viernes, 30 de diciembre de 2011

Marie Curie: una vida entregada a la ciencia


Si alguien dio alguna vez la vida por la ciencia, consumiéndose hasta las últimas consecuencias, esa fue Marie Curie. En tiempos en que el rol de la mujer en la sociedad era casi nulo, esta polaca fue la primera mujer en ganar un Nobel y la primera persona en obtenerlo dos veces.

Sus investigaciones sobre la radiación salvan hoy millones de vidas, pero su historia personal, sus amores, sus miedos, sus pasiones... quedan muchas veces ocultos tras su impresionante legado.

Marie yace postrada en una cama, casi ciega y sabe que su vida, presa de la leucemia, se apaga. Tiene 66 años. Es primavera en París. Hace unos meses que ha regresado de su Polonia natal, el último viaje. En el hospital del barrio parisino de Passy, donde la atienden, espera el final, consciente y tranquila. "La mejor vida no es la más larga, sino la más rica en buenas acciones", le dice a su hija menor, Eve, que la acompaña en su enfermedad. Y en esos días, mientras apenas aprecia ya la luz del verano que se acerca, va desgranando para ella los recuerdos de toda una vida.

Recuerda Marie cómo con apenas 20 años, y cuando todavía usaba su nombre polaco, Manya Sklodowska, recorría las calles de Varsovia, ofreciéndose como institutriz y soñando con estudiar en la universidad de La Sorbona, en París.

Marie tiene un expediente académico brillante, una capacidad de trabajo envidiable, habla con fluidez polaco, ruso, alemán y francés, pero en la Polonia del último cuarto del siglo XIX una mujer no tenía posibilidades de cursar estudios superiores, y la economía familiar no hace posible enviarla a París.

Hija de un profesor de ciencias y una maestra, es la menor de cinco hermanos y su adolescencia queda marcada por la muerte de su hermana mayor, Zofia, como consecuencia del tifus, y dos años más tarde la de su madre, por tuberculosis. Marie podía haberse hundido, pero hizo todo lo contrario. Se puso de acuerdo con su hermana Bronya, tan brillante como ella, para ayudarse mutuamente. Manya trabajaría como institutriz en Polonia para costear los estudios de Medicina de su hermana en París y, cuando ésta terminase, la ayudaría a ella a costear su carrera.

En 1891, con 24 años, Manya llega finalmente a París, cambia su nombre por Marie y se matricula en la Sorbona para estudiar Física y Matemáticas. Rechaza la invitación de su hermana de vivir con ella y su marido, un médico polaco, para instalarse, mejor, en un pequeño ático frío y lúgubre del Barrio Latino, más cerca de la universidad. Las aulas, los libros, las conferencias... eran toda su vida. "Aquellos años fueron intensos y consagrados al estudio. Apenas tenía dinero, la estufa de carbón era un elemento decorativo; la comida, apenas un recuerdo... pero nunca me importó". En 1893 obtuvo la licenciatura en Físicas, como número uno de su promoción, y al año siguiente la de Matemáticas, como la segunda del curso.

Cuando rememora aquellos tiempos para su hija Eve en el hospital de Passy, aunque la anemia aplásica que sufre le causa una enorme fatiga y le quita el aliento, sonríe. "¿Tu padre? El matrimonio y los hombres nunca fueron un tema que me preocupase. Además, ¿quién iba a fijarse en una mujer pálida, escuálida y todo el día rodeada de libros? Bueno, pues... otro físico, el señor Pierre Curie". Después de algunas fórmulas matemáticas y sin más testigos que la investigación y la ciencia, se casaron. "Unas bicicletas y la campiña francesa fueron nuestra luna de miel. Alquilamos un pequeño apartamento con lo esencial e instalamos nuestro humilde laboratorio en un cobertizo abandonado. En aquel miserable cobertizo fue donde transcurrieron los mejores y más felices años de nuestra vida, enteramente dedicada al trabajo".

Los Curie fueron durante sus once años de unión un matrimonio consagrado a la ciencia. Con el apoyo de Pierre, Marie decidió preparar su tesis doctoral sobre la naturaleza de las emisiones producidas por el uranio recientemente descubiertas por el físico francés Henri Becquerel. Había nacido lo que Marie denominó la 'radiactividad'. Además, ella y Pierre consiguieron aislar dos nuevos elementos químicos: el polonio (en honor a su patria) y el radio. Realizaron las investigaciones en un laboratorio casero, sin seguridad alguna.

Su trabajo se vio recompensado con el Nobel de Física en 1903. Marie tenía sólo 36 años. "Sabes lo poco que me gusta exhibirme en público, pero debía recoger el premio. Tu padre había luchado mucho por acallar los rumores que decían que yo solo era su ayudante, pero, aun así, el presidente de la Academia Sueca me recordó que solo era una mujer: `No es bueno que el hombre esté solo, haré ayuda idónea para él´, citó del Génesis. Hoy sé que me equivoqué; no debí callar. Solo a tu padre dije lo que pensaba: Las mentiras son muy difíciles de matar, pero una mentira que atribuye a un hombre lo que en realidad era el trabajo de una mujer tiene más vidas que un gato".

Con el dinero obtenido y la concesión a Pierre de la cátedra de Física de la Sorbona logran vivir más holgadamente ("compramos una bañera", le cuenta a Eve), pero renuncian a patentar sus hallazgos. Durante estos años tienen, además, dos hijas, Irène y la propia Eve, que pasan muchas horas al cuidado de su abuelo paterno, viudo.

Y, entonces, una desgracia repentina. Pierre es atropellado por un pesado carruaje y muere. "Un carro, la lluvia, tu padre que siempre andaba inmerso en nuestras investigaciones... la fatalidad lo quiso. No podía aceptar la pensión que me ofrecieron, pero sí acepté la cátedra de Física vacante tras la muerte de Pierre". Era el 15 de noviembre de 1906, la primera vez que una mujer impartía una clase en una universidad. Otro hito.

Pese al dolor, Marie sigue con sus investigaciones e impartiendo clases. Pero una sociedad misógina criticó que no guardara luto por la muerte de su marido. Se rumorea incluso un supuesto romance con el físico Paul Langevin, casado. "Me acusaron de ladrona de maridos, y Le Journal me regaló una portada, cosa que no hizo con el Nobel. ¿Sabes lo que me dolió de verdad? Cuando en 1910 solicité el ingreso en la Academia Francesa de Ciencias, a la que perteneció tu padre, y me fue denegado por un voto. Más tarde supe que en las votaciones se dijo: `Las mujeres no pueden entrar en la academia´. Eso sí me dolió".

Pero nada de esto pudo con ella, y en 1911 se le otorga el Nobel de Química por el descubrimiento y aislamiento del radio. Es la primera persona en obtener dos Nobel. Y solo con 44 años. Poco después, Irène pasa a ser su asistente en el laboratorio, estalla la Primera Guerra Mundial y Marie crea 18 unidades móviles de rayos X para los hospitales de campaña en los que diagnosticar a los soldados heridos. Aquellas unidades se llamaron `petites Curie´. "La guerra, hija, es la mayor miseria humana y aquella embargó de locura a todo el mundo. Así que decidí invertir mis años de investigación en aliviar el sufrimiento humano".

Tras la capitulación y pese a lo poco que le gustaba exhibirse en público, Marie viaja con sus hijas a EEUU para recaudar fondos y seguir investigando. La gira fue un éxito, pero de regreso a Francia su salud comienza a debilitarse. Habían sido muchos años trabajando con materiales radiactivos sin ninguna protección, incluso sus notas, manuscritos y todo el material conservado siguen siendo radiactivos y se conservan en recipientes de plomo. Mientras Eve acompañó a su madre a un sanatorio, Irène, ahora Irène Joliot tras casarse con el físico Frédéric Joliot, continuaba los trabajos de su madre. En 1935, el matrimonio Joliot-Curie es galardonado con el Nobel de Química por el descubrimiento de la radiactividad artificial. Irène murió en 1956, 22 años después de su madre, también de leucemia, por su alta exposición.

Eve fue la única de la familia que no se dedicó a la ciencia. Pianista y escritora, es la autora de la mejor biografía de su madre. Eve falleció en 2007, con 103 años. "Al nacer yo, mi madre tenía 37 años. Cuando estuve en la edad de conocerla bien, era una anciana ilustre, la `ilustre investigadora´. En cambio, me parece haber vivido siempre al lado de la estudiante pobre y soñadora que fue Manya Sklodowska. En el instante mismo de su muerte, seguía pareciéndose a aquella joven. Era aún dulce, obstinada, tímida y curiosa. Marie tuvo en un cementerio silvestre, entre las flores del estío, un entierro silencioso y sencillo, como si la vida que terminaba semejara a tantas otras".

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