martes, 30 de agosto de 2011

La habitación


Antes de las vacaciones mi hija hizo una pequeña remodelación en su habitación. Quitó todo lo que le pareció superfluo o infantil y colocó por las paredes unas fotografías suyas, sola o con amigas, que imprimió en tamaño grande. Curiosamente, dejó en una de las estanterías un libro que compré cuando eran más pequeños ella y su hermano que enseñaba a hacer trabajos con cartulina y otros materiales. Yo, que soy tan torpe para las manualidades, con ese libro todo parecía muy sencillo, y además tenía ideas muy buenas y se podían hacer cosas muy bonitas.

Recuerdo que lo adquirí en una época, cuando estaba casada, en que los fines de semana en el pueblo de mi ex marido se hacían muy largos y no sabía cómo entretener a los niños, y de paso entretenerme yo.

No sabía que a Anita le hubiera gustado tanto. La verdad es que yo no he sido una madre que supiera distraer a sus hijos. No se me ocurrían cuentos ni juegos, no tengo imaginación, y creo que mis hijos echaron en falta eso, sobre todo Anita. Nunca he pasado más allá del corre que te pillo o el hacer cosquillas cuando menos se lo esperaban.

Ella no fue la típica niña que jugaba con muñecas. Colocaba una pizarra en la cabecera de su cama, me hacía sentar, escribía unas letras con la tiza y con una regla me iba señalando lo escrito para que yo lo repitiera. Imitaba a una profesora que tenía por entonces que, por lo que pude ver, debía ser tediosa. Cuántos docentes mediocres hacen perder el tiempo a los niños y terminan por hacer desaparecer su interés por las cosas y por desaprovechar su capacidad intelectual. Los peques son como esponjas, todo lo absorben, y necesitan de alguien que se interese realmente por ellos y los estimule.

También conservó unos albumes, con personajes de Walt Disney en la portada, llenos de pegatinas que coleccionó cuando estaba en el colegio. Todos los niños las tenían, estaban de moda. Algunas con mucha fantasía, pues eran en relieve o tenían ojos de esos que se mueven cuando los agitas.

Ana dejó su dormitorio más acorde con su edad, más adolescente. Pero me fijé que había quitado el pequeño Niño Jesús dormido de su alfombrita. Sé que ella carece de creencias religiosas, para mi desgracia, pero aún así le pregunté por qué lo había hecho desaparecer. “Es que no es nada fashion”, me dijo, “no pega con nada de mi habitación”. Al poco tiempo puso en su lugar una medallita que le regalaron cuando nació, y al Niño Jesús me lo encontré guardado en uno de sus cajones. Anita es de las personas que, aunque se confiesan ateas, conservan en el fondo de su corazón sin querer reconocerlo ni a sí mismas ni a los demás un pequeño lugar para la esperanza, porque nadie puede vivir sin un poco de luz ilumininándolo por dentro.

Qué tenía yo a su edad en mi habitación. En la cabecera de mi cama fotos de series de televisión que emitían por aquel entonces, una imagen de una nebulosa verde que recorté de una revista y un anuncio del perfume Jules que era el dibujo de un hombre moreno, alto y fuerte que estaba de espaldas, muy anchas espaldas, con una cazadora negra. En las paredes un gran póster de la película La familia, fotos de actores de antes (James Dean, Marlon Brando) y una postal que representaba un pequeño elefante subido a un globo aerostático con un ratón, en la que se decía que la amistad no depende de cosas como el espacio y el tiempo.

Recuerdo que yo me encontraba muy a gusto en mi habitación. Tenía el mismo tamaño que la que tiene ahora Ana, pero la compartía con mi hermana. No había mucho espacio para las dos, pero tampoco importaba. Mi cama era muy confortable, no he vuelto a dormir bien en ninguna otra. Luego se deshicieron de ella cuando me casé, porque mi hermana redecoró el dormitorio para adaptarlo a su gusto y nueva necesidad, con una sola cama. Así tenía más espacio, y además le daba menos pena al ver mi cama vacía.

El dormitorio es una de las habitaciones de una casa que más remodelaciones puede sufrir. Es el sitio más personal, nuestra seña de identidad. Tengo unas fotos que cogí de una revista de decoración con ideas diferentes y maravillosas para mi dormitorio, al que desde hace tiempo tengo ganas de cambiarle el aspecto. Quizá porque mis gustos y las modas han cambiado desde que lo decoré, y también mis circunstancias, y ahora necesito otra cosa.

En realidad cambiaría toda la casa, que ya hace casi 17 años que vivo en ella y le hace falta otro look. Bueno, cambiaría de casa para mudarme a una más luminosa y más grande. Bueno, cambiaría a otro barrio, donde no demuelen fábricas durante interminables meses y no haya partidos de fútbol que colapsen la vida de la vecindad. Bueno, cambiaría de ciudad aunque fuera por temporadas, porque Madrid me agobia un poco últimamente con tanta gente y tanto tráfico. Bueno, cambiaría de país, que esta España cañí ya cansa un poco y necesito nuevos aires. Bueno, me iría a vivir a otro planeta porque esta bola azul que es La Tierra se va a ir a la porra cuando menos lo esperemos …

De momento, la habitación de Ana es la que ha cambiado. Y ya es un comienzo.

lunes, 29 de agosto de 2011

Desastres naturales


Alucinaba este fin de semana con las noticias que salían en televisión acerca del huracán que azota EE.UU. Se veían las calles de Nueva York desiertas el domingo por la mañana. La ciudad estaba en esos momentos bajo los efectos de una gran tormenta de lluvia y viento que era un adelanto de lo que se avecinaba. Las autoridades habían alertado a la población para que no salieran de sus casas. Tiendas, lugares de espectáculos, metro, autobús, tren, aeropuertos, todo estaba cerrado. Tan sólo algún transeúnte solitario o algún coche.

Las recomendaciones hacían pensar en el advenimiento de una guerra: aprovisionamiento masivo de alimentos, lámparas de camping o velas para los cortes de luz, asegurar los cristales de las ventanas. Se temía por la acción destructiva del viento en los rascacielos. Y por la crecida de los ríos y la marea en los distritos más cercanos al mar. El huracán había perdido mucha fuerza a medida que se aproximaba a Nueva York, pero seguía existiendo mucho peligro.

Me impresionaba sobre todo el hecho de contemplar de esa manera a una ciudad que se ha dicho siempre que nunca está vacía, que nunca duerme, que vive en permanente ebullición. Cuando vemos que algo así sucede nos sentimos inquietos, porque por alguna razón Nueva York se ha convertido en un lugar emblemático, el símbolo de una nación poderosa. Si allí ocurre cualquier cosa mala, lo mismo puede pasar en el resto del mundo. Por eso lo sucedido con las Torres Gemelas causó tanto impacto, además de por tratarse de un hecho dantesco sin precedentes. Los terroristas apuntaron premeditadamente al corazón del mundo.
Y realmente, viendo esas imágenes por televisión de las calles desiertas, parecía como si hubiera llegado el fin de los tiempos, como en esas películas de catástrofes en las que recrean mil y una veces un Nueva York devastado, asolado por incontables desastres, naturales o no. Observar esas calles vacías con los anuncios luminosos funcionando sin parar, technicolor del neón, y sin nadie que los mirara sobrecogía.

Pero para imágenes anodinas las del tsunami de Japón. Todavía meses después siguen circulando videos de todas clases en los que se puede contemplar la magnitud de la tragedia desde muchas perspectivas distintas, por si no nos hubiéramos hecho ya una idea. Hace poco me mandaban uno que me dejó sobrecogida. El que llevaba la cámara de video estaba subido a una zona elevada cerca de la costa desde la que se contemplaban las casas de una pequeña población japonesa, atravesada por un río. En un momento dado algo empezó a cambiar en el tranquilo paisaje rural. Una gran masa de agua que apenas se vislumbraba a lo lejos comenzaba a meterse tierra adentro anegando todo lo que encontraba a su paso, y se iba acercando, al principio parecía que muy lentamente, después se comprobaba que a gran velocidad.

A medida que avanzaba, y cuando aún no se veía bien lo que estaba pasando por la lejanía, iban apareciendo zonas de las que salía humo, como si se hubieran declarado pequeños incendios. Cuando la creciente masa de agua llegaba a las proximidades del cámara, éste subió a un lugar un poco más elevado y siguió tomando imágenes. El río se convirtió en una ola grisácea que rebasó los límites de su cauce y se unió al resto de la marea en su acción devastadora, arrastrando consigo en una corriente monstruosa todo lo que encontraba a su paso.

Era muy curioso ver cómo arrancaba las casas y se las llevaba flotando como si fueran cajas de cartón. Me imagino que estas viviendas construidas con madera y sin cimientos es muy fácil que cualquier fenómeno de la Naturaleza se las lleve por delante. Algunas personas habían salido de ellas casi al mismo tiempo que llegaba el agua, y subían corriendo por la ladera de la montaña hacia donde estaba el cámara. Pero tampoco corrían muy deprisa teniendo en cuenta lo que se les venía encima, quizá porque el shock hacía que estuvieran como sonados.

Una persona intentaba ayudar a una mujer a salir de la corriente, mientras ésta se agarraba a donde podía, pero sin demasiada convicción por ninguna de las dos partes. No había aspavientos ni parecía haber demasiado terror. Era, como digo, como si estuvieran bajo los efectos paralizantes de la sorpresa y el estupor. El ruído que hacía el agua debía ser atronador, aunque en el video casi no se apreciara.

Parece que la Naturaleza reparte palos a partes iguales. Ya estábamos hartos de ver azotadas siempre tierras en las que ya de por sí reina la pobreza. Ahora dos fuertes de la economía mundial, EE.UU. y Japón, han visto golpeada la seguridad de sus defensas por enemigos que no son humanos. Tenemos que protegernos, dicen mientras aumentan su arsenal nuclear y entrenan a sus ejércitos, siempre con el dedo cerca del botoncito rojo. Pero cuando sobrevienen catástrofes como éstas, de qué les sirve tanto armamento y tanta milicia. En qué se queda el poder de los hombres frente a la fuerza de los elementos.


domingo, 28 de agosto de 2011

Escultores (III): Arno Breker


Arno Breker, nacido en los albores del siglo pasado, fue un escultor y arquitecto alemán. Su padre fue también escultor. Tras estudiar Bellas Artes se traslada a París, donde toma contacto con las obras de Auguste Rodin, entre otras. Después marcha a Roma. En Florencia se sentirá cautivado e influido profundamente por la obra de Miguel Ángel.

Sus amigos de su tierra natal le convencen para que regrese. En 1936, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Berlín, recibe el pedido de tres estatuas para el estadio. A partir de entonces trabajará para Hitler, siendo ésta su etapa más fructífera. Sin embargo, durante la guerra, ni la cuarta parte de sus obras se salvó del bombardeo enemigo.

Tras la guerra sigue dedicándose a la escultura y a la arquitectura. Dedica mucho tiempo a la realización de bustos de personajes conocidos, como Salvador Dalí.
Por su relación con la Alemania nazi su trabajo no tuvo la repercusión y el reconocimiento que cabría esperar. Cuando unos años antes de morir quiso participar en una exposición en París, muchos escultores amenazaron con retirar su obra si él exponía.


 

Llama la atención la perfección de sus figuras masculinas, hercúleas y viriles, de una belleza absoluta, representadas con frecuencia en actitudes de fuerza. La representación del cuerpo femenino quizá no esté tan lograda, pero es también delicada y hermosa.

sábado, 27 de agosto de 2011

Miguel Ángel y el amor


Estoy sorprendida y encantada con los progresos de Miguel Ángel en el Hospital de Dïa. Allí han conseguido sacar de él a una personita encantadora que hasta ahora permanecía oculta en lo más recóndito de su ser y que ni yo misma conocía. Sólo había vislumbrado en ocasiones breves atisbos de ella.

Está sucediendo muy deprisa, como si todas las cosas que conforman su personalidad salieran de repente en tropel en cuanto alguien les ha abierto la puerta de la jaula en la que estaban confinadas. Y además coincide con un periodo de su vida, la adolescencia, que ya de por sí conlleva infinidad de cambios. Ha sido éste el momento propicio para que todo esto sucediera, cuando Miguel Ángel está en plena transformación.

Y con esa transformación llegan las necesidades propias de su edad. Siempre se ha fijado en las chicas, pero sólo en una ocasión, en la época del colegio, cuando estaba en penúltimo curso, hizo objeto de los anhelos de su corazón a una, de la que todos estaban loquitos: que si ha pasado por mi lado y ha rozado mi mesa con el pompis, que si estaba cerca de ella y ha hecho así con el pelo (chas, chas) y me ha tocado… Tenía sólo 10 años y sin haber experimentado nada parecido antes se encontraba enamorado y no de cualquier manera.  

Como era de esperar la niña no le hizo más que un poco de caso. Cuidaba de su ejército de fervientes admiradores lo justo. Le gustaba jugar con ellos, con sus ilusiones, gozaba atormentándolos porque quería que todos absolutamente estuvieran pendientes de ella.

Desde aquel entonces Miguel Ángel no volvió a dar muestras de amor por ninguna otra chica. La que le había gustado estuvo en su clase al pasar al instituto y lo único que le producía era indiferencia. Me empezaba a tener un poco preocupada, porque al llegar a la adolescencia es precisamente cuando más interesados están en estos asuntos. Supuse que su estado psíquico le impedía llevar una vida normal en ese y en todos los sentidos, hasta que en el sitio al que va ahora le abrieron la mente y el corazón.
Artemisa se llama el objeto de sus desvelos, una compañera de terapia. Nombre de diosa, cómo no. La primera vez que ella se incorporó al grupo Miguel Ángel me lo comentó, cosa que no suele hacer, y ya por entonces me llamó la atención ese nombre tan mitológico para una chica.

Lo cierto es que hace poco él se había atrevido a decirle algo sobre lo que sentía y ella había escurrido el bulto. Él me dijo que ella se comportaba de forma equívoca, que daba a entender cosas que luego no eran verdad, que le gustaba caldear el ambiente y nada más. “Mamá”, me dijo con una sonrisa triste, “si con la medicación que estoy tomando es imposible que me venga abajo”.

Si supiera mi niño lo corriente que es todo eso, da igual que seas experto o inexperto en el amor, da igual los años que tengas, pasa en cualquier momento de la vida y te hace quedar como un pardillo aunque no lo seas. Miguel Ángel estaba un poco resentido y dijo alguna que otra cosa poco laudable respecto a ella, pero no me gusta que hable así. No sabe que la que sale perdiendo es ella, todos los que quieren dar un paso y se echan para atrás es una oportunidad de crecer y disfrutar que pierden. El que es rechazado por lo menos ha hecho las cosas con el corazón, con nobleza, como ha creído mejor, y eso dignifica a la persona. El corazón un poco roto al final, eso sí, pero generoso, auténtico.

Desde aquella experiencia del colegio pude colegir que se trataba de un ser muy emotivo, muy sentido en esto del amor, capaz de pasiones profundas y duraderas. No es un frívolo superficial, tan corriente hoy en día, el típico picaflor, hoy con una mañana con otra, incapaz de interiorizar nada que no sea la satisfacción de sus propias necesidades. Seres limitados, sin luz, que van dando tumbos de un lado para otro sin rumbo fijo, que cuando llegan a adultos o continúan en las mismas hasta el final de sus días, incapaces de plantar raíces profundas con nadie ni en ninguna parte, o se unen a personas de las que no tardarán en cansarse, como es su costumbre, para llevar una vida frustrante a la que nunca encontrarán color.
Miguel Ángel, reservado con sus asuntos personales, me sirvió el principio y el final de su historia amorosa en el mismo plato. No me había dicho que le gustara nadie, y antes de empezar ya me anunció su fin. Yo intenté animarle diciendo que esto era sólo el inicio de sus peripecias sentimentales, y que cuántas otras cosas le podrían ocurrir a lo largo de su vida que podrían dañar su corazón y que tendría que aprender a sobrellevar con valor. Ya sólo el hecho de que tomara la iniciativa en algo así me complació enormemente, porque me preocupaba pensar que su timidez le impidiera desarrollar esta y otras facetas.

Su espíritu y su mente se están abriendo al mundo. Me parece que es como el milagro de Anna Sullivan, cuando aquella profesora conseguía que la joven sorda, ciega y muda empezara a percibir en todas sus dimensiones la realidad que la rodeaba, después de muchos y angustiados esfuerzos. Realmente es un milagro.

viernes, 26 de agosto de 2011

Matrimonio


Tengo una amiga que me ha anunciado hace poquito que se va a casar. Y aunque está muy ilusionada y muy enamorada, las dudas le asaltan a cada paso. ¿Estaré haciendo lo correcto?. ¿No me estaré precipitando?. ¿Saldrá todo bien en el futuro o se irá al traste?.  Hace poco que conoce a su pareja y hace menos todavía que se fueron a vivir juntos pero imagino que, cuando uno tiene las cosas claras, y más ya a ciertas edades, el tiempo que se demoren las decisiones importantes es tiempo perdido.

Me conmueve profundamente la emoción que la embarga, los planes que va haciendo en su cabeza, sus proyectos. Nada has de temer, le dije yo, si ambos hacéis las cosas con el corazón, confiando plenamente el uno en el otro, queriéndose más cada día que pasa.

Me mandó mi amiga un e-mail con fotos y visita internáutica a la iglesia donde piensa casarse. Es una maravilla. Le comenté que lo suyo parecía un cuento de hadas. Ella, que perdió a su madre siendo muy joven, a la que estaba unida por lazos mayores aún que los de la sangre, sabe que la está mirando allá donde esté y que gozará con todo lo que le está pasando, porque una madre quiere siempre que sus hijos sean felices y estén con buenas personas que los quieran. Cuando le hice partícipe de mis pensamientos casi se echa a llorar. Siempre ha sido muy sensible, pero ahora más.

Su novio ha sabido conocer a mi amiga, algo que otros antes nunca se molestaron en hacer. La ha sabido tratar, la quiere y la cuida, la hace feliz. Ella, receptiva al máximo para todo, sea bueno o malo, ha visto en todo esto un regalo que Dios le ha dado y agradecida le corresponde sin reservas. Pero ambos están nerviosos, los preparativos de una boda pueden ser muy laboriosos, y creen que algo va a cambiar en sus vidas cuando estén casados.

Nada que ver. El matrimonio no cambia nada si lo que sienten es auténtico. El amor es el mismo, la convivencia idéntica. Sólo las novedades vendrán dadas por el nacimiento de los hijos, y lo normal es que ello colme la felicidad que ahora sienten. Muchos son los escollos que tendrán que salvar en su vida en común, los avatares de la existencia tanto si se está solo como acompañado, pero cuando las raíces están asentadas en terreno fértil, el árbol crece sano y fuerte sin que la lluvia, la nieve o el viento puedan hacerlo desaparecer.

De todas formas nadie tiene una bola de cristal donde pueda ver lo que sucederá en el futuro, y sería aburrido si así fuera. Es como ir al cine a ver la película sabiendo cómo va a terminar. Ya no tiene gracia, faltaría la chispa, la emoción del qué pasará. Si cada decisión que tomemos estuviera condicionada por nuestras inseguridades a cerca de sus consecuencias, el temor nos paralizaría, seríamos como vegetales, seres inanimados, sin capacidad de acción. La vida es eso que sucede mientas tú estás haciendo planes, como dijo Lennon muy acertadamente.

Hay ciertos pasos que se dan, como el matrimonio por ejemplo, que son en realidad un acto de fe, un derroche de generosidad de corazón, un abandono en el otro ser. Nadie tiene todos los ases en la manga, pero hay que jugar la partida porque si pasas te quedas relegado. Hay que echarle los restos, como se suele decir, a muchas cosas que nos parecen difíciles, pero sólo porque nosotros mismos somos nuestros principales enemigos y nos ponemos obstáculos allí donde no tendría por qué haberlos. Debemos confiar, creer en los otros, abrir la mente y el espíritu, sino nos volveremos pequeños, mezquinos.

Y lo digo yo que estoy divorciada, lo que no es óbice para que siga creyendo en el amor y en el matrimonio, o mejor en el amor en sí mismo, con o sin matrimonio. Sigo pensando que la unión de pareja es la mejor forma de vivir, y porque no me haya ido bien a mí no significa que vaya a ser así siempre.

Por eso animo a mi amiga a que de el paso, aplaudo una decisión que cada vez menos personas toman. Porque el matrimonio es una forma de sellar el amor, un sacramento más de la Iglesia, y alguna cosa más. Lo importante es estar juntos, y ya el estar juntos es de por sí una aventura.

jueves, 25 de agosto de 2011

Funcionarios de la Iglesia


Me comentaba hace poco Juan Ignacio, uno de mis sufridos seguidores, a propósito del post que escribí acerca de la venida del Papa, lo mucho que a él le parecía un simple espectáculo toda la parafernalia que se montó para el acontecimiento. Cree que todo esto poco o nada tiene que ver con Cristo, con su mensaje, y la prueba de ello es que su padre, al que cuida porque está enfermo de Parkinson, no recibe la comunión de los sacerdotes de su parroquia, que está cerca de su casa, porque dicen que ellos no hacen visitas domiciliarias auque se trate de feligreses enfermos que no pueden desplazarse. Cincuenta años acudiendo a Misa más que religiosamente para luego esto. Es como si asistir a los oficios fuera únicamente nuestra obligación, como mandan los preceptos de la Iglesia, y no pudiéramos esperar nada a cambio.

Yo le dije que en la mayoría de las ocasiones los sacerdotes de la actual Iglesia católica se han convertido en meros funcionarios que se limitan a hacer su trabajo en los estrictos horarios de que disponen y nada más. En el momento que no puedes ir a donde ellos están se acabó la religión para ti: ves las misas por televisión y sólo te confiesan y te dan la comunión cuando te estés muriendo.

Sé que la iglesia puede nombrar a ciertas personas para que lleven la Eucaristía al domicilio de los que están enfermos, pero los sacerdotes no van a ninguna parte salvo, como he dicho, en casos de extremaunción.

Y ciertamente lo que decía Juan Ignacio es cierto: poco tiene que ver el trabajo del sacerdote hoy en día con el mensaje que Cristo predicó. Un cura lo es siempre y en todo momento, las 24 horas del día durante el resto de su vida, incluso aunque colgara los hábitos. No sólo los misioneros dedican todo su tiempo, sin prácticamente horarios, a sus feligreses, si no que debería ser capaz de hacer lo mismo el que está en una parroquia, en lugar de convertirse en un funcionario adocenado que cumple con los mínimos requisitos y vive cómodamente.

De qué sirven tantas prédicas desde el púlpito hablando del mensaje de Cristo en la Tierra cuando ni el mismo sacerdote es un ejemplo vivo de ello. Para qué tantas catequesis, que duran cada vez más, no sé si para hacer desistir a la menguante masa de adeptos que tiene la Iglesia. Para qué tantos cursos prematrimoniales impartidos, como me pasó a mí y a unas cuantas personas más que conozco, por sacerdotes fanatizados que no dicen nada más que barbaridades a cerca del matrimonio, hablando sobre cosas que ni ellos mismos han experimentado y de forma agresiva, terminante, como si nos amenazaran a cada paso con algún castigo divino si se nos ocurriera cuestionar alguna de las aberraciones que dicen. Para qué tantos retiros espirituales, tantas novenas, tantos vía crucis.

Porque ser sacerdote no es un trabajo cualquiera, ni siquiera me parece bien que se les llame funcionarios. No es tampoco un trabajo, es una forma de vida. Y el que no sepa desempeñarlo, con todas sus consecuencias, mejor haría en dedicarse a otra cosa.
El oficio de ser cura en una parroquia puede ser algo mucho más dinámico, más auténtico, incluso más divertido. Acudir a donde están los enfermos, a donde están los más necesitados, a donde están los niños, la gente joven, a todo el que los necesite, que los necesitamos todos. No esperar a que todo el mundo les haga la visita, confinados en iglesias donde las puertas están cerradas prácticamente todo el día, supongo que por temor a robos o a actos vandálicos. Así no me extraña que la mayoría de sacerdotes parroquiales parezca que están como adormecidos, de puro aburrimiento, su fe está anestesiada.

Cristo no se quedó en Nazaret a predicar, recorrió kilómetros en busca de la gente, y la gente le correspondió, terminó por buscarle a Él. Le dije a Juan Ignacio que los curas de ahora son los que necesitan redención, porque viven muy lejos del auténtico significado de la fe cristiana. Y es que la Iglesia está compuesta por hombres y, como seres humanos, somos imperfectos y cometemos errores. Lo que hace falta es saber reconocerlos y enmendarlos. Y ahí tenemos que estar todos, arrimando el hombro.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Un poco de todo (XXII)


- Atención al post de Lorza girl del día 19 de agosto. En él escribe su Credo, del que extraigo algunos de los pensamientos que más me han gustado:

Creo que la mejor forma de creer en dios es creer en las posibilidades de la raza humana, pensar siempre lo mejor de los demás y tratar de ser la mejor persona posible en cada momento.

Creo que las creencias se elaboran por un proceso que se desarrolla a lo largo de toda la vida, que pueden variar según nuestras circunstancias, y que no están determinadas por ceremonias.

Creo que ninguna persona debería autodenominarse portavoz de la opinión de dios, de ninguno de ellos, porque aparta de dios a todas las personas que opinen de una forma diferente.

Creo que la piedad no consiste en rezar sino (,,,), en pensar en el bien de los demás y no sólo en el de uno mismo, en sentir el dolor de otros y desear aliviarlo.

Lorza girl me hace reir en la mayoría de las ocasiones con su particular sentido del humor, pero esta vez me ha hecho reflexionar por la forma como mira el mundo.

- Estaba viendo hace unos días por la noche un pequeño reportaje sobre Craig Kelly, un treintañero famoso por su maestría en el snowboard extremo, que practicaba en Canadá. Murió cuando decidió hacerse guía de montaña y se le vino encima una avalancha.

La verdad es que era impresionante ver cómo se deslizaba por laderas escarpadas que eran casi paredes verticales, con qué armonía, con cuánta seguridad, cuánta belleza en esas imágenes suyas descendiendo a gran velocidad, levantando a su paso una nube de blanca nieve pulverizada, sorteando todo tipo de obstáculos con unos reflejos sorprendentes. Con su tabla hacía medias lunas sobre las rocas medio cubiertas por la nieve, usaba los escollos para su disfrute también. Cuánta plasticidad en esas imágenes.

Lo que me dejaba de piedra era verlo tirarse por un precipicio y aterrizar muchos metros más abajo con su tabla con una agilidad y una flexibilidad asombrosas. No sé cómo sus piernas resistían el impacto. Por unos segundos interminables permanecía flotando en el aire mientras caía, como si quisiera subvertir las leyes de la Naturaleza. Era valeroso, magnífico.

Practicaba sobre todo el freeride, que es la bajada fuera de pistas, algo que en muchos sitios está prohibido por su peligrosidad. Algo así como ir por donde la nieve no ha sido pisada, por donde no han pasado las máquinas. De hecho en el reportaje se veía cómo se iban desprendiendo capas de nieve a su paso, formando mini aludes que le perseguían y parecían alcanzarle en ciertos momentos. Pero él siempre se desmarcaba y conseguía ir más rápido.

En un cierto momento confesaba que la muerte era algo que tenía presente pero en lo que prefería no pensar. Hay que vivir el momento con intensidad. Después de decir ésto miraba a otro lado, daba un gran suspiro y se quedaba como meditando sobre ello. Quizá intuyera que era una realidad mucho más cercana para él de lo que correspondería por su juventud.

Pero es curioso cómo  la historia se repite. Hace tiempo vi otro reportaje parecido pero referido a un surfista famoso. La misma edad, un aspecto muy similar, una forma de hablar y de pensar muy parecidas. La misma manera de acabar sus días. Él también protagonizaba escenas de gran belleza en el agua sobre su tabla, y también decía las mismas cosas sobre la muerte con los mismos gestos, le dejaba el mismo estado de ánimo.

Es como si tuvieran un sino trágico que hubieran aprendido a aceptar con resignación, y que se termina cumpliendo inexorablemente. Me produjo mucha melancolía. Por qué en el momento que el ser humano intenta superar sus propios límites se encuentra siempre con la misma respuesta, con el mismo trágico resultado. A ellos parecía no importarles mucho. Lo que sentían mientras practicaban esos deportes extremos daba un significado a sus vidas, era como una droga, y esos ratos de disfrute salvaje justificaban el riesgo, la posibilidad de tener una corta existencia.

martes, 23 de agosto de 2011

Piratas del Caribe


Desde luego, cuando un tema en el cine es taquillero casi seguro que luego nos van a llover las segundas, terceras, cuartas y tantas partes como sea necesario hasta agotar el filón. Y esto es porque hay muy pocos filones actualmente en el mundo del celuloide.

Hace años los taquillazos se sucedían sin parar, y no precisamente porque los films fueran muy comerciales. El éxito entre el público estaba garantizado porque había talento a raudales, y calidad. El Óscar era la rúbrica y el reconocimiento a un trabajo bien hecho, pero no imprescindible para que una película pasara a los anales. Daba igual el género que se tratase, aventura, comedia, drama, oeste, suspense, todo valía con tal de que tuviera algo que decir, y de una forma única.

Con Los piratas del Caribe asistimos a una de estas interminables sagas, en las que son los efectos especiales y la imaginación de los guionistas a la hora de idear situaciones los que priman, en detrimento de argumento y diálogos. La maestría del actor como intérprete se considera menos importante que su habilidad para rodar escenas arriesgadas. Hoy en día se gastan indecentes sumas de dinero en un amplio despliegue técnico, cuando en realidad por mucho menos se hacían películas antes que pasaban a la posteridad, y con muchos menos efectismos. Es como la botella de champán que se descorcha: mucho ruido, mucha espuma, y luego nada.

Así pasa que cuando veo alguna de las muchas partes de Los Piratas del Caribe, tengo una sensación de tedio, por la poca garra de la historia, la falta de fuerza de los diálogos y la insulsez de la pareja protagonista. Tan sólo me saca de la somnolencia la aparición en escena de alguno de los trucos visuales que, debo decir, no he visto en ninguna otra película antes. Ya en la 1ª parte aluciné con los piratas fantasma que, a la luz de la luna, mostraban su verdadera apariencia, esqueletos andantes con harapos piratescos. Cuando caminaban por el fondo del mar impresionaba verlos convertidos en un siniestro ejército de huesos que avanzaba con determinación iluminados por la luz crepuscular que se filtra a través del agua. Sólo cuando pasan por debajo de un barco recuperan su aspecto humano, momentáneamente cubiertos por la sombra de la nave.

La escena en que millones de cangrejos, con apariencia de tersas piedras ovaladas desgastadas por las corrientes marinas se meten bajo el barco de Jack Sparrow, el personaje más celebrado, interpretado por el inclasificable Johnny Deep, y lo desplazan por las dunas del desierto, como si flotara en un océano de arena, hasta su botadura en el mar, es de una plasticidad y una originalidad sin parangón. Es una imagen sumamente hipnótica y relajante ver un barco navegando por el desierto.

El remolino gigantesco que provoca Calypso, la mujer confinada en un cuerpo mortal, que alcanza proporciones colosales cuando por fin es liberada de la maldición que pesa sobre ella, es de una belleza aterradora. Los barcos cañoneándose, mientras dan vueltas sin cesar en torno a ese agujero que se ha abierto en el mar, con las olas amenazantes espoleadas por el tormentoso viento y las ráfagas de lluvia torrencial, es un espectáculo magnífico. El Maelstrom es como he leído que se llama a ese gran remolino.

La aparición del Kraken, esa especie de pulpo gigantesco y devorador, produce una mezcla de repugnancia y temor. La forma como mete sus múltiples tentáculos por los agujeros donde están situados los cañones, y va aprisionando a los marineros y destruyendo todo lo que encuentra a su paso, hasta que dobla el barco sobre sí mismo, como si fuera un sándwich, y se lo lleva al fondo del mar, está increíblemente ideado y recreado. La escena, con la que termina creo que la 2ª parte, en la que engulle a un Johnny Depp por una vez valeroso, pues se enfrenta al monstruo espada en ristre y en una postura muy épica, esa boca de pulpo de tamaño desproporcionado, es una de las más asquerosas que he visto nunca.

La rueda gigantesca que se desplaza a través de la selva mientras tres de los protagonistas no dejan de luchar con sus espadas, o el balanceo del barco cuando su tripulación va corriendo de un lado a otro de la cubierta hasta ponerlo boca abajo y aparecer en otra dimensión al volverse a dar la vuelta, están magníficamente rodados. O la lucha con espadas a tres bandas en la playa, auténtica coreografía digna de ser vista.

A parte de lo accidentado del rodaje, pues los tifones se sucedían sin cesar y paralizaban el rodaje durante semanas, y además Johnny Deep se tuvo que ausentar durante bastante tiempo en una de las partes porque su hija cayó gravemente enferma y no regresó hasta que se recuperó, se puede decir que Piratas del Caribe es una versión moderna de las películas de ojos de parche y patas de palo a la que ya estábamos acostumbrados, y que deja un regusto salado de agua de mar en la boca.

lunes, 22 de agosto de 2011

Fotógrafos (VII): Nigel Harniman


Fotógrafo londinense especializado en el mundo de la publicidad, y especialmente en los coches, se ha hecho mundialmente conocido además por su fotografía paisajística, con imágenes de efecto apaisado que dan sensación de inmensidad.

Sus fotos suelen tener tonos suaves y ocres. Es un poco crepuscular.

domingo, 21 de agosto de 2011

Los mosuo


Uno nunca deja de sorprenderse cuando descubre las costumbres de alguna minoría o raza que hasta entonces nos era desconocida, igual que cuando tenemos conocimiento por vez primera de una nueva especie en la Naturaleza. Entonces, la curiosidad no tiene límites, y solemos comparar esas formas de vivir con la nuestra, encontrando por lo general que poco o nada tienen en común, aunque el sentido de las mismas y la manera como se llevan a cabo nos atraen y quizá quisiéramos que se pudieran incorporar a nuestras vidas.

La visión de estas pequeñas poblaciones ensancha nuestros horizontes mentales, pues nos abre una puerta a otras maneras de entender el mundo, nos saca de las limitaciones impuestas por el entorno cultural en el que hemos nacido y nos obliga a cuestionarnos algunas de nuestras certezas.

Así fue cuando supe de la existencia de los mosuo, una población de 44 mil habitantes que viven en el sudoeste de China, a los pies del Himalaya y cerca de un gran lago. Son conocidos por ser una sociedad matriarcal, en la que una mujer dispone de varios hombres y los hijos y la propiedad son sólo de ella. La herencia se transmite de madres a hijas. Los hombres no tienen casa propia, viven toda su vida en la de su madre, y en ausencia de ésta en la de sus hermanas.

El matriarcado es una tradición milenaria que nació en una época en la que los hombres morían en las guerras, vivían como nómadas o eran monjes budistas que habían hecho voto de castidad y no reconocían a su descendencia. En ausencia de ellos, las mujeres recogían las cosechas, procuraban sustento a sus familias e imponían las normas.

Lo que más llama la atención de los mosuo es su costumbre de la “unión libre”: el hombre y la mujer se unen mientras dure el amor, tienen todos los hijos que vengan porque ser madre es lo más maravilloso que le puede pasar a una mujer, y cada uno vive en casa de su madre. Nunca llegan a convivir, pasan juntos el tiempo que sus obligaciones les dejen. Ellos dicen que al no compartir techo no ponen a prueba el amor, sólo disfrutan de lo bueno, no existen compromisos ni responsabilidades.

No usan métodos anticonceptivos y las mujeres no se someten a reconocimientos médicos por pudor.

En la época de Mato Tse Tung fue enviado un comisario político a la zona para obligar a todas las parejas a casarse por lo civil, porque se decía que la sociedad china rechazaba su forma de vivir por considerarla promiscua. Con el tiempo, y tras la desaparición del dictador, los matrimonios se disolvieron.

Una misma mujer puede ser visitada por varios hombres en una noche, pero sólo escogerá al primero que llame a su puerta. Después, antes del alba, el hombre debe volver a su casa. Antiguamente el hombre mosuo lo tenía mucho más difícil, porque debía atravesar dos ó tres montañas antes de llegar a donde estaba su amada, pero ahora disponen de moto y se recorren los kilómetros que haga falta en poco tiempo.

A los mosuo les gusta bañarse juntos, hombres y mujeres. Es un momento para reforzar la amistad y establecer nuevas relaciones de pareja. Para ellos es un juego, charlan, se tiran agua unos a otros, ríen. Sin duda ésto puede ser visto con reticencia por el resto del mundo, pero no hay mal en ello porque su corazón posee esa limpieza propia de los que no han sido nunca contaminados por la malicia, quizá porque son una población que habita en una zona muy aislada y remota y por eso conservan su pureza. Tienen siempre una eterna sonrisa en los labios porque su forma de vivir les hace muy felices, no hay ataduras ni imposiciones, sólo la necesidad y el gusto de estar juntos y pasarlo bien.

La suya es una comunidad en la que no existe la violencia, y es común el buen trato y la hospitalidad. No hay delincuencia.
Con frecuencia son contemplados por otras culturas como una rareza y por ello son objeto de interés turístico. Muchos son los que se aprovechan de su carácter afable e ingenuo queriendo hacer un mal uso de sus costumbres. A veces se sienten manipulados, menospreciados.

Su medio de subsistencia es muy modesto, porque es una zona rural donde todavía se utilizan aperos antiguos y hay muy pocas concesiones a la modernidad, pero ellos se conforman, no parecen necesitar más. Los hombres son los encargados de la ganadería y de la pesca.

Sus rostros están enrojecidos por las bajas temperaturas a las que el clima del lugar les somete. Me recuerdan un poco a los esquimales. 

Confío en que los mosuo puedan seguir viviendo de acuerdo con sus tradiciones por mucho tiempo más. Algunas de ellas no estaría mal que se adoptaran en el mundo occidental: su sentido de la libertad, su tolerancia, su sencillez, su optimismo.

sábado, 20 de agosto de 2011

Pintura hiperrealista (XXV): Eric Zener

 
Norteamericano. Licenciado en Psicología, pues iba a seguir los pasos de su padre.

Tras un breve empleo en unos almacenes, recorrió el mundo entero durante dos años con su mochila a cuestas, haciendo intercambios con sus obras para poderse pagar techo y comida.

Autodidacta, hace ocho años, mientras vivía en la costa brava española, se empezó a interesar por los bañistas como objeto de sus obras y comenzó su serie de pinturas de agua que le han hecho tan conocido.


  

 
 Sus cuadros dan una sensación de frescor, de limpieza, de paz, de quietud, de silencio. Tienen mucha luz y una gran plasticidad. Es increíble cómo logra pintar el agua, las burbujas, la imagen levemente distorsionada de los cuerpos sumergidos en movimiento, la pureza de la piel tostada reflejando los rayos de sol y las sombras a través del líquido elemento.





  
  

viernes, 19 de agosto de 2011

Kate Morton y El jardín olvidado


Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con la lectura de un autor contemporáneo como me ha pasado ahora. Siempre he encontrado en la literatura clásica una fuente inagotable de placer, pero en los escritores más actuales muy rara vez.

Kate Morton me ha sorprendido muy gratamente. No ha mucho que leía una breve reseña sobre su vida y su éxito literario, y me llamó la atención por las cosas que de ella se decían. No porque haya nada extraordinario en su biografía, sino porque una mujer tan joven y que tiene ya tanta repercusión social siempre da qué pensar.

En un principio suelo desconfiar de las ventas millonarias de libros. Si hay algo que aborrezco son los best sellers. Todo el mundo los compra sólo por el hecho de que están de moda, y si no lo haces tú también es que prácticamente eres de otro planeta. Alguna vez me he comprado o me han regalado alguno y, o lo he leído de muy mala gana por no dejarlo a medias, hastiada ante tanta vacuidad, o directamente lo he dejado en la página veintitantos. El tiempo es demasiado precioso como para perderlo en cosas que no son interesantes, habiendo otras que sí lo son. Y anda que son pequeños, menudos mamotretos, son como una penitencia más que otra cosa.

Kate Morton y El jardín olvidado es un soplo de aire fresco en el panorama de las letras que nos circunda. Al principio el libro se cuela de puntillas en nuestra vida, va poco a poco despertando nuestro interés y nuestra curiosidad, hasta que llega un momento que se apodera de nuestra mente, ensimismándonos en su lectura, abstrayéndonos regocijados en sus páginas, subyugándonos con su magia, esperando siempre un poco más.

La forma de escribir de esta autora tiene mucho de la técnica cinematográfica, pues la acción transcurre en el tiempo hacia adelante y hacia atrás una y otra vez y en tres épocas distintas (1ª década del s. XX, mediados de los 70 y en 2005). Los hechos van apareciendo claramente, entrelazados por un cúmulo de circunstancias accidentales que les dan sentido y conforman una historia larga, plena y rica en vivencias y matices.

Pensé, cuando comprobé el modo alternativo de contar las situaciones, no siguiendo una línea cronológica normal, que resultaría pesado y difícil para situarse en cada momento y lugar. Sólo he leído otro libro en el que se hiciera lo mismo, pero en ese llegó un punto en que fue tan reiterativo y caótico que terminé por dejar su lectura cuando faltaba muy poco para llegar al final. Y es que hay estructuras literarias que terminan por alterar los nervios y acabar con la paciencia del lector.

Con El jardín olvidado no sucede eso. Los personajes parece que se dan la mano de unas épocas a otras como si conectaran entre sí por la fuerza de un mismo propósito, que es desvelar el origen de una de las protagonistas. Salen a relucir de este modo pasiones, sucesos, pensamientos, zozobras, ilusiones y toda una gama de emociones distintas con las que no es difícil sentirse identificada.

Kate Morton describe con un lenguaje muy rico y muy cercano todo lo que pasa por la cabeza de los seres que pululan por sus historias. Su elaborada sencillez llega al corazón. Ella es capaz de describir tanto la belleza de la vida en una mansión señorial en medio del campo, haciéndonos sentir felices a nosotros también, como de introducirnos en el ambiente suburbial del Londres de principios del s. XX, con escenas llenas de dramatismo, a veces dulces, y siempre muy tristes, construídas con un realismo acongojador.

Parece como si pudiéramos ver a través de los ojos de los protagonistas, meternos en su piel, leer sus pensamientos, utilizando una técnica también muy propia del cine que se basa en establecer una corriente de comunicación entre el mundo interior y lo que nos rodea, describiendo los objetos, paisajes o a otras personas como si fueran captadas por una cámara, desde diversos ángulos, con varias perspectivas. Es imposible no estar metido en el centro de todas las acciones.

Leyendo la biografía de Kate Morton es fácil adivinar el por qué: ella está licenciada en arte dramático, además de en literatura inglesa. Nadie mejor que ella sabe cómo situar una escena desde el punto de vista de la interpretación. De hecho de El jardín olvidado es bastante probable que terminen haciendo una película o una serie, quedaría muy bien.

Estoy leyendo ahora un libro que escribió anteriormente, La casa de Riverton, y no me está gustando demasiado. Es más convencional, carece de fuerza, de garra. Parece que no estuviera escrito por la misma persona, si no fuera por algunas palabras y frases que coinciden en uno y otro libro, pequeñas muletillas que todos los que escribimos solemos tener. Es increíble cómo ha evolucionado esta mujer en tan poco tiempo. La maestría de El jardín olvidado nos hace presuponer que se trata de una autora mucho más avezada. Es como si durante ese tránsito hubiera logrado dejar el lugar de una simple narradora, observadora imparcial de las acciones, para trascenderse a sí misma e introducirnos en su mundo, mostrándonos lo que ve como si estuviéramos realmente dentro de ella.

Así es la historia de ese jardín olvidado, pequeño paraíso al borde del mar, lugar recóndito e ignoto para la mayoría, cercano y cotidiano sólo para unos pocos, descanso para el espíritu desasosegado, escenario de juegos e ilusiones infantiles, abracadabrante laberinto vegetal lleno de misterios donde se halla la clave de toda la trama argumental.

Kate Morton está a punto de publicar un tercer libro. Estoy ansiosa por saber cómo será.


martes, 16 de agosto de 2011

En el nombre de Dios


Ante la visita del Papa Benedicto a Madrid, no puedo por menos que recordar aquella otra que nos hiciera Juan Pablo II hace ya tantos años y que levantó igual o mayor expectación que ésta.

Recuerdo que tenía un billete que me había dado una compañera del instituto y que se suponía que me facilitaba la entrada al Bernabeu, pero de nada me sirvió porque o se dieron más entradas que plazas había o se coló mucha gente. Cuando llegué allí una multitud indignada protestaba porque se había quedado fuera.

Hacía mucho calor y no se podía dar un paso. Yo estaba muy desilusionada, habría dado cualquier cosa por poder verlo en directo, cuando de repente vi un bicho que, delante de mí, saltaba de una cabeza a otra. “¡Un piojo!”, exclamé para mí misma horrorizada. Pensé temerosa que si seguía en aquel lugar no sólo no iba a conseguir el propósito para el que había ido sino que encima me iban a pegar lo que no tenía. Y así, de esta forma tan poco glamourosa, acabó mi ilusión y mi propósito de ver al Papa.

Benedicto se organiza de manera diferente. Nada de estadios. No sé de quién habrá sido la idea de colapsar Madrid para montar el escenario modular desde el que el Papa impartirá indulgencia plenaria. Lo de los confesionarios callejeros me ha parecido delirante, así como una barbaridad que he oído sobre que si las chicas se confiesan arrepentidas de pecados tales como haber abortado, se les concede igualmente la citada indulgencia. ¿Y las que estamos divorciadas?. Deben tener en cuenta que por lo menos no hemos matado a nadie. No sé por qué me parece que nosotras lo vamos a tener más crudo, como que va a ser más difícil que volvamos a vivir de acuerdo con las normas de Dios.

La plaza de Cibeles y sus alrededores se han llenado de una mezcla multirracial de católicos ruidosos que en nada tienen que ver con los que pululamos por las inmediaciones del Bernabeu hace casi tres décadas. Nosotros no empleamos tanta parafernalia colorista, sólo se veía alguna pancarta diciendo aquello de “Juan Pablo II te quiere todo el mundo”. Ahora grupos numerosos con camisetas de determinado color, sombreros a elegir (de vaquero con colores, de paja, de peregrino), mochilas y banderas según el país de origen (los americanos, como siempre dando la nota, se ponen su bandera por montera y las chicas llevan banderitas clavadas en el pelo), deambulan de aquí para allá dando palmas, gritando consignas en multitud de idiomas que más parecen militares que otra cosa, o simplemente voceando como el que va a animar a su equipo de fútbol favorito. En el metro el ruido que hacen es insoportable, y en la Puerta del Sol se dedican a tocar los bongos.

También para la Iglesia católica los tiempos y las modas han cambiado. Los chicos lucen bermudas y nikies, algunos marcando musculito de gimnasio, y las chicas pantalones y faldas muy cortos. Que nadie siga creyendo en ese estereotipo que hace años se fabricó en torno a los católicos como gente remilgada, muy tapada e incapaz de alzar la voz. Ahora quizá nos hemos pasado al polo opuesto, al carnaval. Y es que la gente joven parece estar poseída por un júbilo (¿o jubileo?) a prueba de crisis.

Esa misma alegría la recuerdo en la gente que fue a ver a Juan Pablo II. Será la fe, la creencia en un mundo mejor que nos trasciende, el vivir en paz con uno mismo, el encontrar un motivo para existir más allá de nuestros propios límites.

Pero me pregunto cómo es que el Papa Benedicto no está de vacaciones en esta época del año. Un hombre que ya es muy mayor, con una salud delicada, y que se monta unas agendas maratonianas.

Y lo de que sean unas jornadas de la juventud no me ha gustado nada, porque nos está excluyendo a un montón de gente. Llevan muchos años divulgando este tipo de eventos y ya resulta aburrido. Comprendo que la Iglesia católica intente atraer para sí a un sector que la tiene poco en cuenta, pero no hay por qué olvidar al resto.
He oído a más de uno criticar la visita papal alegando que el dinero gastado para financiarlo debería ser utilizado en causas benéficas. Parece que cualquier otra religión puede organizar sus actos y reuniones con el beneplácito general menos los católicos, cuando en realidad ésta es una ocasión en la que todos vamos a salir ganando. A los católicos se nos niega por sistema el derecho a la libertad de expresión que tienen las demás confesiones religiosas.

Ésta en una ocasión para disfrutar, para rezar una vez más, para reflexionar. Cuántas cosas que no son auténticas y buenas se hacen en el nombre de Dios. Para una que sí es importante y buena, cuánta polémica. Hay un tufillo anticlerical que nos apesta y que ya ha dado muestras en ciertos ámbitos como el universitario, donde desde hace algún tiempo se ha implantado la costumbre de que las chicas entren en las capillas y se suban la camiseta para enseñar el pecho. No es ni siquiera un acto vandálico, como se ha dicho, es simplemente una reacción infantil con afán escandalizador, que lo único que deviene es en algo grotesco y sin sentido.

He estado viendo desde la ventana del despacho, en mi trabajo, cómo colgaban abajo en la acera de en frente un gran cartel rojo con letras en blanco que dice: “Menú peregrino, 6,5 €”. Se lo conté a mi madre, que en ese momento me llamó por teléfono, y me dijo: “Oye, por ese precio no merece la pena cocinar. ¿Y si no eres peregrino no tienes derecho?. ¿Y qué hay que hacer para ser peregrino?”. Le describí el aspecto que tienen. “¿Y vale si llevamos el botafumeiro que compramos hace años cuando estuvimos en Santiago?”. Se refiere a un pequeño souvenir que tiene en el salón de casa. Ella le saca punta a todo, siempre con su guasa.

En fin, tengo nostalgia de aquel tiempo en que sí me hacía ilusión ver al Papa, al de antes, porque era un hombre muy especial, distinto a cualquier otro que haya ocupado su lugar. Tenía una conexión con todo el mundo fuera de lo común. Independientemente de que lo vayan a canonizar ahora, siempre supimos que era una persona excepcional. Benedicto también es un hombre notable, sumamente tímido y humilde.

Que dejen a los católicos, entre los que quisiera incluirme a pesar de todo, y por una vez cada muchos años que visita un Papa nuestra ciudad, celebrar en nombre de Dios sus actos y todo lo que se les ocurra.

Siempre en el nombre de Dios.

 
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