lunes, 28 de junio de 2010

El gusto por el cine


No sé si las aficiones se podrán transmitir a través de las generaciones, lo mismo que se heredan los rasgos genéticos, pero si hay algo que nos ha apasionado en mi familia a lo largo de tres generaciones es el gusto por el cine.

A mi abuelo paterno le encantaba, y como nació a principios del siglo pasado, tuvo el privilegio de asistir a los albores del celuloide. Él era un gran admirador de Humphrey Bogart, con el que guardaba un gran parecido físico. Todas estas cosas las he sabido por referencias, pues nunca tuve mucho trato con él, serio y poco dado a confianzas como era.

Mi padre es también un cinéfilo empedernido. Le han gustado siempre los actores que encarnaban tipos duros: Humphrey Bogart (como a su padre), John Wayne, Clint Eastwood, Lee Marvin... Él tuvo la suerte de crecer cuando se gestaron la mayor parte de las obras maestras del cine, en la época dorada de Hollywood, y algunas europeas, como las que hacía Bergman, o lo que nos venía de Francia e Italia.

Mi madre dice que cuando me daba el biberón, yo tenía puesto un ojo en él y otro en la televisión. Mi generación es la generación de la tele en blanco y negro y después en color, con dos canales que eran como los dos ojos con los que veíamos el mundo. Se pasaban películas maravillosas, que ya no he vuelto a ver ni siquiera en el Digital, en el que se supone encuentras de todo. Son retazos que han quedado en mi memoria, que atesoro como algo fascinante, muy especial. El talento que antes existía en el séptimo arte sólo se vislumbra de vez en cuando hoy en día.

En la época del colegio me gustaba recortar las escenas de películas que aparecían en el TP, pequeña revista semanal que aún se vende, con la programación televisiva. Las pegaba en folios y mecanografiaba al lado una crítica cinematográfica. Las ordenaba por temas, y a cada uno le hacía una portada que yo dibujaba:

El cine de aventuras estaba representado por un gran barco surcando los mares azules con las velas hinchadas al viento.

El de terror era un primer plano del protagonista de "Psicosis" tapándose la boca con una mano mientras que con la otra parece intentar detener una amenaza que se cierne sobre él, recortado contra una gran telaraña de fondo, sobre la que pegué dos murciélagos revoloteando, uno rojo y otro negro, cuya silueta dibujé en papel charol.

El del oeste era un desierto color mostaza con sus cerros, dos cactus (uno atravesado por una flecha), la silueta negra de un vaquero desenfundando su revólver, un sol medio oculto en la línea del horizonte y una cabeza de caballo al fondo.

Las películas de humor estaban representadas por la tan conocida imagen de Charlot junto a una farola iluminada. También dibujé la cara de Groucho Marx en una esquina.

Las de ciencia-ficción era el extraterreste de "E.T." cuando posa su dedo luminoso en la frente de Elliot, el asombrado protagonista, todo en medio de una bruma amarilla y azul.

Los films de espionaje son una calle de noche, bajo la luz de una farola, y la figura en negro de un hombre que camina, con su gabardina, el cuello alzado, su sombrero y un cigarrillo, que va dejando una estela de humo a su paso. Al fondo una fachada de ladrillos de un edificio y, sobre la acera, una boca de riego de las que se ven en las películas norteamericanas, dos cubos de basura, uno tirado, una rejilla del alcantarillado, una tapa de alcantarilla, y en la esquina del fondo un coche negro que se aproxima, con los focos amarillos iluminando la carretera.

Las películas de dibujos animados están representadas por una galería de personajes de Walt Disney, todos flotando en nubes, cada uno de un color: el pato Donald, Bugs Bunny, Mickie Mouse, Bambi y Tambor, el pato Lucas y, en medio, Blancanieves incorporada en las camitas cuando acaba de ver a los siete enanitos que la contemplan sorprendidos.

El cine policiaco es el rostro de Bogart en clarooscuro, con su eterno cigarrillo colgando a un lado de la boca, iluminado por la luz de una cerilla encendida.

Los musicales son una escena de baile de "West side story".

Las románticas se quedaron sin portada, porque quise dibujar la escena del cartel publicitario de "Lo que el viento se llevó", en la que el protagonista tiene en sus brazos a la bella Escarlata O'Hara, a la que mira atormentada y apasionadamente, pero la cara de ella no terminó de salirme bien, se ve que está muchas veces borrada.

A las películas dramáticas, históricas, comedias y melodramas no les llegué a hacer ninguna portada. Supongo que no se me ocurría qué dibujar o me cansé de hacerlo.

En uno de los recortes he visto que la película estaba clasificada con dos rombos, nada menos que la insigne serie "Retorno a Brideshead", cuyo tema por alguna razón escandalizó a los censores.

Todos estos recortes están ahora amarillentos, pero siguen siendo retazos del pasado que tuvieron como telón de fondo un montón de historias contadas en imágenes, existencias imaginadas que bien podrían ser reales. Con ellas aprendí muchas cosas, y en ellas me inspiro en cada uno de los pensamientos y emociones que me invaden con cada paso que doy en la vida.

domingo, 27 de junio de 2010

Coleccionista


Dicen que el gusto por coleccionar viene de la afición o la pasión que una determinada cosa despierta en nosotros, que nos hace querer poseerla en una interminable repetición. Los hay para los que ésto constituye motivo de orgullo por su exhibición posterior: no sólo atesoramos objetos que nos gustan sino que los mostramos complacidos buscando la admiración ajena y compartir su disfrute con los demás.

La primera cosa que recuerdo que coleccioné fueron minas de colores. Cada vez que a uno de mis lápices de colores se le caía la mina la metía en un frasco de cristal que había contenido un perfume de jazmín, regalo de mi abuela Pilar, la primera fragancia que tuve. Me gustaba ver las pequeñas minas multicolores mezcladas.

En el parque, cuando iba con mi madre y mi hermana, recogía piedras cuya forma o color llamaban mi atención, y las metía en una caja de plástico transparente que había sido de unos caramelos de violeta que me había regalado la madre de una amiga por mi Primera Comunión. Me satisfacía pensar que yo había sido la única persona capaz de apreciar su estética y originalidad, que nadie había reparado en ellas y allí estaban en el suelo sin que nadie más se hubiera percatado de su rara belleza.

La época de los cromo la hemos pasado todos, sólo que hace años había auténticas maravillas. Aún recuerdo un álbum que rellené con razas de personas y animales de los lugares más exóticos del mundo. Eran preciosos. Luego hice otro álbum con razas de perros con unos pequeños cromos que venían con los Bonny Bucanero. Me encantaba ver tantas y tan distintas clases de perros, y muchas de ellas se me quedaron grabadas en la memoria y aún las reconozco cuando las veo, por raras que puedan ser.

También intercambiaba cromos de futbolistas con los chicos de clase, y llegué a tener un buen taco. El fútbol no me ha interesado nunca gran cosa, pero era bonito ver tantos uniformes de colores diferentes, y además molaba ese trapicheo que teníamos todos.

En la adolescencia me gustaba recortar fotos que me parecían especialmente bellas o que captaban un momento poco común, y las pegaba en folios para formar una especie de álbum, que aún conservo. Recortaba también chistes de humor gráfico que hubieran despertado mi hilaridad, y todavía cuando tengo ganas de reirme un rato les echo un vistazo.

Tuve una época que coleccionaba refranes. Los escribía en una larga lista según los iba recopilando, lo mismo que las palabras, por orden alfabétio, cuyo significado había buscado en el diccionario cuando leía un libro y no sabía lo que querían decir. Escribí tantas que casi formé otro diccionario aparte.

Cuando estaba en la facultad coleccionaba fascículos de todas clases que salían con El País y que luego encuadernaba. Así tengo un Atlas Universal, una Historia de la risa, un manual sobre sexualidad, un diccionario enciclopédico y no sé cuántas cosas más.

La revista divulgativa Muy interesante era otra colección que encuadernaba cada cierto tiempo y que tuve que dejar de hacer por falta de sitio en casa. Aún la compro de vez en cuando.

En aquel entonces medió por coleccionar búhos pequeños de todas clases, hechos de cerámica o de madera, de muchos colores. Aún tengo algunos adornando mi cocina.

En la actualidad colecciono los artículos y reportajes que leo en las revistas y que me han gustado o llamado la atención por algún motivo. En muchos de ellos me inspiro para escribir en este blog.

No sé qué seré capaz de coleccionar en el futuro. Me gustaría tener una de sellos, afición que me surgió cuando hace años mis padres se hicieron con una bastante grande que les dejó mi abuelo paterno cuando murió. Ellos la vendieron y se sacaron un dinero, y a mí me dió qué pensar el hecho de que aquellos pequeños trozos de colorido papel se cotizaran tanto por el hecho de tener tantos años. La verdad es que hay algunos que son obras de arte en miniatura. Yo me quedé con algunos en aquel entonces, y de vez en cuando despego del sobre de una carta al que veo bonito, sobre todo si está sin el matasellos, que es como más valor tienen.

Habrá quienes nunca hayan sentido ese afán coleccionista, pero para los que lo albergamos es siempre una fuente de placer que se va renovando, pues aunque casi todas las colecciones tengan un principio y un fin, siempre surgen nuevas aficiones.



sábado, 26 de junio de 2010

El show de Truman







Siempre que veo El show de Truman siento un terrible desasosiego: un hombre es manipulado desde el mismo momento de su nacimiento, y sin que él lo sepa, para ofrecer ante miles de cámaras, ocultas y repartidas a lo largo y ancho de un pueblo creado al efecto para la ocasión, el espectáculo de la vida, su propia vida, a millones de personas que, no contentas con vivir sus propias existencias, siguen con avidez sus pequeñas y grandes peripecias cotidianas, desde que estaba en el seno materno hasta la primera vez que comió papilla, comenzó a andar o se le cayó un diente.



Parece que la representación, a modo de obra teatral, de la vida sin mayores complicaciones es suficiente motivo de interés para el gran público, que se ve reflejado en todas y cada una de las vicisitudes que le suceden a su protagonista. Pero cuando éste comienza a sospechar que algo no es normal y, finalmente, descubre todo el montaje, a la comprensible desesperación inicial le sigue una rebelión personal que contará con el apoyo entusiástico de todos aquellos que le siguen. Pudiera parecer que los espectadores le querrán mientras se desenvuelva movido por los convencionalismos sociales establecidos, una vida modélica, un ejemplo a seguir, todos le tienen por alguien de su propia familia a fuerza de verle durante tantos años. Pero la reacción de los televidentes es todo lo contrario: hacer cosas distintas, salirse de las rígidas normas que nos atenazan, es motivo de aplauso general.



Truman sale del anodino programa de televisión en el que se ha visto inmerso algo más de tres décadas con entusiasmo, esperanza y un toque de humor. Pero yo me pongo en su lugar, cualquiera puede ponerse, y no creo que mi reacción fuera tan optimista. Quién no se ha sentido identificado con alguno de los aspectos que salen a relucir en el show de Truman. En realidad, desde el mismo momento que venimos al mundo, son los demás los que deciden por nosotros, y así durante mucho tiempo, a veces a lo largo de toda nuestra vida. Primero nuestra familia, después la familia que formamos, los amigos, los jefes en el trabajo, las autoridades, nuestros gobernantes.... Todos parecen formar parte de una representación en la que el principal objeto es influir sobre nuestras decisiones y sobre nuestra manera de concebir la vida.



La falta de libertad tan angustiosa de Truman no es muy distinta de la que la mayoría de nosotros tenemos. Nos hallamos presos de horarios, obligaciones y rutinas que la sociedad en la que vivimos nos impone, y yo, como Truman, siento muchas veces deseos de plantarme y decir "hasta aquí hemos llegado".



El creador del programa le decía a su protagonista, cuando el velero en el que huía a través de un mar artificial con tormentas y oleajes también artificiales choca contra el fondo del monumental escenario, un decorado que representa un horizonte azul lleno de nubes blancas, que fuera de aquel mundo que había creado para él no iba a encontrar nada mejor, que era falso lo mismo que aquel del que intentaba escapar, sólo que allí nunca nada malo ha de pasarle. Intenta que sienta miedo, la más paralizante de las emociones, pero Truman decide (por primera vez en su vida), qué es aquello que quiere, escoge libremente, para bien o para mal, porque lo que no se puede consentir es que otros se crean dueños de tu vida y decidan por tí.



El creador, un gran tirano que juega a ser Dios aunque se ponga una máscara benefactora de padre absoluto y amoroso, se queda de una pieza porque no se lo esperaba. De nada le han valido los chantajes emocionales, tan frecuentes también en el mundo real, ni las amenazas augurando peligros de todas clases. "Aquí estarás siempre seguro". Pero a qué precio, un precio que Truman no está dispuesto a pagar.



Un mundo como el que habitaba Truman, donde hasta la salida de sol o de la luna estaban controlados por ordenador, donde todos los que participaban en él eran meros actores, es como esas superestructuras familiares, amorosas o sociales que se montan en torno nuestro afirmando garantizar nuestra seguridad, y que sólo sirven para ahogar nuestras aspiraciones, nuestros anhelos, nuestra verdadera forma de ser.



Será posible que, como Truman, podamos salir de semejantes trampas siempre que nos veamos inmersos en ellas, marchándonos por una puerta apenas vislumbrada en el decorado, que diga "Exit". Y tener la oportunidad de saber lo que es auténtico de verdad.

viernes, 25 de junio de 2010

Impresionistas: Degas







Aristócrata, cosmopolitca, rico e hipocondriaco, Degas encarnó a la perfección el ideal de Baudelaire, el cual decía que la tarea "del artista es hallar lo que hay de eterno y permanente en la fugacidad contemporánea".



Supo como nadie plasmar la vida urbana en el París de fin de siglo. Fue un caso aparte entre los impresionistas, pues idolatró el dibujo y prefirió los efectos de la luz artificial al colorido de la luz natural al aire libre. "Sólo se reproduce lo que llamó la atención, es decir, lo realmente necesario", solía decir.



Tuvo una exquisita educación y un desahogado nivel económico. Con todo a favor para ser un pintor de moda, se convirtió en un radical adversario de la tradición. La falsedad temática y la afectación técnica de la pintura premiada en los Salones era incompatible con su lucidez y su carácter agrio y desilusionado. Como Monet o Renoir, no se veía inventando empalagosos cuadros mitológicos. Pero no le interesaba tampoco la Naturaleza, como a ellos, sino el espectáculo de la vida urbana.



Soltero recalcitrante, decía: "No sé jugar al billar, ni hacer la corte a las mujeres, ni pintar ante la Naturaleza, ni ser agradable en sociedad". Sin embargo, el sexo femenino es vital en sus obras, como en las del resto de los impresionistas. Lo representa de muchas maneras, féminas sentadas en los cafés, en un escenario o en una sala haciendo ballet, desnudas bañándose y de mil formas, siempre con extraordinaria delicadeza. Los colores son tan pronto apagados y suaves como brillantes e intensos.



En su casa llena de polvo, escaleras de caracol, zapatillas de ballet, casacas de jockey, había reunido una soberbia colección de pinturas que reflejaba sus complejas preferencias.



Al final de su vida, abandonado por su ama de llaves, casi ciego, resumió su credo: "El arte es el dominio del dolor por la belleza".

jueves, 24 de junio de 2010

Impresionistas: Renoir




Los primeros trabajos de Renoir no fueron pictóricos, sino como decorador de porcelanas y abanicos, en donde pudo dar rienda suelta, a pequeña escala, a su gusto por la pintura galante del siglo XVIII, algo que después se reflejaría también en sus cuadros, lo que le distinguió del resto de artistas de su grupo.


Pero convertirse en pintor reconocido fue durante años un sueño muy lejano para él. Hasta los 40 años sobrevivió con la ayuda de sus amigos, pero el goloso festín de colorido que le ofrecía la vida de los parisinos al aire libre, los bailes populares y la belleza de las costureras que pululaban por Montmartre y que posaban para él le compensaban de todo.


Vendió su primera obra maestra, El palco, expuesta en la primera muestra de los impresionistas, por lo que debía a su casera, una miseria si se lo comparaba con lo que costaba un cuadro de los habituales del Salón. A la segunda exposición del grupo presentó 14 obras, algunas especialmente importantes, como Desnudo al sol, que indignó a la crítica. La actitud de ésta le hirió profundamente, pues si algo apreciaba era precisamente la sensualidad de la piel femenina, y por nada hubiera querido hacerla parecer fea ni execrable. Era lo primero que buscaba en sus modelos, siempre regordetas y deliciosamente saludables, porque según sus palabras "una mujer debe ser pintada como una bella fruta".


Se casó con Aline Charigot, una costurera con la que tuvo tres hijos, y fue todo lo feliz que le permitió la enfermedad degenerativa que ensombreció su vida a partir de los 50 años.


Con Aline y sus hijos como modelos, su obra se centra definitivamente en la figura humana. El éxito le sonríe, pero tras varias operaciones, la artritis lo deja inválido. En silla de ruedas, con el pincel sujeto con esparadrapos a la mano deformada, siguió pintando desnudos llenos de vitalidad.


Su lucha por la pintura como retrato de la belleza de la vida es una de las páginas heroicas de la historia del arte. Aunque él, con la sencillez del artesano que siempre fue, afirmó que lo que lo sostuvo frente a la adversidad fue algo muy distinto al heroísmo: "No sé si me habría hecho pintor si Dios no hubiera creado el pecho femenino".


Para Renoir, en todo caso, pintar constituyó siempre un auténtico placer.

miércoles, 23 de junio de 2010

Impresionistas: Monet




En una época en la que apenas existían las muestras individuales, el Salón de la Academia era el único sitio en el que un artista podía darse a conocer. Un joven Monet, que había llegado a París con los ahorros conseguidos haciendo caricaturas en El Havre, triunfa en ese escaparate de la pintura oficial con un retrato intachablemente clásico de su amante de 19 años, Camille. Pero el aclamado Monet está obsesionado con representar la figura humana, tan valorada por la Academia, al aire libre. Sólo un año después pinta Mujeres en el jardín, el primer cuadro enteramente plein air y el primero que le rechaza el Salón.


Monet encuentra, sin embargo, el tema al que va a dedicar toda su vida: la luz. Y comienza su largo calvario económico. Veinte años de la más dura bohemia. Su padre le retira su apoyo al saber de su relación con Camille, con la que tiene su primer hijo.


Pinta marinas, jardines y balnearios a orillas del Sena, temas que lo alejan cada vez más del Salón, pero no de su apasionada convicción: la pintura como el retrato de un instante. La imagen de una sensación hecha de luz y color.


Se establece en Argenteuil, donde construyó un pintoresco barco-taller como estudio de pintura. Gustaba de salir a paso ligero con Camille y sus niños, que le llevaban cinco o seis lienzos que mostraban el mismo motivo a distintas horas del día. En el barco los trabajaba rápido, uno tras otro, y los iba dejando a medida que la luz variaba.


Los artistas consagrados como Courbet se buarlaban del estrafalario método que Monet tenía para trabajar fuera del estudio una obra de gran formato, a base de excavar en la tierra para sujetar el lienzo. Poco le importaba a él. Obtenía a cambio lo que más buscaba: el milagro de la luz.


Se acerca a los 40 años y ha superado un intento de suicidio, pero pinta cuadros llenos de vital optimismo ante la belleza del mundo. Su status económico es precario.


Su mujer muere a los 32 años. Pinta su último retrato en el lecho de muerte. En adelante, las personas desaparecen de sus cuadros.


Más tarde se une a Alice Hoschedé, que ya tenía seis hijos de su primer marido. Se instala con todos en Giverny y su suerte cambia. El marchante Paul Durand-Ruel se convierte en el gran mecenas de los impresionistas. Comienza a pintar en series: 24 cuadros de acantilados, 15 de almiares, 18 vistas del Sena, 30 de la catedral de Rouen... Con ellas le llega el éxito.


Se construye en Giverny el jardín de sus sueños. Un paraíso a su medida, con seis jardineros y tres estudios, donde recibe a políticos, artistas... Y un inmenso estanque con nenúfares al que dedicará sus últimos años, convertido ya en un mito viviente. Pintando bajo una gran sombrilla blanca, persiguiendo un imposible que daría paso a la abstracción. "El motivo, para mí, es del todo innecesario", dijo en una ocasión. "Yo quiero representar lo que hay entre el motivo y yo".

martes, 22 de junio de 2010

Hipatia


Hipatia fue una de las mujeres más completas que la Antigüedad pueda habernos dado. Inteligente, brillante, de gran belleza, culta, estudiosa, curiosa y observadora, fue filósofa, astrónoma, matemática y una gran maestra.

Su padre, director del museo de Alejandría, le enseñó los misterios de la ciencia y le transmitió su pasión por la búsqueda de lo desconocido, pero ella fue más allá en su afán por aprehender el conocimiento.

Mejoró el astrolabio e inventó el hidrómetro. Ejerció de editora ordenando, reescribiendo a mano volúmenes, haciendo comentarios al margen.

Su casa era el lugar donde impartía clases a sus discípulos, un grupo de aristócratas paganos y cristianos, algunos de los cuales desempeñaron altos cargos. Hipatia despertaba una gran devoción entre ellos, y la consideraban, en palabras de uno de ellos, "una madre, hermana y profesora, además de benefactora(...)".

Vestida con el manto de los filósofos, explicaba en medio de la calle los escritos de Platón, Aristóteles y de cualquier otro pensador clásico, poniendo al alcance de todos el saber con un lenguaje sencillo y comprensible.

Hipatia era considerada una pagana, entendiéndose por tal la persona que no practicaba el cristianismo ni ninguna otra religión, y que defendía las ideas del pensamiento clásico griego. Ella nunca renunció a sus convicciones. Ésto y el hecho de gozar de tanta influencia siendo mujer, hizo que fuese asesinada por una turba con el pretexto de que no era cristiana y de que era un factor desestabilizante de la vida política de Alejandría.

En aquel momento la comunidad cristiana, especialmente radical en esa zona, y la pagana estaban muy enfrentadas, y con frecuencia recurrían a la violencia.

Su muerte fue muy lamentada y supuso el oprobio para las autoridades de la ciudad, a las que se acusó de haber sido instigadoras de tal hecho.

Ninguna de las obras que escribió ha quedado para la posteridad, así como la gran biblioteca de que disponía, que iba a ser la sucesora de la de Alejandría y que fue saqueada, pero su influencia y su ejemplo han sido constante fuente de inspiración a través de los siglos para todos aquellos que se han sumergido en las aguas del conocimiento.

lunes, 21 de junio de 2010

Los curiosos miembros de la Royal Society


Sólo un club de genios de las características de la Royal Society podía albergar a los científicos y pensadores más atrevidos que pudiera uno imaginarse. En sus 350 años de historia sus premisas han sido el afán de experimentación, la curiosidad sin límites y un punto de excentricidad muy británico. Algunos de ellos, además de legarnos valiosísimos descubrimientos, nos han dejado un sin fin de anécdotas que han pasado a los anales de la ciencia como dato que reafirma la extendida teoría de que los grandes cerebros suelen ser despistados e impredecibles.

Y así tenemos a John Haldane, bioquímico hijo de científicos y descendiente de aristócratas, cuyo gusto por la experimentación rozaba la chaladura y el desprecio a la propia vida. Sus investigaciones sobre gases las realizó usando sus propios pulmones. Fabricó una cámara hiperbárica casera en la que se metía para estudiar los efectos de la descompresión. Una vez le dieron convulsiones tan violentas que se rompió varias vértebras, pero el buceo moderno sería imposible sin las tablas que él ideó. Como secuela le quedó una perforación de tímpano, sobre la que solía bromear: "La membrana se suele curar en pocos meses, y si aún queda algún agujero, aunque te quedes algo sordo, cuando fumas puedes expeler el humo por la oreja en cuestión, algo que causa sensación en las reuniones". Durante la 1ª Guerra Mundial se paseó por las trincheras para catar los gases que utilizaban los alemanes. En más de una ocasión estuvo a punto de asfixiarse, pero fue así como diseñó la primera máscara antigas.

Él no fue el único en asumir riesgos temerarios. Benjamin Franklin, empeñado en demostrar que los rayos no eran fuerzas sobrenaturales, salió al campo en plena tormenta con una cometa amarrada a un cordel metálico. Milagrosamente, sobrevivió al rayo fulminante.

Isaac Newton descubrió que la luz está compuesta por una suma de colores cuando un rayo de sol atravesó la ventana de su estudio. Se dice que era capaz de leer y montar a caballo al mismo tiempo. Su relato de la caída de la famosa manzana que inspiró las leyes de la gravedad demuestra que Newton disfrutaba tanto contando la anécdota y la pulió de tal modo que, en la versión que ha quedado para la historia, la manzana rebota graciosamente en su cabeza, cuando la realidad fue menos pintoresca.

Christopher Merret, uno de los socios fundadores, mientras experimentaba sobre la fermentación del vino se percató de la agradable efervescencia del brebaje resultante. Había inventado, sin proponérselo, el champán.

El físico Alessandro Volta informó a la Royal Society de sus ensayos con discos de plata y zinc sumergidos en agua salada. Cuando tocó los extremos, recibió una descarga. Desmentía así a su amigo Luigi Galvani, que defendía que sólo el contacto de dos metales con el músculo de una rana originaba una corriente. Zanjaba pues la polémica entre partidarios de la electricidad animal y la metálica, y de paso inventaba la pila.

El químico Robert Boyle inspiró la primera transfusión de sangre entre dos perros, y años después un estudiante fue convencido por dos miembros de la Royal Society para recibir una transfusión de sangre de oveja. Milagrosamente, sobrevivió al experimento. "El paciente está contento, incluso ha bebido un licor y fumado una pipa ", anotó un testigo.

El capitán James Cook, que documentó por primera vez el Pacífico, escribió una carta a la Royal Society en la que daba cuenta de cómo había librado a su tripulación de enfermar de escorbuto incluyendo cítricos y col agria en la dieta.

Alexander Fleming no patentó su descubrimiento, la penicilina, para que los antibióticos llegasen a todo el mundo. Él fue la viva imagen del altruismo.

El reverendo Thomas Bayes era un predicador mediocre pero un matemático soberbio. Diseñó una compleja ecuación que no tenía ninguna utilidad práctica en su tiempo, mero pasatiempo que ni se molestó en publicar, pero a su muerte un amigo la envió a la Royal Society. El modesto ensayo sobre la teoría de las probabilidades apareció en 1763 y durmió el sueño de los justos durante 250 años. Hoy, el teorema de Bayes es utilizado en modelos informáticos sobre el cambio climático, pronósticos del tiempo, astrofísica, datación de fechas por radiocarbono, análisis bursátil y proyecciones de encuestas.

El astrónomo Edmund Halley fue admitido antes de terminar su licenciatura en Oxford; Charles Darwin, cuando aún no se conocían sus investigaciones sobre la evolución; William Henry Fox Talbot, dos años antes de inventar la fotografía.

La Royal Society no era una sociedad elitista. El óptico y naturalista Antoni van Leeuwenhoek era un autodidacta al que se publicó 200 ensayos y dibujos sobre vida microscópica. No sabía inglés ni latín. Escribía sus experimentos como buenamente podía en la jerga callejera del sur de los Países Bajos, donde se ganaba la vida vendiendo paños.

Lo que sí fue este selecto club es machista, pues las mujeres han entrado en él con cuentagotas. Caroline Herschel fue la primera fémina que recibió un salario por un trabajo científico como astrónoma real. Descubrió 8 cometas y 14 nebulosas, pero eso no le bastó para ser admitida.
La física Hertha Ayrton fue la primera nominada, pero su candidatura acabó siendo rechazada porque estaba casada.

La Royal Society lo cuestionaba todo, no se conformaba con las verdades establecidas. Y a veces estas normas se cumplían tan a rajatabla que daban lugar a situaciones cómicas, como cuando el naturalista Daines Barrington se cruzó media Europa para visitar a Mozart, cuando éste apenas tenía 8 años. Le sometió a una batería de examenes mientras éste tocaba el clavicordio. Barrington volvió a Londres muy satisfecho. "No es un enano, como sospechaban algunos, sino un genio precoz que toca como los ángeles, a pesar de que sus deditos apenas llegan a una quinta parte del teclado y que, juguetón, deja la interpretación a medias y se baja del taburete para perseguir a su gato", expuso solemnemente.

La Royal Society fue fundada por los seguidores de Sir Francis Bacon, filósofo que proponía que el conocimiento sólo se alcanza mediante ensayos y errores. El rey Carlos II les dió carta real. Su lema: "Nullius in verba", "No hay que dar nada por sentado". Pero sus miembros desterraron el latín como lengua del saber y usaron un inglés llano, sencillo, sin florituras retóricas. Fue y es una suma de esfuerzos en la que cada avance es publicado, compartido y revisado por la comunidad científica. Ellos, con su genialidad, su curiosidad y su osadía, han iluminado cada paso de la Humanidad en su aspiración por comprender el Universo.

domingo, 20 de junio de 2010

Evocaciones (III)








- Recuerdo, no sé por qué, un cenicero de cristal blanco que había sobre una de las mesas del salón de la casa de mi abuela materna. Tenía delicados cisnes alrededor y algunos parecía como que bebían de él. Era un objeto que captaba mi atención casi por completo siempre que iba allí, y me quedaba abstraída mirándolo. También me acuerdo de un gran aparador que tenía, con un espejo enorme, sobre el que reposaban dos grandes fotografías enmarcadas en plata: una en la que aparecíamos mi hermana y yo de niñas, muy guapas, rubias y bronceadas, cuando veraneábamos en Torrevieja, y otra que era un primer plano de la Reina, que mi tía Carmen le hizo en una ocasión que coincidió con ella.


- Recuerdo a mi primo Alejandro en un cumpleaños en su casa: lo sentamos en una silla y le tapamos los ojos con un pañuelo anudado detrás de la cabeza para darle a probar todo tipo de potingues que se nos ocurrían. Creo que le dimos a probar, entre otras cosas, Coca-cola mezclada con patatas fritas. Él lo escupía todo al suelo, con una mezcla de asco y de guasa. Era muy ganso y siempre tuvo muy buen carácter, era muy bromista. Se dejaba hacer cualquier cosa con tal de hacernos reír.


- Me acuerdo de mi primo Miguel Ángel, al que llevo unos cuantos años, cuando le compré con unos pequeños ahorros que tenía un paracaídas pequeño con su paracaidista incorporado, en una tienda de chucherías que había cerca de la casa de mi abuela paterna. Luego nos fuimos con mi hermana y su hermana al gran patio que tenía mi abuela y, como hacía mucho viento, lo desplegábamos y lo soltábamos. Llegó a volar hasta los pisos más altos, para luego caer. En otra ocasión le compré un arco con flechas, pero era malillo y no tardó en partirse por la mitad. Como mi primo hacía judo en el colegio, le gustaba practicar con mi hermana y conmigo, intentando hacernos llaves metiéndonos los pies entre las piernas para hacernos caer, cosa que no consiguió nunca porque nosotras éramos muy grandes a su lado. Ahora el gigante es él.


- Tengo un mal recuerdo de un día en que jugando hubo un accidente en casa. Mi hermana metió un dedo en el dintel de la puerta, que estaba abierta, donde las bisagras, y a mí, que era impulsiva y hacía las cosas muchas veces sin pensar, no se me ocurrió otra cosa que cerrarla de golpe, con lo que le arranqué la uña de cuajo. Lloraba muchísimo, mirándose la mano ensangrentada, mi madre medio desmayada en un sillón después de haber llamado a mi padre, que estaba en el trabajo. En cuanto llegó se la llevó en brazos a un puesto de socorro que había cerca de mi barrio, y volvió compungida con la mano vendada. Su uña nunca ha crecido bien después. La peor sensación que tengo es que yo en aquel momento lo que tenía era miedo por la paliza que suponía que iban a darme, más que por lo mal que lo estaba pasando mi hermana. Al final, sorprendentemente, no me dijeron nada.


sábado, 12 de junio de 2010

Superhéroes


El ser humano ha necesitado siempre de héroes, pequeños dioses que cada día más están sustituyendo a nuestro Dios tradicional, en una sociedad de creciente laicismo, y que son prosaicas referencias a las que acogerse y venerar como se han venerado a los ídolos mundanos desde los orígenes de la Creación, pues permiten que este mundo parezca un lugar mejor, más humano y habitable.
Estando en el último año del colegio recuerdo que el héroe que me deslumbró fue Superman, aquel ser prodigioso con apariencia de hombre corriente que, cuando llegaba la ocasión, se deshacía de la formalidad de su traje encorbatado, sus gafas de miope y su aburrida raya a un lado en su repeinada cabellera, para sacar a relucir su verdadera personalidad, justiciero en sempiterna lucha contra el Mal. Me encantaba verle volar sobre las casas, los campos y las nubes y, más que ninguna otra cosa, en el espacio exterior, dominando al planeta azul Tierra enfundado en su ceñidísimo mono también azul con su capa roja ondeando al viento. Había nobleza en su porte, luz en sus ojos, belleza apolínea en todo su conjunto. Era un dechado de virtudes, la perfección personificada.
Pero poco tienen que ver los superhérores de los cómics que vemos ahora con los de aquel entonces: Spiderman no deja de aburrirnos repitiéndose una y otra vez en una interminable saga cinematográfica, pues ha resultado ser una vulgar imitación de Superman, un pálido reflejo representado en un actor enclenque con escasas cualidades interpretativas. No es suya la costumbre de correr por la calle quitándose la ropa cuando surge una emergencia a la que acudir presto, descubriéndonos su atuendo de superhéroe que en realidad no se quita ni para dormir, aquel que es el que verdaderamente le distingue del resto de la Humanidad, con esa enorme S cruzándole el pecho. No es suya la idea de una novia a la que no puede revelar su identidad y a la que sus enemigos ponen constantemente en peligro sólo para hacerle daño. No es suya tampoco la figura del vengador que reparte leña allí donde hace falta, restituyendo el orden natural de las cosas.
En cuanto a Los Cuatro Fantásticos, por poner un ejemplo, con el hombre de goma, la mujer invisible, el hombre de piedra y el de fuego, al que se une amistosamente alguna que otra vez el hombre de hielo, y que tienen que luchar contra el hombre de arena, resultan poco convincentes, sobre todo porque casi forman todos juntos un equipo de fútbol, lo cual les resta protagonismo individual, sus supuestas heroicidades se confunden unas con otras y ninguna sobresale por su especial brillantez. Muchos efectismos visuales y sonoros y poca garra. Les falta sustancia, sus hazañas están descafeinadas, no tienen fundamento, no se esgrimen verdaderos argumentos de superhéroe como la honestidad, el altruismo, el auténtico sentido del valor, la abnegación, la entrega. Lo único interesante que parecen aportar es la aparición en escena por primera vez de una mujer, a la que hasta ahora no se la debía haber creído capaz de heroicidades y poderes sobrenaturales de ninguna clase.
Pero Superman podía hacer cosas que nadie más ha podido hacer jamás: detenía el tiempo, daba marcha atrás, invertía el sentido del movimiento rotatorio de la Tierra para deshacer lo que estuviera mal hecho y así cambiar el rumbo de la existencia, el destino fatal al que a veces parecemos estar avocados. Los que habían muerto volvían a la vida, los accidentes y catástrofes ya no tenían lugar. Era como si jugara a ser Dios. Y todo lo hacía por amor. El superhéroe venido de otro planeta albergaba en su interior un corazón humano con el que era capaz de sentir una gran pasión. Si se volvía malo era sólo bajo el influjo de maléficos sortilegios, nunca por propia iniciativa. Incluso sus puntos flacos, sus debilidades, como la proximidad de la kriptonita, que agotaba sus poderes y su aliento vital, le hacían aún más irresistible si cabe, porque tanta perfección habría resultado fría, hueca, repelente, un tanto insoportable.
Yo no necesito superhéroes que sustituyan a Dios, eso sería ridículo, no tendría sentido alguno, pero sí albergo esa idea romántica de un hombre o mujer distintos de la mayoría, capaz de cosas extraordinarias. Seguro que hay muchos caminando por ahí, viviendo cerca de nosotros, cruzándosenos por la calle, con una apariencia corriente, sin saber que dentro de sí encierran cualidades fuera de lo común. Puede ser que incluso seamos nosotros mismos y sólo falta que nos pongan a prueba para demostrar lo lejos que podemos llegar.

miércoles, 9 de junio de 2010

El sexto sentido


Hace poco vi un reportaje muy interesante acerca de unos chavales que tienen percepciones extrasensoriales, lo que se suele llamar el sexto sentido.
El mayor, de 17 años, vivía solo con su madre, que también las tenía, y ambos estaban muy angustiados porque no se atrevían a hablar de ello con nadie, no fuera a ser que los marginaran y los tildaran de locos.
Los otros dos, un niño de 12 años y su hermana de 10, vivían con sus padres y parecían afrontar el tema con más naturalidad y hasta con humor, menos el niño, que estaba muy asustado por las cosas que a veces tenía que ver y sentir.
El programa los junta a todos y, bajo la supervisión de un estudioso de la materia que parecía tener también estar percepciones, habitan durante unos días una casa en la que hay presencias. Estos chicos veían personas que estaban muertas, y sentían su dolor, su miedo o su angustia. El supervisor de la experiencia quería enseñarles a enfrentarse a estas visiones y a canalizar sus posibles temores y las sensaciones que estas presencias les transmitían, sobre todo para que no les afectara a ellos físicamente.
La niña, que era muy pizpireta y demostraba ser muy atrevida, tenía también premoniciones: podía saber con bastante antelación cuándo se iba a producir un hecho importante que afectara a muchas personas, casi siempre catástrofes naturales. Decía sentir tristeza e impotencia por no poder avisar a los posibles afectados antes de que se produjeran los hechos.
Su hermano consiguió durante aquellos días superar el lógico miedo que cualquiera tendría si pudiera ver muertos y sentir lo que ellos sienten. Tuve la impresión de que lo que más le angustiaba era pensar que esto le pasaba porque quizá no estuviera bien de la cabeza, y que esas visiones se terminaran apoderando de él y dominando su vida. Verle sonreir por primera vez fue muy reconfortante.
Yo tuve hace tiempo una compañera en el trabajo, Valle, que durante una época de su vida experimentó esta clase de percepciones. Cuando era más joven hacía labores de arqueología y compartía piso con dos de sus compañeras. Pero una noche apareció en la puerta de su habitación una chica muy pálida, con el pelo largo, oscuro y como mojado, que estaba ensangrentada y medio desnuda, tan sólo cubierta apenas por una toalla. Valle decía que la miró con angustia y que parecía querer decirle algo. Tan derrotada estaba por toda una jornada de trabajo que apenas podía abrir los ojos e incorporarse en la cama. Cuando ya pensaba que había sido una pesadilla, al día siguiente volvió a aparecer y esta vez despertó a su compañera de habitación que también la vió. Cuando le comentaron a la portera del inmueble, un edificio muy antiguo, lo sucedido, ella les contó que hacía mucho tiempo una mujer joven había sido asesinada por su celoso marido mientras se estaba bañando, en el piso que ellas ocupaban. Valle y sus compañeras no tardaron en cambiarse de casa.
Yo comparto con mi madre y creo que también con mi hijo la capacidad para tener premoniciones, aunque no tan claras y frecuentes como la niña del reportaje. A veces pienso en una persona que hace mucho que no veo y me encuentro con ella ese mismo día o al día siguiente, normalmente gente que ha sido significativa en mi vida por alguna razón. A veces pienso que es como si conservara por ello una conexión mental o espiritual.
Cuando tuvieron lugar los atentados de Atocha, la tarde anterior estaba charlando con mi madre en el salón de su casa, y de repente dejé de oir lo que me estaba diciendo y se formaron en mi cabeza unas imágenes extrañas, en las que veía como si los cristales de la ventana que tenía detrás de mí, bajo la cual estaba sentada, estallaban en mil pedazos y volaban sobre mí. Fue una sensación muy rara, porque me pareció una cosa muy real que me venía de pronto a la mente y era como si estuviera yo metida en mitad de la acción y ésta transcurriera de forma ralentizada. Debió durar sólo unos segundos, pero a mí me parecieron minutos, y durante todo ese tiempo sentí un calor sofocante y una angustia extraña y opresiva, un miedo que normalmente no suelo tener.
Ver muertos por supuesto que no los veo, pero he notado su presencia o, como si dijéramos, su esencia, siempre personas de mi familia. Cuando murió mi abuela paterna (yo no sabía que se estaba muriendo), esa noche, cuando estaba a punto de dormirme, noté como si me invadiera una ternura muy grande, una dulzura, que ella siempre transmitía, y me vinieron a la memoria escenas de cuando ella veraneó con nosotros y nos preparaba un postre que sólo ella hacía. Hace poco cuando falleció mi suegro, al día siguiente noté como algo que pasaba rápidamente por detrás de mí cuando estaba con mis hijos en casa, y pensé enseguida que era él que nos visitaba y nos estaba mirando. Me gustó la sensación, aunque también sentí pena.
Ignoro qué es lo que tienen esas personas que nacen con un sexto sentido que no tengan los demás, pero es una cualidad que convendría estudiar en profundidad.
Puede que entonces fuésemos testigos de sorprendentes revelaciones.

miércoles, 2 de junio de 2010

In Arcadia ego


Parece mentira en los tiempos que corren que la tan ansiada y cacareada igualdad entre el hombre y la mujer esté cada vez más lejos, pese a la cantidad de dinero que se están gastando en campañas publicitarias, creación del correspondiente Ministerio, Consejerías e Institutos, centros de apoyo y acogida, y el resto de la parafernalia que, por desgracia, se nos ha hecho tan familiar.
Nunca antes la mujer estuvo más expuesta a la mirada crítica de la sociedad, nunca antes tan perseguida por el macho como ahora. Cuando sale un anuncio con una mujer tendida en el suelo inconsciente con su hijo llorando junto a ella, o cuando aparece con la cara llena de moratones mirando directamente a la cámara, parece que el sexo femenino se ha convertido en un grupo de riesgo que no deja de pedir clemencia por algo malo que ha debido hacer, de inspirar compasión.
Ahora las mujeres que se ven amenazadas por sus parejas compartimos con los ancianos un aparato que se cuelga del cuello para avisar a un centro social en caso de existir una situación de riesgo. Y aún así no es un sistema que garantice seguridad alguna.
Dicen que todo esto no es tan necesario en el norte de Europa. ¿El clima?. ¿La educación?. ¿Son las nórdicas sociedades más avanzadas que la nuestra?. Puede. O quizá sea que enarbolar una bandera reivindicativa de derechos femeninos ponga nerviosos a los hombres, eternos dueños de la Creación, y consigamos el efecto contrario, que se cierren en banda sintiéndose amenzados en sus prerrogativas.
Qué absurdo, tan absurdo como cualquier otra injusticia social. Nunca he entendido por qué unos tienen que estar por encima de otros. Somos diferentes, pero no mejores ni superiores unos respecto a otros.
El feminismo es una causa que hay que abrazar sin remisión tal y como están las cosas, aunque yo tengo mis reservas respecto a ella, por su radicalismo. Ya desde los tiempos de las sufragistas, a las que en su momento se puso en tela de juicio y que sufrieron todo tipo de burlas y escarnio, los hombres decían que eran señoras de cierta posición que se aburrían en sus casas y, como no tenían otra cosa mejor que hacer, habían decidido salir a la calle a dar unos cuantos gritos y montar algún cisco en corrillo, que es en realidad lo que se supone que ya hacíamos habitualmente aunque con menos alharacas.
Y qué poco hemos evolucionado desde entonces. Mientras haya sociedades en las que las mujeres tengan que ir tapadas de los pies a la cabeza, como si tuvieran algo malo que ocultar o de lo que avergonzarse, mientras sigan siendo lapidadas y sufriendo ablaciones, qué sentido tiene todos los discursos que puedan hacerse sobre el tema. Y encima basándose en tradiciones religiosas. Qué Dios es aquel que discrimina a sus hijos, qué divinidad permite y fomenta que cualquiera de los seres que ha creado sea torturado y asesinado en su nombre y de esa manera.
No hace falta ir muy lejos para comprobar hasta qué punto estamos en pleno retroceso social y cultural. Sólo hay que oir las letras de la mayor parte de las canciones de reagatton, algunas número uno en las listas de ventas, que nos vienen en su mayoría de Sudamérica, para hacernos una idea del desastre. En ellas el sexo es casi siempre el tema principal, y la mujer su objeto principal y su obsesivo motivo de escarnio. Por poner un ejemplo de una que se oye mucho ahora: “Yo tengo una amiga, que cada vez que la veo, no sé si darle un beso, o darle un hueso, perra”. Y se quedan tan anchos.
Y estas no son las más procaces que he podido oir. Algunas llaman putas a todas las mujeres, ya sean novias, madres o hermanas. El empobrecimiento mental y el deterioro del buen gusto van a la par a pasos agigantados.
Quisiera pensar que alguna vez podré decir que hemos conseguido llegar a la Arcadia, ese lugar imaginario donde reina la felicidad, la sencillez y la paz, un lugar donde no habrá hombres y mujeres, sino sólo personas.
In Arcadia ego.

martes, 1 de junio de 2010

Pintura hiperrealista (VIII): Karin Knefell



Esta artista alemana es catedrática de arte en la Academina de Múnich. Está muy influida por el Barroco. Gusta de figuras geométricas y colores brillantes.
 
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