viernes, 29 de junio de 2012

Un poco de todo (XIX)


- Le dieron el alta por fin a Miguel Ángel en el Hospital de Día, y de forma inesperada, pues nos lo comunicó Jesús, su psicólogo, en el transcurso de la última cita mensual, sin previo aviso.

La premura tiene sus motivos: pese a haber sido advertido en varias ocasiones de que no está permitido mantener contacto de ninguna clase con antiguos pacientes del Hospital, él se comunicaba en Tuenti con unas chicas que habían sido expulsadas hace tiempo. Por qué le costará tanto a la gente joven respetar las normas. Se puede decir que de este modo se ha licenciado con deshonor.

Jesús nos comentó que en realidad Miguel Ángel estaba muy inactivo últimamente, y que ya se encuentra en situación de afrontar la vida y desenvolverse por sí mismo. Los meses que aún le restaban de tratamiento los puede utilizar en el futuro, si le hicieran falta.
Miguel Ángel echó unas lagrimillas, intentó justificarse, y de nada le sirvió. Más que nada por la sorpresa, y porque de repente tenía que romper con todo un mundo en el que se hallaba inmerso desde hace poco más de año y medio, y que es una forma de vida muy intensa, única. En el Hospital ha reído, ha llorado, ha conocido el amor, ha despertado al mundo en todos los sentidos. Le ha pasado como a los concursantes de Gran Hermano, mientras están allí dentro todo se magnifica. Pero la vida real está ahí fuera, y es otra cosa.

Cuando al día siguiente acudió Miguel Ángel allí, citado individualmente por Jesús, volvió a echar más lagrimitas y le dijo cuánto suponía el Hospital para él, lo importante que era. En realidad ya está preparado, el pajarito ya se ha hecho lo suficientemente mayor como para emprender el vuelo lejos del nido, aunque él hubiera querido poder salir de otra manera, y despedirse de los compañeros como lo hacen todos los que se marchan, con honor.

Ahora está más relajado, parece que ya se ha hecho a la idea. El futuro está a la vuelta de la esquina, en cuanto acabe el verano y comience el próximo curso, en el que aprenderá cosas nuevas que nada tienen que ver con lo experimentado antes. Todo está aún por hacer, y vamos a mirar hacia adelante con ilusión.

- Y el que sí ha sido objeto de honores es Ángel, mi cuñado, que ha recibido la semana pasada una condecoración por su trabajo, después de varios años currando a base de bien. Méritos no le faltan, y para él ha sido algo muy importante, el reconocimiento a una labor.

Para la ocasión se vistió con su mejor traje, calzado, gemelos, en fin, que no le faltaba detalle, y lució en las fotos marcando estilo. Todos los que estaban a su alrededor empalidecían a su lado.

Lo que a él le interesa sobre todo es que esto es una nota muy favorable en su expediente y le da más puntuación a la hora de pedir otros destinos, porque trabajar va a seguir haciéndolo como hasta ahora. Cuánto me alegro por él, ya era hora. 

- El otro día veía Cayo Largo, película lenta y tediosa donde las haya, con la inagotable temática de los gángsters como telón de fondo, que tanto dio de sí en los 40-50 en el cine negro norteamericano. Bogart hacía su habitual papel de duro, pero en esta ocasión con buen fondo. Esta pequeña variante constituye el único aliciente de tan famoso film, además de que trabajara al lado de su mujer, Lauren Bacall. Pero lo que a mí me llamó la atención, por 1ª vez después de verla en tantas otras ocasiones, es que la acción transcurre en un calurosísimo verano, y todos los personajes aparecen con manga larga, a pesar de lo mucho que están sudando.

Lo cual, por esas extrañas asociaciones de ideas que tengo con frecuencia, me llevó a pensar en Vicente del Bosque, el otro día en el partido que enfrentaba a España y Portugal. Con el calor que estaba haciendo y los nervios que pasó, no se quitó la chaqueta ni por un momento, aún cuando sudaba sin cesar. En la boda de mi hermana pasó algo parecido, y eso que estábamos a mediados de julio y la temperatura era sofocante.

¿Seguimos quizá atendiendo a las normas de etiqueta más tradicionales, a pesar de todo?. Es agradable comprobar que es así, aún cuando al trajeado le toque sufrir un poquito. A eso lo llamo yo aguantar el tipo, y de eso sabe mucho Bogart, y por qué no, un entrenador de fútbol como Del Bosque.

jueves, 28 de junio de 2012

Astronomía (IV): la galaxia del Remolino




La Galaxia Remolino (también conocida como Objeto Messier 51, Messier 51, M51 o NGC 5194 o Galaxia Torbellino), es una clásica galaxia espiral localizada en la constelación Canes venatizi (perro cazador). Fue descubierta por Charles Messier en 1773. Es una de las galaxias espirales más conocidas del firmamento.

miércoles, 27 de junio de 2012

Fotos que me gustan (III)


















Casi todas estas imágenes se las he robado a gente de Facebook o me las han puesto en mi Muro. Circulan por ahí fotos muy interesantes...


viernes, 22 de junio de 2012

Un poco de todo (XVIII)


- Hace hoy una semana que falleció mi tío Fonchi. Ya hablé sobre él en un post de hace varios meses. Hasta ahora no me había sentido capaz de abordar el tema, y no las tengo todas conmigo aún. Fue todo muy repentino, y aunque ya tenía una cierta edad, me parecía imposible que alguien con una vitalidad como la suya, tan importante en nuestras vidas y tan capaz de llenar nuestros vacíos de forma tan total, pudiera irse algún día. Me cuesta creerlo todavía.

A la memoria me vienen todos los momentos que pasé con él desde mi infancia. Tuve la fortuna de compartir con él muchas veces retazos de la vida, aún cuando ni siquiera viviéramos en la misma ciudad, y de tenerlo en mi familia. Él era un hombre que llevó una existencia plena de energía y de pasión, que no tenía miedo a decir las cosas claras y a enfrentarse a todas las vicisitudes que se fueran presentando con coraje y decisión. Sensible, humano, con un carácter muchas veces indómito, había que saberle comprender y tratar. Todos sus posibles defectos quedaban cubiertos por las montañas de cariño que siempre nos profesó a todos. Inteligente, muy sentimental, con un sentido del humor único, nos las hizo pasar bien y mal a partes iguales. Él era alguien que difícilmente pasaba desapercibido, tenía una gran personalidad.

Ahora está junto a la abuela, y junto a la tía Pepi, su mujer. Dijo cuando ella murió que los 30 y tantos años que estuvieron casados le habían parecido poco. Yo digo ahora que los casi 46 años que tengo en que le he podido conocer y tratar a él me han parecido poco también. De todo lo que es bueno nos parece no tener suficiente nunca. Él siempre me decía lo mucho que me quería, y yo se lo decía a él en la medida que mi timidez para estas cosas me lo permitía. Él sabía que era así. Te quiero tío Fonchi, siempre.

- La gente es terrible en esto de cobrar venganza. Antiguamente a los que se les cogía inquina o se les presuponía algún delito se los ajusticiaba en la plaza a la vista del público. Hoy en día es Internet y el correo electrónico la manera como se acaba con la honra de cualquiera, si es que la tenía, y por la agresividad con que se demanda un castigo puede que hasta su cabeza se pida también. La presunción de inocencia brilla por su ausencia, y cualquier posible delito es ampliamente ilustrado con fotos y frases aleccionadoras de personas que se creen con derecho a hacer tal cosa, como si no hubieran cometido nunca pecado alguno y por eso se permitieran el lujo de juzgar a los demás y tirar la primera piedra. Es tomar la justicia por su mano.

Cierto es que estamos ya más que hartos de la picaresca que siempre ha caracterizado a nuestra nación, pero quizá la frustración provocada por tantos malhechores que han quedado impunes a lo largo de la Historia nos lleve a pedir cabezas sin ton ni son, y luego comprobar que estábamos en lo cierto queda para cuando no hay ya remedio, si se descubre que los ajusticiados eran inocentes. Y la honra, cuando queda manchada, sea o no con motivo cierto, ya nada ni nadie puede limpiarla.

Suele ser muchas veces la envidia el origen de todo, ya que es uno de los principales defectos de los españolitos, sea cual fuere su condición, y a ella van pareja la calumnia, la inquina y la injusticia.

Tengamos prudencia y buen juicio a la hora de opinar o divulgar según qué cosas, y respeto por el prójimo como querríamos que nos respetaran también a nosotros. Que el tiempo ponga a cada uno en su lugar y cada cosa en su sitio, pues si no es la justicia humana la que reparte leña en un momento dado, ya lo hará la divina.

jueves, 21 de junio de 2012

Taylor Wilson: el chico que fabrica bombas


En 1957, un avión estadounidense B-36
sobrevolaba
los alrededores de Albuquerque (Nuevo México), cuando dejó caer accidentalmente una bomba de hidrógeno 700 veces más potente que la bomba atómica de Hiroshima. Al artefacto, en pruebas, aún no le habían insertado su mortífera carga de plutonio, pero disponía de una espoleta nuclear cuya detonación provocó un cráter de ocho metros de diámetro y dejó un reguero de escombros radiactivos en varios kilómetros a la redonda. El episodio recuerda al que sucedió en Palomares (Almería). Como en España, los militares se encargaron de la limpieza y descontaminación del terreno. Una tarea inacabable.

Hoy por hoy cualquiera, provisto de un detector de metales, un contador Geiger y paciencia, puede encontrar restos de la bomba de Albuquerque. Pero pocos son los que salen de excursión en busca de chatarra radiactiva. Taylor Wilson pertenece a esa curiosa minoría. Un chaval de 18 años nacido en Texarkana (Arkansas). Sólo que Taylor no es un chalado, ni alguien que tenga un negocio, sino un genio precoz. El físico nuclear más prometedor del mundo. Un autodidacta que a los 14 años se convirtió en el científico más joven en construir un reactor atómico de fusión. Lo empezó en el garaje de su casa y lo terminó en el colegio.

Después de una hora de rastreo Taylor, eufórico, recolecta unos 30 kilos de uranio y fragmentos de bomba que emiten una débil radiación. Sus padres procuran acompañarlo en sus peripecias y echarle una mano siempre que pueden. Luego meten todo en una maleta y se embarcan en un avión de regreso al hogar familiar en Reno (Nevada). El equipaje pasa los controles de seguridad sin problemas, pues no contiene líquidos o productos inflamables. "No existe peligro para los pasajeros. Haría falta una exposición muy larga y a muy corta distancia... Pero con ese material se podría fabricar una bomba sucia", le confesó Taylor a la revista Popular Science.

Una de sus obsesiones es combatir el terrorismo. Ya ha diseñado un escáner capaz de detectar armas nucleares en los contenedores de los buques mercantes. La otra es acabar con el cáncer. Taylor lleva trabajando en novedosas técnicas de radioterapia desde la adolescencia. A diferencia de otros genios con tendencia a vivir en las nubes, su creatividad no se limita al campo teórico: enseguida busca aplicaciones prácticas a sus investigaciones.

Sus intereses son variopintos, pero su curiosidad está gobernada por un apego innato a lo útil y pragmático. Siendo aún bebé, demostró interés por la construcción. Pero no quería juguetes; nada de piezas de Lego: ladrillos de verdad. A los cuatro años bajaba a la calle con un chaleco reflectante para dirigir el tráfico. A los cinco le pidió a sus padres una grúa. Lo llevaron a una juguetería y se lo tomó como una ofensa. "¡Quiero una de verdad!". Su padre llamó a un amigo constructor y por su cumpleaños le dejaron manejar los controles de una grúa de seis toneladas.

A los nueve devoraba la bibliografía disponible en Internet sobre propulsión de cohetes espaciales. A los diez memorizó todos los elementos de la tabla periódica, sus números atómicos, masas y puntos de fusión. También le apasionaba la biología y, armado de lancetas, extrajo sangre a toda la familia para realizar un experimento de genética comparada. A su propia abuela, enferma terminal de cáncer,  la convenció para que le donase muestras de orina y tejido tumoral para sus experimentos en terapia oncológica.

Sus padres no se explican de dónde le viene a Taylor la pasión científica: Kenneth es un ex jugador de fútbol americano que trabaja como embotellador de Coca-Cola; Tiffany es monitora de yoga. "Ninguno sabemos un pimiento sobre ciencia", reconoce Kenneth. Tienen otro hijo, Joey, de 15 años, que es un pitagorín en matemáticas. Lo que sí tienen claro ambos progenitores es el estilo de educación que desean para sus hijos. "Queremos ayudarlos a que averigüen quiénes son. Y luego hacer lo posible para fomentar su vocación".  Pero esto es algo que puede resultar peligroso.

Si un día oyes una explosión que alarma a todo el vecindario y ves cómo sale una nube en forma de hongo del garaje que tu hijo de 11 años ha convertido en un laboratorio, es comprensible la tentación de replantearte la educación del niño. Pero los Wilson son de otra pasta. Les preocupaba la seguridad de Taylor, pero confiaron en él cuando les explicó que lo tenía todo bajo control. "Sé lo que hago", les dijo.

Y era cierto... Por entonces, su libro de cabecera era The radioactive boy scout, de Ken Silverstein, que cuenta la historia de David Hahn, un adolescente de Míchigan que intentó construir un reactor nuclear en el patio de su casa. Los padres de Hahn le prohibieron seguir con un empeño tan arriesgado. Cuando Taylor anunció que se proponía emular a su héroe y fabricar su propio reactor de fusión con deuterio como combustible nuclear, los Wilson lo animaron. Quizá no entendieron cabalmente que lo que su hijo pretendía era crear una estrella. Ni más ni menos que un pequeño sol que, para nacer, necesitaría que la sopa de plasma de su núcleo se calentase en un microondas portentoso hasta alcanzar una temperatura inconcebible: 580 millones de grados.

Taylor tiene otra virtud no muy corriente entre los científicos: sabe contagiar su entusiasmo a su alrededor. Así que le dejaron llenar el garaje de espectrómetros y contenedores de plomo en los que almacenaba torio, uranio, radio, yodo, material hospitalario para acelerar haces de neutrones, pararrayos radiactivos y otros cachivaches inquietantes recogidos en sus excursiones o comprados por Internet.

Cuando los Wilson dejaron de dormir tranquilos, temiendo un Chernóbil de andar por casa, decidieron llevar a Taylor a una escuela muy especial. La Academia Davidson, un colegio público subvencionado, anexo a la Universidad de Nevada, exclusivo para genios, donde la nota de corte en la prueba de acceso es de 9,99, y donde no basta con la inteligencia, la motivación también se valora. 

Taylor, por supuesto, fue admitido y la familia se mudó a Reno. Fue allí donde consiguió acabar su reactor de fusión con el asesoramiento de sus tutores. El resto es historia. El Mozart de la física ha dominado todas las ferias internacionales de ciencia de los últimos tres años, con nueve premios. Colabora con la agencia norteamericana de energía atómica. Se ha entrevistado con el presidente Obama. Ha sido invitado como conferenciante a las charlas tecnológicas de la prestigiosa organización TED. Además, es un tipo simpático, un buenazo que aspira a mejorar la vida de sus semejantes en un ámbito como el nuclear donde la frontera entre el bien y el mal es una línea muy difusa. Y como dijo el presidente de Intel, Paul Otellini, resoplando con alivio tras conversar con Taylor: "Estoy tan contento de que este chico esté de nuestro lado...".


miércoles, 20 de junio de 2012

Paisajes orientales


A mí que todo lo zen me gusta, estas imágenes orientales me transmiten sensación de paz. Vamos a relajarnos con ellas...









martes, 19 de junio de 2012

Los hijos según Saramago


 Hace poco me topé por casualidad con las palabras que José Saramago dedicó a los hijos, y me causaron una honda impresión por la forma tan certera como describía la relación paterno-materno filial. Sus palabras, profundas y hermosas, un poco agridulces, se me quedaron grabadas en la memoria y el corazón.

Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y de nosotros aprender a tener coraje.

Sí, ¡eso es! Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado. ¿Perder? ¿Cómo? No es nuestro. Acuérdate, fue apenas un préstamo... El más preciado y maravilloso préstamo, ya que son nuestros sólo mientras no pueden valerse por sí mismos, luego le pertenecen a la vida, al destino y a sus propias familias.

Dios bendiga siempre a nuestros hijos, pues a nosotros ya nos bendijo con ellos.

lunes, 18 de junio de 2012

Fotógrafos (XIII): Bert Stern


Hay pocos fotógrafos vivos con una trayectoria tan intensa como la de Bert Stern. Quién no conoce la serie de fotos que le tomó a Marilyn, dos mil y pico instantáneas que dieron la vuelta al mundo, de las últimas que se le hicieron a la actriz antes de morir.

Stern es famoso por su habilidad para conectar con sus modelos. Cuando las retrataba no sólo capturaba su imagen sino también su espiritualidad, “conectaba de tal modo con ellas que era como si las poseyera, como si las hiciera mías, eran mías”. Con Marilyn pasó lo mismo pero de una forma radical. Estando reunidos en la habitación del hotel donde se había citado el equipo del fotógrafo y la actriz, intercambió algunas palabras con ella para saber qué le apetecía hacer, e instantes después pasaron ellos dos solos a otra habitación, puso sobre la cama gasas de colores transparentes y diversos abalorios, y ella dijo que quería mostrar su cuerpo. Se quitó la ropa, tomó algunos sorbos de su copa (estaba un poco achispada) y empezaron una sesión que se prolongó durante horas. En un momento dado él quiso besarla, pero ella se negó. Stern dijo que era una mujer con la que desde luego apetecía hacer el amor, y cree que si le hubiera pedido cualquier otra cosa, como irse lejos, de viaje, los dos juntos, ella le habría dicho que sí.

Marilyn resultó ser incansable, y parecía encantada. Stern, con la habilidad que le caracteriza, supo captar la belleza de la actriz, su luz, sus estados de ánimo. Su imagen era habitualmente picante, muy sexy, y sin embargo aquellos desnudos eran tan naturales y artísticos que se alejó del estereotipo que la gente había fabricado sobre ella. Pero cuando Marilyn las vió no se gustó, e incluso se sintió avergonzada de algunas imágenes. Marilyn tenía muchos altibajos emocionales, tan pronto estaba eufórica como se deprimía. Tachó muchas de ellas con un rotulador naranja, para que no pudieran ser utilizadas, pero aún hoy incluso ese garabato resulta también artístico.

Poco tiempo después la revista donde se publicaron las fotos de Stern quiso hacerle otras con ropa, y cuando el fotógrafo le preguntó si le estaba gustando la sesión ella dijo: “Me gustó más posar desnuda, fue más excitante, esto es muy aburrido”. Pocos meses después ella murió, y Stern aún se preguntaba qué era lo que le pasaba, cuál era su dolor.

Él también pasó por algunas crisis en su vida. Tuvo una relación tormentosa que casi acaba en tragedia, pues ella sospechaba que Stern la engañaba y le amenazó con un enorme cuchillo. El fotógrafo se asustó y decidió cortar radicalmente. Luego conoció a Allegra Kent, una famosa bailarina de ballet con la que se casó y tuvo tres hijos. Stern dijo que estaba obsesionado con ella, que ella y Marilyn habían sido las mujeres que más le habían impactado en su vida.

Son fascinantes las fotos que le hizo a Allegra, en las que intentó capturar ese halo mágico que siempre parecía acompañarla. Inmortalizó todas sus posturas de danza, en todos los momentos imaginables, e instantáneas de momentos íntimos, cotidianos.

El fotógrafo se sentía celoso de las parejas de baile de Allegra, e inseguro con casi todo en general. Tomaba pastillas para soportar las maratonianas sesiones de fotos que tenía que hacer, pues estaba en la cumbre de su carrera y sus servicios eran muy solicitados. Todo ello le condujo a una situación terrible, cuando empezó a tener alucinaciones y a comportarse con suma agresividad. Le diagnosticaron episodios de esquizofrenia. Stern siempre había tenido periodos depresivos a lo largo de su vida. Su mujer, horrorizada, lo abandonó llevándose a los niños.

Stern decidió aceptar la invitación de un amigo suyo que vivía en España y allí pasó una larga temporada para recuperarse. A su vuelta a EEUU siguió trabajando con todo tipo de personajes conocidos. De Liz Taylor dijo que era una mujer con mucho carácter. Cuando le encargaron hacer las fotos para la promoción de Cleopatra anticipó que del encuentro entre ella y Richard Burton saltarían chispas, como así sucedió.


Cuando le encargaron las de la publicidad de Lolita, se llevó a Sue Lyon, la protagonista, a dar una vuelta con su coche, recreando la historia de la película. Las originales gafas que llevaba la actriz las compró Stern en uno de los bares de carretera por los que pasaron. Las encontró muy sugerentes y apropiadas con el transfondo del film.

A Twiggy, por entonces de máxima actualidad, le hizo unas cuantas preguntas antes de la sesión fotográfica que hicieron sentir a la modelo molesta e intimidada, pues no supo responder a muchas de ellas. Sin embargo la idea y el formato que utilizó Stern para la campaña publicitaria fue un éxito rotundo.

Actualmente su pareja es una mujer, tan bella como todas las que han pasado por su vida, mucho más joven que él y a la que fotografió por 1ª vez cuando aún era una niña. Ella se quedó fascinada con él, y cuando cumplió 17 años fue a verle para que volviera a retratarla, y así iniciaron una relación que aún perdura.

Bert Stern rememora todos estos hechos de su vida a sus 82 años, pero viendo la intensidad de su mirada y su enorme inteligencia parece un hombre más joven. Lamenta no poder seguir trabajando, estar ocioso le aburre, pero al mismo tiempo cree que ya ha hecho demasiadas fotos. En un tiempo como el que vivimos donde la imagen se ha convertido en algo tan importante, Bert Stern cree que ya ha hecho suficiente.

viernes, 15 de junio de 2012

Un poco de todo (XVII)


- Me quedé helada el otro día cuando supe que de los cuatro hermanos Gibb, tres de los cuales fueron los famosos Bee Gees, sólo queda uno, el mayor, el que a todas nos pareció siempre el más guapo. Los demás han fallecido jóvenes.

Recuerdo en mi niñez haberlos oído innumerables veces, con ese estilo inconfundible suyo, que no encaja mucho con lo que se lleva hoy en día, en el que dominaba la voz de falsete, las notas muy altas, y ese look de largas y cuidadas melenas, sonrisas sempiternas de dientes blanquísimos y ropa glamourosa y brillante. Eran unos chicos finos, con clase. Lucían una belleza que era salvaje y dulce a la vez. Su música más potente sacudía las pistas de todas las discotecas del mundo, y sus baladas encandilaban a los espíritus más románticos.

Decían los que no les gustaba su estilo que parecían gatos maullantes y tíos afeminados, pero en realidad todo lo que hacían estaba marcado por el buen gusto. Eran hermanos que se llevaban bien, que eran buenas personas, gente educada, con buenas vibraciones. Qué raro de ver en los tiempos que corren.

- Los escuchaba el otro día cuando vi, una vez más, Fiebre del sábado noche. John Travolta, en esos planos largos, inolvidables, desplegaba sus encantos como bailarín sobre aquella pista con suelo lleno de luces de colores destellantes. Pantalones ajustados como una segunda piel, zapatos con algo de tacón aunque fueran de hombre, pelos inflados peinados hacia atrás o a lo afro, todo un cúmulo de horteradas tremendas que, sin embargo, causaron furor en su momento como nadie hubiera imaginado nunca, marcando toda una época.

La naturalidad de Travolta y su talento para el baile hicieron el resto. Con el siguiente film, Grease, se desató la locura. Recuerdo haber estado en la interminable cola de un cine cerca de mi barrio cuando la estrenaron. Por la fila se corrió el rumor de que había gente que, con los nervios, había roto los cristales de las taquillas y habían tenido que llamar a la policía. Desde donde estábamos no veíamos nada, y decidimos marcharnos sin llegar a verla.  Tuve que esperar a que la pusieran en televisión, y creo que habían pasado unos cuantos años, para poder disfrutarla.

Qué distinto Travolta hoy en día. No queda nada de aquel muchacho de rostro dulce y cuerpo esbelto que lucía sus recursos como bailarín como si aquello no le supusiera esfuerzo alguno. Leí una vez que el rodaje tuvo que ser suspendido en varias ocasiones porque su pareja, una mujer mucho mayor que él con la que mantenía una intensa relación, estaba enferma de cáncer, del que no lograría recuperarse. La escena final de Travolta, bastante sosa para mi gusto, está impregnada de la tristeza real del actor por su propia desgracia.

Desde entonces estuvo mucho tiempo sin volver a la gran pantalla, y cuando lo hizo apareció transformado en otra persona. Aunque creo que, si miramos en el fondo de sus azulísimos ojos más detenidamente, seguiremos encontrando a aquel chico que afrontaba la vida con todo el futuro por delante, lleno de ilusión y de esperanzas.

jueves, 14 de junio de 2012

Clases particulares


Esto de las clases particulares es todo un mundo. Ofertas hay para todos los gustos, y cuando accedes a alguno de estos servicios nunca sabes con qué te vas a encontrar.

Y es que la docencia es una actividad para la que, evidentemente, no todo el que pretenda enseñar está preparado. Se requieren no sólo conocimientos sino también un talento especial. Cuando se trata de personas que llevan una academia o van a una casa, lugares donde no suele estar probado el hecho de que se tenga la titulación adecuada para ser profesor, estas cualidades a las que aludía se hacen aún más patentes y necesarias.

Cierto es que no es lo mismo llevar un aula llena de alumnos en un gran centro como un colegio o un instituto que impartir asignaturas sueltas a un niño o dos a lo sumo, unos cuantos en el caso de las academias.

Miguel Ángel sólo ha tenido clases particulares en una ocasión. Contraté al docente a través de una agencia, y era profesor de instituto. Las agencias tienen unas condiciones un tanto tiránicas, ya que te obligan a pagar bonos de 10 clases y por anticipado.

Este profesor, acostumbrado a dar clase a muchos alumnos, hablaba muy alto y deprisa. A Miguel Ángel lo aturullaba con su ímpetu, aunque él ha sido siempre muy sufrido y nunca se quejó, pero yo sé que no le gustaba nada. Un día, si nos descuidamos, casi se pone a tocar una guitarra que mi hijo tenía en su habitación. Animado como él solo, un torbellino. Solía contarme muchas de sus experiencias en el instituto donde daba clases y algunas de las peculiaridades de su profesión. Para la conversación era muy ameno, pero ante el persistente fracaso escolar de Miguel Ángel, terminó diciéndome que estaba malgastando el tiempo y el dinero.

Esta situación lo soliviantaba, por orgullo profesional. Estaba enfadado, molesto, era como si su buenhacer estuviera en entredicho. Cuando por fin Miguel Ángel pasó de curso, ya sin la ayuda del profesor, porque ciertamente si no se lo propone el alumno no hay clases que valgan, le mandé un mensaje a su móvil para decírselo y que viera que sus esfuerzos no habían caído en saco roto, pero no me contestó. Era un poco soberbio.

Cuando Miguel Ángel empezó con sus tratamientos en el Hospital de Día y, aconsejados por Jesús, su psicólogo, le apuntamos a una academia que me recomendaron encarecidamente, la situación mejoró aunque por poco tiempo. Su director, ingeniero naval, decidió un día dedicarse a la docencia, para bendición nuestra. En cuanto le explicamos lo que le sucedia a Miguel Ángel él, que es muy humano, sintió empatía al instante y trató a mi hijo como un amigo desde el primer día.

La 1ª vez que acudió lo llevó a la puerta con el pretexto de echarse un cigarrillo, y estuvo hablando un rato con él. “No sé lo que te pasa exactamente, pero quiero que sepas que aquí eres uno más, que espero que te sientas lo más cómodo posible y que vas a ser tratado como a todo el mundo”, le dijo, sazonando la conversación con innumerables palabrotas. Tenía la costumbre de hablar a sus alumnos haciendo muchas bromas y soltando muchos tacos, como para ponerse más a su nivel, darles más confianza y que desaparecieran las barreras. A Miguel Ángel le encantaba, en casa se reía muchas veces recordando algunas de las jocosas barbaridades que le oía decir, algunas que a mí particularmente me hubieran dejado calva sólo de escucharlas.

Muy directo, casi cuarentón, inteligente, emprendedor, como padre trataba a los chicos como querría que trataran a sus propios hijos. Al cabo de un tiempo nos dijo que estaba muy contento con Miguel Ángel y que rendía más que muchos de sus otros alumnos que se supone no tenían ningún problema. Pero finalmente se cansó, como le pasa con casi todo lo demás, y dejó de ir.

Ana tuvo una profesora el año pasado con la que tampoco logró congeniar. Era una chica muy preparada y diligente, muy seria en sus cosas, explicaba muy bien, pero como todo en la vida es cuestión de dar en el clavo correcto, y con Ana no fue así. Ana mostraba su cortesía habitual, muchas sonrisas de hipocresía social para no parecer maleducada. Incluso a mí logra engañarme cuando hace esas cosas. Pero la profesora pronto se sintió desalentada, y hacía su trabajo sin muchas esperanzas de que aquello diera sus frutos. Como en el caso de su hermano, Ana sacó el curso cuando decidió ponerse las pilas, presionada y un tanto atemorizada por nuestra preocupación y nuestras arengas.

Es muy cansado esto de tener que sacar el látigo cada dos por tres para que los demás cumplan con su deber. Los de mi generación estábamos acostumbrados a una dinámica para la que no necesitábamos medidas coercitivas. Era lo que había, sin discusión posible. Y tampoco lo llevábamos mal: no hay nada más satisfactorio que la consecución exitosa de las propias obligaciones. Es como si te hubieras ganado el pan, como si te demostraras a ti mismo que has sabido estar a la altura de las circunstancias.

Este año Ana necesitó nuevamente clases particulares. Eché mano de uno de esos números de teléfono que pegan en las marquesinas de los autobuses para anunciarse, que tenía guardado hace tiempo. Se presentó un hombre joven, sudamericano, que no pasó del primer día. Explicaba con mucha bulla y deprisa, y mientras esperaba a que Ana resolviera los ejercicios que le ponía, se dedicaba a teclear en su móvil. Para parecer más cercano cuando terminó le dio por enseñarme una enorme gasa de dudoso color que tenía bajo su ombligo con piercing, que tapaba la herida de su reciente operación de apendicitis. Y encima me quiso cobrar más de lo que me había dicho por teléfono. Ana exhibió sus sonrisas Profidén de siempre, para terminar deciéndome alterada en cuanto se marchó que anulara la cita siguiente porque no quería volver a verlo, y como es ella la que tiene que aprender y sentirse a gusto, pues así lo hice, no sin ser presa de una gran desazón al pensar que  nunca le iba a terminar de parecer bien nadie, que nunca iba a asimilar las asignaturas pendientes, y que lo hacía para fastidiar porque no quería recibir ayuda de nadie y por llamar la atención, algo muy típico en ella.

Pero por fin, hace algo más de un mes, contacté con un chico treintañero al que encontré en Internet cuando pedí a alguien que diera clases por mi zona. Hace medio año que llegó de su ciudad, Alicante, buscando trabajo. Es ingeniero químico y en su tierra están cerrando industrias. Pero lo que no sabía es que Madrid no es como el sueño americano. Aquí hay trabajo en sectores para los que no hace falta cualificación alguna. Después de gastarse sus ahorros ha terminado dando clases a domicilio y trabajando como camarero en un Ginos.

Se quejaba de que en Alicante vivía con otros tres amigos en una casa casi nueva y enorme por sólo 150 € mensuales, y que ahora en cambio malvivia en un cuchitril por 300 y pico (que sigue siendo muy barato para ser Madrid), y dice que casi no le queda ni para ir al cine alguna vez. Creo que hace poco se ha mudado a un sitio mejor, parece que después de todo no le está yendo mal.

Un par de tardes por semana llega con el casco de su moto bajo el brazo, mochila a la espalda, le colocamos una pequeña torre de ventilación que tenemos y una jarra de agua fresca con un vaso, y durante la hora siguiente le explica a Ana largo y tendido Matemáticas o Física y Química. Es el único profesor que, no teniendo titulación para ello, sabe cómo hay que enseñar mejor que cualquiera de los que han pasado por casa. No habla alto, y su cadencia es suave y lenta, ideal para hacerse comprender. Su paciencia es infinita, repite las cosas las veces que haga falta.

Ana, que ya estaba escaldada por las experiencias anteriores, lo recibió el primer día con cierta desconfianza, pero ésta desapareció enseguida. Aunque cada vez que tiene que venir entra en trance, presa de una somnolencia incontenible que la obliga a acostarse un rato antes de que llegue (en el fondo de su subconsciente permanece el rechazo a recibir ayuda y a tener que trabajar), cuando el profesor aparece ella misma se encarga de ponerle el ventilador y el agua para que esté cómodo, y de apagar la televisión si está encendida.

Es un chico muy sano, muy natural, muy buenazo, muy educado, que sabe cómo conectar con la gente joven, su trato es muy agradable y se permite alguna ocurrencia que otra que hace reir a Ana y la alivia de la incertidumbre de saber si será o no capaz de sacar esas asignaturas.

Hace poco empezó a salir con una chica y se le ve más animado. “Se llama Ramona”, le comentó a mi hija. Madrid, como cabía esperar, no resulta una ciudad tan inhóspita al fin y al cabo. Espero contar con él siempre que lo necesite, si no se ha vuelto a su tierra, como amenaza alguna vez cuando se encuentra desalentado. 

Encontrar a un buen docente es tarea ardua, y por eso tanto al director de aquella academia a la que fue Miguel Ángel como al profesor que tiene ahora Ana, los considero preciadas joyas, valiosas por su rareza y por lo mucho que son capaces de brillar. Y es que algunas clases pueden llegar a ser muy particulares.

miércoles, 13 de junio de 2012

Interiorismo (II)


Aquí dejo una serie de imágenes de dormitorios. En cualquiera de ellos no sería difícil tener dulces sueños...








 
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