viernes, 22 de octubre de 2010

¿A quién ama Gilbert Grape?

¿A quién ama Gilbert Grape? es una de esas películas a las que no terminas de descubrir toda su esencia sino después de haberlas visto en más de una ocasión.

La 1ª vez que la vi me pareció extraña, anodina, desagradable incluso, sólo con algún momento bonito, una película fácilmente olvidable y que no pensaba volver a ver nunca más. Pero la 2ª, por alguna razón no pude de dejar de verla, aunque fuera por disfrutar con Johnny Deep, un actor interesante e inquietante donde los haya, y desde luego por la interpretación de Leonardo di Caprio, que aquí hizo su debut y que se metió en el papel como nadie he visto que haya hecho nunca jamás, impresionante.

En un principio parece una historia lacrimógena y vulgar, con un sentimentalismo facilón y exasperado. Pero la sórdida realidad en la que vive Gilbert Grape, por excesivos que puedan ser el resto de los personajes que le rodean, no son más que el contrapunto que permite adentrarnos en la vida de una persona que, pese a todas las dificultades que tiene que soportar,  posee un alma bondadosa en extremo y un sentido del deber casi heroico.

Gilbert se halla en una encrucijada, un callejón sin salida del que parece no poder salir. Su existencia transcurre en una permanente rutina hecha de tedio, desesperanza y angustia. A cargo de una madre minusválida debido a su tremenda obesidad, y de un hermano con discapacidad mental, lucha por sobrevivir en un pueblo aislado con un trabajo cualquiera que le permite ir tirando. Las únicas notas de maldad, si es que se le puede llamar así, provienen de su relación con una de sus dos hermanas, que constantemente le acosa con sus burlas y provocaciones.

De entre todos los miembros de su familia, destacan precisamente aquellos de los que tiene que cuidar, su madre y su hermano. Ella, deformada por una gordura sin límites, es una persona tremendamente tierna, llena de humanidad. Vive deprimida por su situación y porque se siente una carga para los demás, pero al mismo tiempo disfruta enormemente de su maternidad, porque quiere a sus hijos hasta la locura, y no deja pasar la oportunidad de besarlos y abrazarlos siempre que puede. La inmensidad de su bondad y su desesperación corren parejas a la inmensidad de su maltrecho cuerpo.

El hermano discapacitado vive perdido en una constante actividad física que no es capaz de controlar, repitiendo las mismas frases sin descanso, machacando la paciencia y la resistencia psíquica de todos los que le rodean. Uno de sus pasatiempos favoritos es desobedecer, poner al límite al resto de la gente. Pero bajo su aparente retraso mental se esconde una gran sensibilidad, un gran observador de lo que acontece a su alrededor, y un amor inquebrantable por aquellos que le cuidan. Cuando Gilbert pierda los estribos con él en una ocasión (la carga es excesiva) y le pegue, ambos lo sentirán después enormemente, cada uno a su manera. La escena de la reconciliación es muy significativa, pues el agredido se cobra una débil venganza en su agresor (sus reacciones son imprevisibles), cuando le pega a Gilbert con poca convicción, medio jugando, pues es algo nuevo que ha aprendido, ya que todo lo hace por imitación, para luego olvidarse de ello.

Con sus dos únicos amigos, Gilbert mantiene una relación superficial, no son personas con las que poder sincerarse. Él se aburre con ellos.

La llegada de una chica en una caravana, con la que recorre EE.UU. en compañía de su abuela, dará un giro radical a su vida. Ella representa la dulzura, la comprensión y el desenfado que han faltado siempre en su vida. Le enseñará a Gilbert a disfrutar de un atardecer sentados en el campo (el cuidado de su familia y el trabajo ocupan la mayor parte de sus horas), le mostrará la forma como tener confianza en sí mismo y el placer de poder confiarse a alguien que sabe de antemano que le va a entender. También a tratar a su hermano.

La vida en la casa familiar es un completo caos, con discusiones constantes a la hora de comer. Parece como si el delicado equilibrio que los une se fuera a romper bajo el peso de una incomprensión mútua tan enorme como el peso de la madre cuando hace crujir las tablas del piso cada vez que va a dar un paso, amenazando con derrumbarse todo. En esa familia todo parece estar a punto de venirse abajo. Gilbert no puede vivir ajeno a esta realidad, por más que intenta evadirse.

Leí un comentario en Internet sobre él que le describe muy fidedignamente: “Gilbert es alguien que antepone su inquebrantable amor hacia su familia y su hondo sentido de la responsabilidad a la más mínima tentativa de satisfacción personal”.

Cuando muere su madre, él y sus hermanos deciden dejarla en su habitación, sobre su cama, y prenderle fuego a la casa. El fuego purificador, cómo no. Esas llamas terminan con una etapa de su vida y así empieza otra.

La chica que ha conocido se tiene que marchar. “No tengo a dónde ir”, le susurra Gilbert al oído. Él tiene una enorme necesidad de ser amado. La falta de amor en su vida le causa una gran frustración. Al final se irá con ella, llevándose a su hermano consigo.

Nos queda en la memoria, sobre todo, la imagen de la madre, fuerte y frágil a la vez, llena de ternura y de tristeza. También la del hermano, perdido en su mundo, vulnerable, tierno, inocente. Son seres que aunque parecen grotescos son muy especiales, personas que hacen olvidar sus taras por lo intenso de sus personalidades.


Es ésta una película transparente, agridulce, llena de sensibilidad, que explora los laberintos de la mente y del alma humanas de una forma nunca antes vista, un soplo de aire fresco en la industria cinematográfica americana.

Al final descubrimos que Gilbert Grape ama a muchos.

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