy parecida a la vocación religiosa.

El tema de la docencia ha sido una fuente inagotable para el cine. Hay películas que me causaron una honda impresión en su momento, como "Rebelión en las aulas", donde un joven profesor negro se enfrentaba al racismo y lograba reconducir y dar sentido a las vidas de un puñado de alumnos con desarraigo social, o "El club de los poetas muertos", donde los chicos terminaban subidos sobre sus pupitres a modo de protesta, la primera reivindicación para ellos, la primera causa que apoyar, secundados por su profesor. Pero la que más me gustó de todas fue "Conrack", donde un profesor blanco, destinado en un colegio de una zona rural de Louisiana, de población negra, tiene que enfrentarse a todos por su forma de enseñar. Aún recuerdo cómo hacía sonar con una mano una campana cada vez que hacía una pregunta a uno de los alumnos, para estimularle, pues eran niños que no tenían motivación, iban como obligados, y cómo celebraba todos los aciertos de ellos y conseguía entusiasmarlos con las clases.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que un buen profesor es una rara joya que a veces se puede encontrar en los sitios más insospechados, un elemento importantísimo para la educación de una persona, por la influencia que ejerce en unas mentes que aún están a medio formar. A ellos les confiamos nuestros hijos, que son nuestro bien más preciado, esperando que sepan atender a sus necesidades espirituales, que son tan imporntates o más que las físicas.
Ellos dejan un recuerdo imborrable en nuestras memorias.

martes, 16 de octubre de 2007

12 de octubre


No dejo un año tras otro de asombrarme por la extraña mezcolanza de festividades que tiene lugar el 12 de octubre: el día de la Virgen del Pilar por un lado, y el día de la Hispanidad por otro. Lo de que sea fiesta en Zaragoza porque es su patrona, lo puedo entender, pero lo de la "hispanidad" por el hecho de ser la fecha en que Colón descubrió América, no lo entiendo.

En Internet, mirando en Wikipedia, esa enciclopedia virtual que es como un pozo sin fondo de la sabiduría, dice que "la fecha marca el nacimiento de una nueva identidad producto del encuentro y fusión de los pueblos originarios del continente americano y los colonizadores españoles". ¿Nueva identidad?. Espero que no sea así, que cada continente conserve la suya.

Podría ser el día de la "americanidad", cuando los americanos nos descubrieron a nosotros, no sin asombro ni horror me imagino, invadiendo sus costas. Porque su cultura también nos ha influido y nos hemos traido muchas cosas buenas de ellos a nuestras tierras.

Lo que tampoco comprendo es que para celebrar nuesta "hispanidad" haya que montar un desfile militar. ¿Somos más españoles porque hagamos ostentación de nuestro "poderío" armamentístico?. ¿Acaso advertimos de este modo a las posibles potencias extranjeras que se supone que nos acechan que somos muy fuertes y que no se atrevan a meterse con nosotros?.

A mí me pone mala el despliegue de uniformes y armas que se hace ese día, un vestigio del pasado (cabra legionaria incluida, que además es una costumbre ridícula, ganas de cansar al pobre bicho), una muestra en miniatura de lo que se puede ver en una guerra. Y una guerra es algo que no se debe exhibir en un desfile, nisiquiera en grado de tentativa, ni mucho menos como espectáculo. La cantidad de dinero que se gastará en una cosa tan hueca y tan sin sentido, dinero que podría emplearse para fines más productivos. Y encima el problema de seguridad que supone, que parece un reclamo para los terroristas, y el colapso del tráfico en Madrid.

No me vale de excusa con que en otros países hagan lo mismo. El día de la fiesta nacional hay que celebrarlo, ya puestos a celebrar, como cualquier otro festejo: con fuegos artificiales, música, baile, degustaciones de todo tipo (ahí me apunto yo), y sin tantas solemnidades ni interminables desfiles, que para desfiles ya tenemos los de la pasarela Cibeles. Seguro que los primeros que se aburren con todo ésto son los miembros de la familia real, de pie derecho durante dos horas y media, da igual que haga frío o calor, que el sueldo se lo pueden ganar de mil maneras más útiles, aunque quede vulgar referirse al sueldo tratándose de la Corona.

En mi familia se ha celebrado siempre mucho el Pilar porque somos muchas las que nos llamamos así, pero desde que mi abuela no está no ha vuelto a ser lo mismo. En mi caso era un motivo de reunión de los seres queridos, y lo guardo en mi memoria y en mi corazón como un tesoro valiosísimo, algo que ya nunca va a volver.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, pido que guardemos los tanques, los aviones, los CETME, y todo lo que sirva para matar. Que estamos en tiempo de paz, y si algún enemigo nos acecha no viene precisamente del extranjero, y además no se le puede combatir con esas armas. El enemigo está en casa. Pero esa es otra historia. Yo me quedo con la festividad del Pilar, de la que llevo su nombre.

Anda que si Colón levantara la cabeza..... O mejor no, que se quede donde está, tanta colonización....

jueves, 11 de octubre de 2007

House


El otro día estuve viendo un rato en la televisión otro capítulo de la serie "House". Me había propuesto hace tiempo no volver a verlo, pero como siempre la curiosidad por saber qué cosas le pasarían en esta ocasión y qué tendría que decir pudo más. Y de nuevo me asaltó el mismo sentimiento de desagrado y rechazo.

¿Cómo es posible que este personaje, un médico mal encarado y con malos modos, haya tenido tanta repercusión, no sólo en EE.UU. sino en el resto del mundo?.

El éxito entre el público de su mordacidad implacable y su verborrea incontenible, verdadera apisonadora parlante, es un homenaje al mal gusto.

Procaz, obsceno, cruel, despiadado, amargado...., todo lo malo que se pueda decir de él es poco.

Dueño de la vida y de la muerte, se pasea por el hospital donde se desarrolla la serie balanceándose zozobrante apoyado en su bastón, lanzando órdenes e improperios aquí y allá.

Temido u odiado por los que le rodean, admirado sin embargo por el equipo que trabaja con él, se dedica todo el tiempo a hacer quinielas con la salud de la gente, acertando con los tratamientos después de muchas especulaciones e intentos fallidos de solucionar los problemas de los pacientes que tienen la desgracia de caer en sus manos. Pareciera que más que personas se tratase de auténticas cobayas con las que no deja de experimentar, algo que me produce pánico por la similitud que tiene a veces con la vida real.

Habla deprisa y sin descanso, interrumpiendo a los demás, con absoluta ligereza de males muy graves y dolorosos que afectan a la existencia de las personas, atentando contra la dignidad del ser humano de palabra y de obra, exhibiendo un sarcasmo aborrecible.

Considero que alguien así es una amenaza para la sociedad, alguien que debería ser retirado de la circulación.

Frases lapidarias del tipo "Mi orgullo supera a mi instinto de supervivencia", o "Ser un monstruo te hace más fuerte", parecen pobres justificaciones a conductas que carecen por completo de ética.

Eutanasia encubierta (yo estoy de acuerdo con ella, pero según los métodos), consumo de drogas mezcladas con alcohol, son algunas de las prácticas poco ortodoxas y más que discutibles que lleva a cabo habitualmente.

Sólo de vez en cuando se producen atisbos ocasionales de ternura, impropios de él, que ponen en evidencia su soledad y su fracaso en el terreno de las emociones y la capacidad para comunicarse con los demás, para amar y ser amado. Se diría que en el fondo no es más que un enfermo que no puede o no sabe curarse a sí mismo, y al final pareciera que tendríamos que sentir lástima por él, como si a todo lo que hace se viera empujado por fuerzas que le superan.

No querría vivir en su piel, siempre descontento, siempre en el límite. Adrenalina a tope. Y aún así siempre es el que tiene la solución final para todo, el salvador de los casos más difíciles, el antídoto definitivo e inesperado que surge en el último momento.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diría que no me pondría yo en manos de un médico semejante ni aunque me volviera loca, por mucha curiosidad y mucho morbo que despierten sus métodos. Siniestro, patético, deshumanizado. Lo único bueno que se puede decir de él es que por lo menos es franco y directo, se acepta tal cual es y no pretende pasar por lo que no es. Lo peor es que nunca se arrepiente de nada de lo malo que hace, porque seguramente no le parece malo a él, y nunca pide perdón.

lunes, 8 de octubre de 2007

Brokeback Mountain


Nunca antes había visto reflejado con tanta delicadeza y sensiblidad en una película el tan controvertido tema de la homosexualidad masculina como en "Brokeback Mountain".

Cuánto se ha hablado de ello y con cuán poco acierto. Siendo la homosexualidad una condición más del ser vivo que se conoce y acepta sin problemas en el mundo animal y vegetal, parece sin embargo un pecado abominable tratándose de las personas.

Aún ignoro el motivo de todo ésto. ¿Por qué los seres humanos sólo pueden amarse de una determinada manera?. ¿Quién ha impuesto esa regla que va contra natura?. Debido a este prejuicio absurdo, muchas personas han tenido que vivir su amor en secreto, como si fuera algo vergonzoso, e incluso renunciar a él y llevar otra vida que en nada se corresponde con su verdadera identidad.

¿Qué hay de malo en la homosexualidad?. ¿A quién perjudica?.

Jamás había contemplado de forma tan explícita el intercambio sexual entre dos hombres, y al verlo comprendí muchas cosas y me sentí profundamente conmovida: es lo mismo que en las relaciones heterosexuales, el mismo amor y el mismo deseo, la misma ternura e idéntica pasión.

Lo que contrasta en la película de Ang Lee, director que no deja de sorprenderme, es que la pareja homosexual esté formada por dos rudos vaqueros, porque aunque es sabido que esta condición puede darse en hombres de todas clases, siempre te imaginas al típico afeminado que exagera la postura y hasta la forma de hablar, porque en ésto hay también personas de todo tipo.

Los protagonistas viven su amor clandestinamente, en medio de las montañas que dan nombre a la película, y son felices durante un tiempo. El temor de uno de ellos a ser descubiertos impide que la relación no pase más que de unos contados encuentros fugaces que, sin embargo, darán sentido a sus vidas y les marcará para siempre. Mientras, procuran llevar una existencia convencional contrayendo matrimonio con mujeres y teniendo hijos. Me puedo imaginar que las convenciones sociales obligan a estas personas a una suerte de bisexualidad que, de otra manera, no tendría lugar.

El amor que se profesan sólo terminará con el fallecimiento de uno de ellos en un accidente fortuito y absurdo. El "hasta que la muerte os separe" tiene aquí también cabida.

La frustración, la necesidad, la soledad, el desamor, cosas que se dan en la relación de cualquier pareja heterosexual, son aquí en el terreno de la homosexualidad aún más sangrantes.

Hay muchos tópicos sobre el homosexual que suelen aflorar con frecuencia: que si son más extremos a la hora de expresar sus emociones y sentimientos, tanto cuando se encolerizan como cuando se enamoran, que si su sensibilidad y su fidelidad son aún mayores.... Sí que conocí a una pareja homosexual, vecinos del barrio, en la que uno de ellos cuidó hasta la extenuación del otro cuando se estaba muriendo de SIDA en el hospital, soportando la amargura del enfermo y sus miserias físicas hasta el final. Quizá la misma condición de homosexual, que sigue estando perseguida aunque parezca lo contrario, une aún más a estas personas, pues se tienen que enfrentar durante toda su vida a toda suerte de adversidades.

Los que defenestran al homosexual esgrimen como argumento la aparición de una enfermedad como el SIDA, que les hace ser prácticamente un "grupo de riesgo", algo así como el merecido castigo divino a tanta monstruosidad. Una barbaridad como otra cualquiera, porque las enfermedades incurables y las epidemias han existido desde el principio de la Humanidad.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero expresar mi alegría al ver que cada vez más en nuestra sociedad se va dando al homosexual , tanto si es hombre como mujer, un lugar en el que se le respete, donde se regularice su situación en términos legales (matrimonio civil, adopción...), porque es otra opción de vida, diferente a la de la mayoría, pero igualmente válida.

viernes, 5 de octubre de 2007

Regreso al instituto

Hace unos días tuve una reunión en el instituto donde ha empezado a estudiar mi hijo este año. Hacía 23 años que no pisaba ese edificio desde que cursé allí mis estudios.
Han cambiado algunas cosas: un escenario con focos en el gimnasio y nueva iluminación, la capilla ya no se utiliza, instrumentos de música para actividades extraescolares, los baños reformados ....
Me vinieron a la memoria montones de escenas de hace mucho tiempo, conversaciones con algún profesor, vivencias con mis compañeros de entonces. Recordé el nivel tan alto de exigencia académica que había, y lo mucho que aprendí en esa época, más que en ninguna otra de mi vida.
Las clases me parecieron mal conservadas: las puertas envejecidas, a las paredes les hacía falta una buena mano de pintura, el frente de la mesa del profesor lleno de letras pintadas por los alumnos (algo impensable cuando yo estaba allí, como dice una tía mía, esas son costumbres de presidio), los espacios reducidos a la mitad (antes las aulas eran más grandes) .....
También es verdad que cuando yo empecé a estudiar en ese instituto, tan sólo hacía cuatro años que había comenzado a funcionar.
Los cambios me imagino que no habrán sido sólo materiales. El centro se habrá tenido que ir adaptando a los tiempos que le haya tocado vivir en cada momento, y el nivel académico y la disciplina se habrán relajado bastante. En algunos aspectos creo que es mejor, porque existía demasiada rigidez, y se puntuaba demasiado bajo las evaluaciones. En otros aspectos es peor, porque cuanto menos se le exija al alumnado, menos rendirá y peor preparado estará el día de mañana.
Había además otra peculiaridad en este instituto hace años: los alumnos estaban compuestos en su mayoría por hijos de militar, que formaban como una casta aparte y que, de forma más que evidente, contaban con los parabienes y el beneplácito de los profesores, que sabían quiénes eran sus familias, la graduación militar de sus padres, etc. Lo de ser "hijo de" ya era importante a tan temprana edad. Los que no entrábamos en ese grupo mayoritario teníamos un gran hándicap a la hora de ver reconocidos nuestros esfuerzos, e incluso de poder relacionarnos con normalidad con los compañeros.
Hoy en día, afortunadamente, todo eso ha desaparecido, pero ha surgido otro problema, esta vez de índole social, que es el "bulling": el acoso escolar. Lo que antes eran elementos problemáticos que siempre han existido en todos los centros escolares, se ha convertido hoy en día en pequeñas "bandas organizadas", que tienen conductas antisociales e impiden el desarrollo normal del resto del grupo. Confío en que ésto no suceda aquí.
Me produce una gran satisfacción ver cómo mi hijo se echa su pesadísima mochila a la espalda todas las mañanas para irse tan contento al instituto, él solo por primera vez, el inicio de su independencia y de su incipiente libertad. Lo imagino sentado en los pupitres de esas mismas aulas en las que tanto tiempo pasé escuchando y aprendiendo. Lo veo a veces cuando tiene gimnasia a primera hora de la mañana y paso por delante para ir al trabajo, corriendo y saltando en el patio, pasándolo bien. Me preocupaba su desenvolvimiento en un sitio nuevo, después de tantos años pasados en el mismo colegio, y de momento parece que todo va bien.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decir que me quedo con un lema en latín que, desde hace no muchos años, figura en una placa colocada a la entrada del instituto, "Sapere aude", que es "saber escuchar", algo que parece tan difícil hoy en día en el mundo que nos ha tocado vivir, donde cada cual va a lo suyo y casi no nos miramos a la cara, algo que además es fundamental para cualquier estudiante. Y también abrir la mente.
 
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