viernes, 28 de marzo de 2008

Fe

Hace poco ví una película en la que a un sacerdote católico se le encomendaba la difícil misión de desentrañar unos extraños sucesos que los miembros de una pequeña comunidad calificaban de milagro. Con las averiguaciones que él llevase a cabo tenía que esclarecer los hechos y ver si la Iglesia los calificaba o no de milagrosos, y a la persona que los motivaba, una antigua feligresa ya fallecida, de santa.
Durante este proceso, este sacerdote ve tambalearse su fe, su creencia en Dios y en una vida más allá de la muerte. Además siente amor por una mujer, sin que ese sentimiento pueda llegar a fructificar debido a sus circunstancias.
Me ha dado qué pensar siempre el tema de la fe. Cuán frágil es ese don que Dios da sólo a unos cuantos. Se diría que son personas predestinadas, tocadas por la mano divina desde el mismo día de su nacimiento, y que tarde o temprano desarrollan ese amor por el Señor, aunque no siempre lleguen a emprender una carrera eclesiástica.
Algo especial deben llevar dentro de sí, porque aunque los miembros de una misma familia se críen en el mismo ambiente, sólo uno quizá sienta que esa Luz toca su alma, por lo que no debe ser sólo la influencia del medio en el que nacemos cada uno y en el que nos toca vivir.
Los hay que descubren repentinamente su fe, dormida sin saberlo en algún lugar recóndito de su ser, cuando pasan por experiencias que ponen a prueba la resistencia física y moral del ser humano. La religión, en estos casos, es quizá la dulce anestesia del dolor, el consuelo último de los que no quieren abandonarse a la desesperación. La promesa de un mundo perfecto, de una vida maravillosa más allá de la muerte, de un paraíso aún mejor que el que un día perdimos llamado Cielo, son la meta a alcanzar por todos los que creemos sin ver.
No quiero imaginar el sufrimiento enorme por el que sin duda pasa aquel que se ve asaltado por las dudas. Un sacerdote, o una monja, que se contemple a sí mismo y se vea investido por un hábito al que de pronto no encuentra sentido, por una forma de vida que casi sin querer le resulta extraña....., debe ser devastador. No creo que sea fácil recuperar una fe perdida, aunque sólo haya disminuido en pequeña proporción.
Conocí a una chica en el instituto que no veía el momento de acabar el último curso para ingresar en una orden religiosa de monjas de clausura. Me contaba sus anhelos llena de una extraña felicidad y de una paz como sólo he visto en personas que han decidido emprender ese camino. Yo no hacía más que horrorizarme al imaginar a una muchacha en su plenitud existencial enterrada en vida, sin poder ver el mundo exterior ni hablar con nadie fuera de su congregación. Es como la cadena perpetua del presidiario que está en una cárcel, sólo que sin haber hecho nada malo, encerrada por propia voluntad. Pensé que más que fe, lo que la mayoría de estas personas siente es una especie de fanatismo, como si tuvieran un lavado de cerebro típico de las sectas para anular la personalidad y la capacidad de pensar. Creí que su familia debería estar angustiada al no poder volverla a ver nunca más, pero enseguida comprendí que estas personas provienen de ambientes donde estas actitudes no sólo están bien vistas sino que incluso son motivo de orgullo.
¿Exige Dios un sacrificio tan grande para demostrar la propia fe?. Para mí era como el cordero que se mata para ofrecerlo a la divinidad y así conseguir su beneplácito. Su fe me aterrorizó, porque la ví como algo irracional que conducía a un laberinto oscuro en el que iba a desaparecer para el mundo.
Y sin embargo qué beatitud parecen transmitir, las monjas sobre todo, con una existencia pacífica entregada a la oración y las buenas obras. Esa alegre conformidad, ese regocijo interior, esa extraña felicidad sólo se consiguen con meditación, como en otras muchas religiones, con recogimiento y aislamiento, y con lecturas piadosas que alimentan el espíritu. O simplemente tratando de vivir en paz con uno mismo.
El caso extremos de los santos merece un capítulo aparte. Imaginar a santa Teresa levitando, sangrando por las manos, los pies y el costado, es algo que sobrecoge. Ella decía albergar en su corazón una gran ternura, un amor limpio y puro que la inundaba por dentro, y al mismo tiempo sentía un gran sufrimiento, un cúmulo de sentimientos y sensaciones contrapuestas que sin embargo la habitaban por igual y la colmaban de satisfacción. La fe es, en estos casos sobre todo, una experiencia solitaria, aterradora vista desde fuera, y que sin duda acorta la vida, pues no creo que haya muchos santos que lleguen a mayores, unos porque los martirizaban, y otros porque se martirizaban a sí mismos con tanto estigma y tanto trascender el propio cuerpo.
Cuando pienso en la fe, siempre me viene a la cabeza Melchor, al que ya dediqué uno de mis primeros posts. Él también se dejaba arrastrar por una alegría interior infinita, y transmitía una luz que casi no he vuelto a ver en nadie después de él. No hablaba mucho de su fe, pero tenía una fuerza y una convicción en todo lo que hacía y decía que movían montañas. Parecía como si viese más allá que el resto de la gente. Conmovía, siendo tan joven, verlo seguir con tanta pasión un camino que muy pocos eligen, renunciando a cosas de las que la mayoría de nosotros no podríamos prescindir.
Lo importante es tener fe en todo lo que uno emprende en la vida, da igual a qué puerto te pueda conducir: si las cosas se hacen con el corazón, esa fe hace el resto. Y si además conseguimos alcanzar ese don que es la fe en Dios, mucho mejor.

jueves, 27 de marzo de 2008

Maniática de la última palabra (VII)

- Sólo se sabe que la lectura ha alcanzado el grado de placer personal cuando leer sea lo mismo que degustar un plato exquisito. La degustación de la palabra escrita, el gusto por lo literario.

- Oí una vez en un diálogo de una película que no me canso nunca de ver una frase que me ha llamado siempre la atención, y que me parece hilarante y patética a un tiempo: “Lo mejor que tienes a tu favor es tu disponibilidad para humillarte”. Puede que haya ocasiones en que perder la propia dignidad suponga algún beneficio, pero espero no tener que pasar por ello nunca.

- “Una constante felicidad de la evocación”. Frase que, como nostálgica que soy, celebro y corroboro.

- La “biodiversidad”, palabra que no dejo de oir últimamente. ¿Estamos todos incluidos en ella?. Nunca había pensado en mí como biodiversa.

- Después de las elecciones, vendrá Paco con las rebajas. Es lo que se suele decir cuando llega la época de las vacas flacas. Y quien dice Paco, que pobre hombre lo que haría para que se acuerden así de él, dice por ejemplo Zapatero o Rajoy. Lo malo es que las rebajas son siempre para los mismos, es decir, para la mayoría de nosotros.

- “Hasta cuándo Catilina abusarás de nuestra paciencia....”, le dijeron a este hombre en el senado romano, acusándolo de conspirar para acabar con la república en Roma. Fue una frase que se me quedó grabada de cuando estudiaba Latín. Desde entonces se la he tenido que repetir a más de uno-a cuando me tenían hasta las narices, conspiraciones aparte.

- Me gustaría ser como Nicole Kidman, que dijo en una ocasión hace años que quería llegar a ser una mujer “enigmática y sofisticada”, y mira, lo ha conseguido. O eso creo.

viernes, 14 de marzo de 2008

De curas y fútbol


- El otro día vi una curiosa película sobre la vida de un grupo de lamas budistas. Giraba en torno a un niño monje, muy inquieto, fanático del fútbol, que hasta que no se hizo con una antena parabólica gigantesca y un aparato de televisión no paró. Allí es un deporte desconocido, y todos se quedaron maravillados cuando la congregación asistió a la retransmisión del primer partido. Pero antes de verlo, el abad le pregunta a su mano derecha que qué era eso del fútbol: “Dos naciones civilizadas se enfrentan entre sí por una pelota”, le contesta. Qué simples debemos parecerles a los orientales. La película, además de descubrirnos cómo es la vida en un monasterio budista, mucho más natural y menos rígida de lo que imaginaba, nos muestra la mentalidad tan diferente que existe de unas culturas a otras. Viviendo todos en el mismo planeta, cómo nos sorprendemos unos a otros.

- Estoy recordando una anécdota que le sucedió a uno de los sobrinos de mi ex marido. Andaba el chico preocupado porque el equipo de fútbol donde él jugaba se tenía que enfrentar a otro equipo compuesto por presidiarios. Si bien ya estaba acostumbrado a las salvajadas que tenían lugar siempre que jugaba con los equipos de los pueblos vecinos, pensó que al tratarse esta vez de gente convicta podría acabar incluso asesinado. Pero fue justo lo contrario: aquellos hombres daban las gracias por todo y todo lo pedían por favor, haciendo gala de unos modales que para sí querrían muchos jugadores profesionales de los que ahora están en el candelero. Y es que el hábito no hace al monje.

- También recuerdo otra anécdota que me contó una vez un vecino, bastante anticlerical por cierto, que rememoraba casi con lágrimas en los ojos a un sacerdote que en su infancia no se limitaba sólo a dar el sermón dominical desde el púlpito de su iglesia parroquial o a reconvenir a la gente por sus pecados, sino que se remangaba la sotana y jugaba con auténtico entusiasmo al fútbol con él y todos los demás chicos del barrio. Es la divina humanidad.


- He visto en Internet por casualidad un curso básico de budismo. No estaría de más hacerlo, junto con un curso básico de fútbol.

jueves, 13 de marzo de 2008

Fast food


Hay que ver la cantidad de restaurantes de fast food que hay hoy en día. Da igual el nombre que tengan, todos tienen el mismo tipo de accesorios, máquinas, uniformes para los empleados, publicidad e instalaciones.
Cuando vas a un Burger King, por ejemplo, si no te ciñes a los menús standard que tengan vas listo. Si dices que no quieres pepinillo o lechuga, te ponen mala cara y se tiran media hora tecleando tu pedido, como si hubieses formulado una solicitud extraña o disparatada. Antes era más sencillo porque se limitaban a decirlo por un micrófono.
Luego viene una sucesión de trozos de carne saliendo del congelador, panes redondos, chorros de refresco y de helado (no sé con qué harán esa crema blanquecina que no sabe a nada en particular pero que está riquísima), surtidor de lacasitos e hilos de chocolate, botes de caramelo, fresa y chocolate para añadir al helado, patatas con ketchup, palitos de todas clases (mozarella, pollo....), etc. Los menús infantiles son engañosos porque parece que te ahorras dinero, pero las cantidades son más pequeñas. Y todo envuelto en cajitas de todas las formas y tamaños, vasos de cartón, bolsas de papel o de plástico, cucharitas, pajas, servilletas, mantelitos para las bandejas, muñecos de regalo para los niños .... Es una estética de lo desechable, tanto como la comida que sirven.
Y no te quiero contar cuando se está celebrando una fiesta de cumpleaños para los más peques, todos con su corona dorada en la cabeza, dando gritos como descosidos y correteando por todas partes sin control. La tarta se la comen al final sólo dos ó tres, los que sean más golosos.
A mí me hace gracia ver a mi hijo disfrutando como un enano de una hamburguesa, cuanto más grande mejor, rara vez le veo comer con tanto gusto. Y mientras, su hermana y yo le miramos siempre atónitas, pensando en cómo le puede gustar eso, y si somos nosotras las que tenemos un paladar diferente al de la mayoría de la gente.
En las pizzerías por lo menos puedes contemplar cómo le dan vueltas a la masa con un dedo cuando la están haciendo, y hasta cómo la lanzan a lo alto, no sé si por alarde o porque tiene que ser así. Hace años ví una enorme colgada de un ventilador de techo, quizá el cocinero se había excedido en el cumplimiento de su labor. Me recordó los relojes blandos de Dalí.
Últimamente el único sitio de esta clase que no me importa frecuentar son los Pans and Company, porque los bocadillos me parece que están ricos, y además tienen café, cosa que en la mayoría de los otros sitios no. En cambio los Kentucky me dan grima, con esos trozos de pollo reseco metidos en vasos de cartón gigantes. Si no tienes algo para beber a mano es seguro que mueres, porque eso no hay quien lo haga pasar por la garganta, hay que tragarlo como los avestruces.
Cuando mis hijos eran pequeños los llevaba al McDonald o al Burger por las zonas recreativas que tienen para los niños, en las que parece que se lo pasaban bien. A veces me daban ganas de meterme yo también en los tubos y laberintos, y nadar en las bolas de gomaespuma de colores, pero el sentido del ridículo en los adultos es lo que tiene, que no te deja hacer todo lo que quisieras porque parece que ya no te pega.
Hay gente que come y cena en estos sitios, como si su gusto ya no encontrara placer más que con estos sabores. Tiene que causar auténticos estragos en el organismo abusar de estas comidas.
Lo que sí recuerdo es el gusto que me daba ir cuando tenía 13 años con una amiga que tenía por entonces a uno de los primeros Burger que ya por entonces se empezaban a montar en España. Cogíamos el autobús para ir al centro (incipiente libertad), y nos pedíamos una hamburguesa con mucho tomate y lechuga. El pepinillo se lo pasaba a ella. El caso es que nunca le encontré mucho gusto a comer aquello, lo hacía por la novedad, no así mi amiga, que parecía encantarle. Desde entonces no he vuelto a probar ninguna.
Los restaurantes de fast food no han hecho más que proliferar, y han surgido además otros con otro tipo de comidas pero que básicamente funcionan igual. Y en la mayoría de los restaurantes, aunque no pertenezcan a ninguna de estas cadenas, también sirven menús que dejan mucho que desear. Parece que el cuidado y la calidad con el que se cocinaba antes ha desaparecido.
Pues eso, que quiero una doble Whooper con extra de queso y mucho ketchup, por favor. Que sarna con gusto no pica.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Maniática de la última palabra (VI)

- Es muy sorprendente ver a dos personas haciendo “rap”. Es una especie de careo en el que improvisan insultándose y soltando toda clase de obscenidades y palabrotas. En una película de Eminen que vi, como eran gente del mismo barrio y se conocían, se dedicaban a sacar a relucir sus trapos sucios y a burlarse unos de otros. Podría ser la discusión de dos verduleras pero al ritmo de una música machacona e hipnotizante. Cuentan, al fin y al cabo, trozos de sus propias vidas de una forma aparentemente anárquica, cosas muy duras a veces. Se trata de un duelo verbal salpicado de exabruptos en el que gana el que improvise la barbaridad más gorda dicha de la forma más alambicada y original posible, de la manera que llegue a lo más hondo de los que escuchan por lo sorprendente e inesperado. Cada moda tiene su propio lenguaje, su propio código de conducta y su estética, y elegimos la que más nos cuadre, hay para todos los gustos.

- Me gustó el monólogo de una mujer que oí hace poco en una curiosa película que contaba muchas historias, y con el que daba su opinión sobre el suicidio reciente de otra mujer: “Estaría harta de callejones sin salida, de hacer llamadas que nunca tenían respuesta, de promesas incumplidas, de tropezar siempre con la misma piedra”. Es una forma muy concisa y significativa de ver el proceso vital y mental que debió seguir esa persona hasta llegar a ese final.

- Los compañeros del trabajo han dicho en alguna ocasión que soy escritora. Éste es para mí un calificativo que me parece gigantesco, es demasiado grande para atribuírmelo a mí. Es un honor inmerecido. Escribir es crear algo vivo, y crear produce a su vez una satisfacción inmensa.

- Viendo actuar a Barbra Streisand me doy cuenta de que, siendo una mujer más bien fea, resulta en su conjunto muy atractiva. Su belleza reside, más que en la perfección del cuerpo o los rasgos de la cara, en la fuerza que transmite. Como actriz no tiene cualidades fuera de lo común, aunque sus interpretaciones están llenas de matices y de sensibilidad. Con los años se ha vuelto más frágil y femenina. Y en sus conciertos es un privilegio escuchar su voz, y ver lo exquisita que es en el escenario. Su garganta sin duda está tocada por la mano de Dios.

martes, 11 de marzo de 2008

ETA: la violencia que no tiene fin

Parece que la violencia en nuestro país tiene fechas señaladas, como sucede con el terrorismo integrista. También ETA se ha dejado envolver por este fetichismo, y ahora le da por planificar sus atentados en días y horas fijos.
Se acercaba el terrible aniversario del 11-M, que también por entonces fue periodo electoral, y algo tenía que pasar. No podían dejar transcurrir esta fecha en paz, sólo con el inevitable dolor que produce el recuerdo de lo que aconteció en Atocha. Es como si los etarras hubieran establecido un pique con el terrorismo islamista de a ver quién hace más daño, a ver quién puede más. A lo mejor les tocaba a ellos dar la campanada siniestra, o quizá se reparten el trabajo para que no les coincidan las fechas. El caso es no dejar vivir.
En esta ocasión a quien no le han dejado vivir es a un ex concejal socialista. Cinco tiros a bocajarro cuando se acababa de meter en su coche. Como siempre, se trataba de un hombre desarmado, desprotegido. Le habían amenazado de muerte en varias ocasiones, osea que no se llamara a andanas que ya estaba avisado. Peor para él por no haber salido corriendo. Cómo debe ser el calvario de una persona que sabe que tiene los días contados, como una espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza, sabiendo que los sicarios que van a acabar con él andan por ahí acechándole. Manada de lobos.
Así se puede explicar la reacción de la hija mayor del asesinado, contestataria, desafiante, casi eufórica. La tristeza deja paso a la rabia, no quiere dar el gusto a los matarifes de verla derramar una sola lágrima. Antes al contrario, exhibe una sonrisa, casi siniestra diría yo, mientras dedica insultos de todo tipo a los culpables cada vez que se le acercan los periodistas con sus cámaras y micrófonos: “Sois unos cobardes, unos hijos de puta”. No tiene pelos en la lengua, no tiene miedo.
ETA atenta indiscriminadamente contra todo tipo de personas, da igual a qué clase social pertenezcan, ni cuál sea su ideología, su edad o su sexo. Todo el que no esté metido en su mundo, ese extraño y macabro mundo de ciencia-ficción terrorífica, merece el secuestro, la tortura y la muerte.
Y para llevar a cabo tan tortuosos designios, valen todos los medios que tengan a su alcance: bombas, ametrallamientos, tiros por la espalda, en la nuca o de frente y a bocajarro, como ahora ha sucedido. Sólo falta que usen catanas, y así se pondrían en sintonía con el mundo oriental y las artes marciales que están tan de moda ahora. O que la emprendan a cañonazos. Desde luego están lejos de la sofisticación y el poder apocalíptico y destructor de Al-Qaeda, con sus mochilitas y sus potentísimas bombas accionadas a distancia.
¿Y por qué no se inmolan como hacen ellos?. Queda muy espectacular esta moda extendida por los países árabes, tendrían el éxito mediático asegurado, vendrían las cámaras de televisión para filmar en vivo y en directo sus atentados, sería como un concurso de esos que proliferan en EEUU donde el impacto de las imágenes y la descarga de adrenalina estarían aseguradas.
Pero para llegar a eso hay que estar muy loco, o con un nivel de fanatismo al que los etarras aún no han llegado a pesar de todo, o dejar de ser unos cobardes y atreverse a lo que haga falta por salvaje y demencial que sea.
Y mientras sentiremos vergüenza de tener una lacra como ésta en nuestra sociedad. ¿Cómo se puede tener un cáncer como éste en un país que se considere avanzado?.
Una panda de matones y alimañas, que eliminan incluso a miembros de su propia organización cuando han tenido el atrevimiento de salirse de sus filas, como le pasó a Yoyes, que fue asesinada delante de su hijo. El mundo de los terroristas es un mundo deshumanizado, implacable, hermético, donde sólo ellos tienen derecho a la vida, donde sólo sus familias y su entorno importan.
Ciertamente, los epítetos que les ha dedicado la hija del último asesinado son certeros, pero aún así se quedan cortos. Cobardes, cabrones, hijos de puta.
Violencia verbal contra su violencia total. Hoy, que es el 4º aniversario de los atentados de Atocha, una vez más hablamos de violencia, una vez más nos tenemos que lamentar de lo mismo. Nada ha cambiado, seguimos estancados en el lugar que estábamos entonces. Y parece no tener fin.....

viernes, 7 de marzo de 2008

Omayra: ese ángel del cielo

Cuántas veces Omayra ha aparecido ante mis ojos al hojear una revista o navegando en Internet. La última vez hace poco, mientras buscaba otra cosa. Me sorprendió la cantidad de años que hace que se fue, en noviembre hará 23, porque al haberla reencontrado tanto y al causarme tan honda impresión su tragedia cuando tuvo lugar, parece que nunca se hubiera ido del todo, que siempre ha estado ahí.
Omayra tenía 13 años cuando allá en Colombia el volcán Nevado del Ruiz entró en erupción, borrando casi por completo del mapa el pueblo en el que ella vivía.
Ni qué decir tiene de la facilidad con que cualquier desastre natural acaba con los bienes y la vida de las personas en ciertos lugares del mundo.
Omayra vivía modestamente, pero esta precariedad no le alcanzaba al alma.
El por qué ella y no otra persona acaparó los medios de comunicación durante aquel suceso, no se sabrá nunca, porque dramas no debieron faltar, pero el azar se ocupa de los hechos y las personas a capricho, y es por ésto que Omayra se convirtió de la noche a la mañana en noticia.
Atrapada durante tres días en el fango, con los restos de su casa bajo ella atenazándole las piernas, y sus familiares sepultados allí también. Pronto se vió que nada se podía hacer para salvar su vida: si se le amputaban las extremidades moriría desangrada y con infecciones por la falta de asepsia. Si se intentaba traer una moto-bomba para succionar el agua y el barro, que cada vez subían más de nivel, se tardaría muchísimo tiempo porque la máquina más cercana estaba a cientos de kilómetros.
Mientras una nube de rescatadores impotentes y de periodistas eran testigos de su desgracia, ella cantaba canciones populares y contaba chistes para forzar unas risas que ahuyentaran su miedo y el miedo que seguramente vió en los ojos de los que la observaban. Dijo muchas veces que tenía que salir de allí porque no quería perder sus clases, que aún había muchos examenes pendientes por hacer en el colegio.
Omayra no sabía o no quería saber que no tenía salvación, pero la foto que nos ha llegado de ella, y que dio la vuelta al mundo, nos muestra un ser pequeño y maravilloso, lleno de entereza y resignación, unos ojos enormes abiertos a una realidad devastadora, a la locura, al sin sentido.
Omayra niña, Omayra hija, Omayra hermana. Todos querríamos que alguien así formara parte de nuestras vidas, que fuera alguna de esas cosas para nosotros. Esa entereza, esa aceptación final y demoledora del destino tortuoso y oscuro, es un atributo del alma que pertenece sólo al ámbito de los adultos, y muchas veces ni siquiera eso. Omayra mujer.
Ya cuando el blanco de sus ojos se volvió marrón, cuando se empezó a hinchar su cara, cuando le pudo la gangrena y cayó en las tinieblas del delirio y la agonía, por qué no hubo una inyección que paliara su sufrimiento, mientras era el espectáculo involuntario de lo que es una muerte en directo, servida en primer plano por el cámara de turno para los telediarios a la hora de comer. Cómo se puede tomar esa imagen, cómo se puede hacer una foto así y seguir viviendo como si nada. Para lo que sí sirvió fue para denunciar al gobierno de aquel país por la desatención que tiene con las víctimas de las catástrofes naturales que allí suceden con relativa frecuencia.
El pueblo fue reconstruido tiempo después, y en el lugar donde ella estuvo se alzó una valla que cuenta su historia, porque aunque tuvieron lugar muchas desgracias aquellos días, le tocó a ella ser el símbolo de la abnegación, la humildad y el valor que todos deberíamos tener y muy pocos seríamos capaces si nos viéramos inmersos en una tragedia semejante.
Nunca se vió a una persona con tanta gente alrededor y al mismo tiempo tan sola. Siento rabia por la impotencia que supuso aquello para todos, el no poder hacer nada para remediarlo, parecía que era tan fácil liberarla de su prisión, sólo con alargar los manos hacia ella. Yo a veces he imaginado que la cojo en mis brazos y la consuelo, que aparto todos sus miedos y ahuyento todos los peligros que la pudieran acechar. Posiblemente como era así, sería ella la que me consolaría a mí. Su recuerdo permanece tan imborrable en la memoria de todos que parece que nunca se hubiera ido en realidad.
Se preguntaban en la prensa del momento que quién era aquel ángel que estaba metido en el fango. De qué cielo se había caído, me pregunto yo, y por qué ese infierno al que se tuvo que someter.
Ella representa el dolor, el sufrimiento de todos los niños que en el mundo han sido y serán, esa injusticia tan grande que es la enfermedad y la muerte en la infancia.
Omayra es la madurez temprana, tan propia de los pequeños que viven precariamente y se tienen que acostumbrar pronto a cosas por las que nuestra acomodada infancia nunca tendrá que pasar.
Omayra está con nosotros aún.

jueves, 6 de marzo de 2008

Juan Manuel de Prada


Cualquiera que vea a Juan Manuel de Prada podría decir que se trata de un hombre muy serio, casi adusto, pero cuando se tiene la oportunidad de leer lo que escribe, se abren las puertas de un mundo absolutamente personal y rico en matices en el que tienen cabida todas las emociones y sentimientos del alma humana.
Cuando se le mira, pareciera un niño grande, algo gordito, que estuviera contrariado por el desaire reciente de algún compañero de juegos, o la reprimenda de alguna persona mayor por alguna travesura que hubiese hecho. Ese rictus entre enfadado y triste, responde más bien a un sentido un poco trágico, o muy realista quizá, de la vida. Se trata al fin y al cabo de un hombre tremendamente sensato y maduro, con las ideas muy claras, con profundas convicciones, alguien muy reconocido en su profesión pese a su juventud.
Aunque parece abrumado por todo ésto, no se conforma con el éxito y la dulce tranquilidad que produce el ver satisfechas las expectativas personales, sino que es consciente del momento social que nos ha tocado vivir, tan complicado a veces. Y entonces más que un escritor se convierte en un pensador, un hombre comprometido que aplaude o vapulea por escrito o de palabra según el tema que esté tratando, siempre consecuente con todo lo que afirma hasta el final.
Juan Manuel de Prada es todo un universo en sí mismo, una personalidad con muchas capas, como una cebolla, y nunca terminas de descubrir cosas nuevas en él.
Los artículos que publica cada domingo en el XL Semanal, en su sección “Animales de compañía”, son una delicia para mí, porque en ellos desnuda su alma como pocos escritores consiguen hacerlo. Unas veces es ingenuo, dulce, tierno y sentimental, como en aquel titulado “Yo soy Shrek”, en que se comparó con este personaje de dibujos animados, del que llega a extraer cualidades insospechadas, y es que se ve a sí mismo como un ogro grandote y sentimental en relación a su papel como padre, pues Juan Manuel tiene una hija a la que se ve que adora, es su pequeño tesoro. Se pregunta si cuando ella crezca le va a seguir queriendo igual o si su relación cambiará, si se volverá distante. La niña dice que cuando él sea “viejito” y se vaya al cielo, ella estará allí para cuidarlo, porque no puede dudar nunca de que va a estar siempre con él.
También es muy conmovedor cuando recuerda episodios de su infancia, y a familiares que ya no están con él, especialmente a su abuelo.
Su vena apasionada y romántica se pone al descubierto cuando escribe sobre el amor, tema en el que muestra una delicadeza de sentimientos y de palabras y una sensibilidad que muchos hombres querrían para sí. En el último artículo que ha escrito sobre ello, “Dulce amado centro”, a propósito de una reunión de amigos (“juerga etílica” lo llama), trata el tema de amor-sexo, cuando uno de ellos se atrevió a decir que nunca se acostaría con una mujer dejándose llevar sólo por la lujuria, sino que tendría que quererla también. Todos rieron como si se tratara de una broma, y cambiaron enseguida de conversación, pero cuando se quedó a solas con él, volvió a salir el asunto amoroso, y el amigo le recitó un soneto de Francisco Aldana, de difícil lectura pero de resonancias tremendas para todo aquel que lo lea y tenga un poco de sensibilidad, poema que nunca antes había tenido el gusto de leer y que da el título al artículo. Sólo sé que tocó mi fibra más sensible, y que fue la pieza justa que encajó a la perfección en el puzzle de sensaciones y sentimientos que Juan Manuel había construido en torno al eterno tema del amor.
En otras ocasiones se vuelve demoledor y sarcástico cuando se adentra en cuestiones políticas, pues es persona muy posicionada ideológicamente. A mí me ha hecho reir mucho con sus ironías, porque da a cada cual lo suyo, y no se anda con chiquitas. Es un hombre valiente que no tiene reparos en dar su opinión.
Es curioso cómo dependiendo del asunto a tratar, unas veces puede parecer un tanto retórico, jugando a dar vueltas con las palabras de una forma elegante y exquisita para no ser demasiado explícito, y otras veces resulta completamente explícito, como en “La nueva tiranía (III)”, donde escribe sobre la vulgaridad y la obscenidad como males que nos aquejan en nuestro tiempo, y en el que emplea palabras que describen muy crudamente aquello a lo que se está refiriendo. O sobre la brutalidad, que parece superar a la espíritualidad, como en “Deroombing”.
Para ser un hombre profundamente cristiano, en la adolescencia rechazó la fe católica como algo inerte que no evoluciona, para llegar por otros caminos, mediante un proceso de transformación natural, de búsqueda personal. “Uno de los problemas de los católicos de nuestro tiempo”, afirma, “es que se conforman con ritos más o menos desganados”, “(....)la hostilidad que suscita lo religioso, y más concretamente lo católico(....), especialmente en los sectores intelectuales”. Al plantar cara a eso “empiezas a redescubrir tu propia fe”.
Juan Manuel nos transmite la pasión que ha sentido siempre por las letras, por la lectura, desde su niñez hasta el momento presente, como en su artículo “Recuerdos de un lector (III)”.
A veces reconoce tener miedo a la falta de reconocimiento del público, a su desaprobación, como se puede ver en “Azares”, o en “Críticos”.
En cualquier tema que trata escarba en lo más intrincado de las personas, llega al centro mismo de su alma, es un gran observador al que no se le escapa ni el más pequeño detalle del comportamiento humano, lo que a otros pasa desapercibido a él nunca.
Hace un repaso de las propias miserias, quebrantos y zozobras, y también de las ajenas, y cómo no de las grandezas del ser humano.
En todo lo que escribe se puede percibir la enorme riqueza de su vocabulario, su vasta cultura, con referencias constantes a otros autores y a los clásicos de nuestra literatura.
Compartimos él y yo no sólo su forma de pensar y ver la vida, sino también la afición por el cine. Cuando describe a un intérprete, lo desnuda por completo, poniendo al descubierto todos los matices que ya habíamos percibido en ellos y nunca habíamos llegado a traducir en palabras.
Juan Manuel de Prada tiene aún mucho que ofrecernos. Le seguiremos disfrutando.

lunes, 3 de marzo de 2008

Maniática de la última palabra (V)

- A veces, cuando releo las cosas que he escrito, me sorprenden algunas frases que utilizo, ciertas formas de expresar lo que siento que ignoro de dónde salen, porque nunca he pensado conscientemente las cosas usando esos términos. Hay ideas que sí flotan en mi cabeza y las reproduzco más o menos con la forma que la intención o el momento han tenido a bien que surjan. Pero hay impresiones que debían estar en mi subconsciente sin yo saberlo, y han salido en tropel a través de mi bolígrafo para convertirse en tinta sobre el papel. A eso puede que se le llame inspiración, que no talento, que es otra cosa con la que nacen sólo unos cuantos privilegiados.

- ¿Quién puede matar a un ruiseñor?. Hay muchos que lo hacen todos los días, sin pestañear.

- Llevo una temporada larga que no oigo más que cantos de sirenas. Voy a tener que hacer caso omiso, porque si no seré yo quien termine entonando el canto del cisne.

- Por quién doblan las campanas. Doblan por todos los que no han sido capaces de hace realidad sus sueños. No quiero que doblen nunca por mí.

- Hay que ver los americanos lo que les gusta matar a su presidente en el cine. Casi todos los años estrenan alguna película donde lo secuestran, lo maltratan o directamente se lo cargan, para regocijo internacional parece ser. Jesús, qué fijación.

- Mis hijos cada vez que me desobedecen cometen un delito de lesa majestad. Todavía es pronto para que me derroquen. Tiempo tendrán de abandonarse a la anarquía, o a la autoarquía si lo prefieren.

- En España nunca nos declararemos en huelga a la japonesa. Será por el clima, que nos hace así. Aquí las huelgas y las manifestaciones son casi como un carnaval, con risas, cánticos, baile, y un poco de botellón si la cosa se anima un poco. Las quejas no son nunca un drama, sino una chirigota. Si un ministro comete irregularidades no se suicida como en Japón, sino que se reafirma en su puesto, y se le disculpa diciendo que ha sido un desliz institucional, o un exceso de celo en el ejercicio de sus cometidos. La madre que los parió a todos, como diría Reverte.
 
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