martes, 5 de junio de 2012

Acerca del suicidio


Me mandaba un amigo hace unos días un video en el que se veía cubierto con una manta el cuerpo de Dimitris, un jubilado griego que se pegó un tiro allá por abril delante del Parlamento, en protesta por la crítica situación de su país. Se combinaba con escenas de algaradas callejeras, que venían a ilustrar el ambiente de crispación social que allí se vive. Mi amigo se adolecía del infortunado hombre, pero yo en cambio me sentí indignada, ahora que esta palabra está tan de moda.

Puede parecer cruel que yo diga esto, pero siempre me ha parecido la barbarie llevada al extremo atentar contra la propia vida delante de la gente y utilizar ese acto violento para reivindicar lo que quiera que sea. Es un exhibicionismo siniestro, macabro, morboso, la acción de alguien que ha perdido la cordura o el sentido de la realidad.

Quién no ha visto alguna vez en televisión las imágenes de alguien quemándose a lo bonzo, que suele ser el procedimiento más utilizado en las protestas públicas, algo que sí que me ha hecho sentir siempre horrorizada y sobrecogida. Ese momento, absolutamente terrorífico, en el que la persona se queda quieta, de pie, y se va desmoronando lentamente hasta que se queda sentada en el suelo o tirada, con la mirada fija, perdida en algún punto lejano, mientras las llamas la van consumiendo. Me imagino que tomarán alguna droga antes, porque sino no lo soportarían.

Los suicidas parecen entregarse a la muerte sin temor ni resistencia. Y no lo consigo comprender: es como si yo me montara en una montaña rusa e hiciera el propósito de no sentir pánico, cómo se hace eso. Hay reacciones que son viscerales, automáticas, no las puedes controlar, y protegerse de un peligro las provoca.

A pesar de mis creencias religiosas, que impiden obrar con el propio cuerpo y la propia vida a voluntad, pues son patrimonio de Dios y cuando se atenta contra ellos se hace contra su creación, templo del alma, a pesar de ello, como digo, nunca he estado en contra del suicidio. Es un triste final, prematuro muchas veces, pero qué final no es triste. Ya que la elección del nacimiento no nos es dada, la de la muerte sí debería poder elegirse. Por qué aguantar sufrimientos, sean los que fuere, sobre todo cuando se sienten terminales. A lo mejor sólo es cuestión de un momento, un bajón emocional que no dura mucho, y si se deja pasar se remonta y se puede ver todo de otra manera, pero hay que estar ahí para afrontarlo, y al fin y al cabo sí creo que somos dueños de nuestro cuerpo y de nuestros momentos.

Siempre ha habido una ambivalencia en el tema del suicidio: unos dicen que es propio de cobardes, de aquellos que tienen miedo a afrontar los problemas de la vida y buscan una salida rápida. Otros dicen que es algo que requiere mucho valor, porque no todo el mundo tiene los arrestos necesarios para quitarse de en medio, y según con qué métodos, algunos muy dolorosos.

Parece que el suicidio, que yo he considerado siempre una cosa privada, como el dolor, suele necesitar de acciones descabelladas, espectaculares, que llamen la atención de la gente. Tirarse desde un edificio, volarse la tapa de los sesos, colocarse una bomba como hacen los integristas para conseguir un salvoconducto rápido y seguro al paraíso. Lo de los kamikazes lo encuentro similar a lo de quemarse a lo bonzo, una acción pública, callejera, que va no sólo contra uno mismo sino contra otros.
Como le dije a mi amigo, lo que le sucedía a Dimitris no debía estar únicamente motivado por la crisis económica, sino más bien por una crisis total, existencial. Ya no encontraría sentido a la vida, y si se añadía una depresión entonces todo se oscurecería aún más para él.

El crack del 29 fue algo así, la gente se suicidaba después de haberlo perdido todo. Pero ¿qué es lo que habían perdido en realidad? Cosas materiales, seguían teniendo todo lo demás, y sorprendentemente no eran capaces de verlo. El ser humano es el único ser vivo que se pierde en estos detalles, el resto de los seres considerados no racionales lo tienen mucho más claro: aprovechar la vida ya que se tiene, adaptarse lo mejor posible a las circunstancias, y retirarse del mundanal ruido cuando se siente la llegada de la muerte, sin aspavientos, sin melodramas. Los animales también se ponen tristes, también lloran, también añoran, también pasan necesidades, sienten las alegrías igual que las penas, pero ahí están, resisten porque su instinto de supervivencia, que es innato a todos, funciona.

Siento lo de Dimitris, pero me niego a considerar su acción una forma eficaz y racional de protesta por un asunto público, es un insulto para los que sí deciden quitarse la vida por motivos personales, por tragedias privadas de las que no se llega a enterar nadie y para las que nadie tiene solución. Si todos hiciéramos lo mismo más de medio mundo habría desaparecido hace ya mucho tiempo. De hecho, la acción del griego parece incitar al resto del mundo a seguir su ejemplo, cosa que parece que está consiguiendo, con lo cual la aberración es total.

Le decía a mi amigo que más pena me daban los negritos de África, por decir uno de los muchos lugares del mundo donde abunda la miseria, porque ellos no han elegido morir y aún tienen toda la vida por delante, no como Dimitris que ya era un anciano. En su nota de suicidio decía, entre otras cosas, que ya estaba harto de escarbar en la basura. En África no hay ni basura que escarbar. Mi amigo se ha molestado conmigo por mi dureza. Yo simplemente pienso que quien apoya semejantes comportamientos es porque tiene también pulsiones autodestructivas y también se halla inmerso en algún proceso depresivo.

Hay algo sumamente aberrante en el suicidio reivindicativo, porque aniquilar la propia vida como si se fuera un cordero que va al sacrificio tiene un mucho de violencia extrema y de absurdo, pues si se quiere protestar por algo para cambiar lo establecido no se puede abandonar la nave y dejar a los demás que luchen solos, es el acto menos solidario con los demás y con uno mismo que existe, la acción más cobarde. 

Sólo faltaría, como ha pasado en muchas ocasiones, que la gente se ponga de acuerdo por Internet para quitarse la vida en día y hora concretos, también con afán de protesta, es la locura universal, algo que va contra natura, el sinsentido absoluto, como pasa en las sectas. Eso que he oído muchas veces de que paren el Mundo que yo me quiero bajar. Qué estupidez. El Mundo no se para por nadie.

Hay que tener mucho cuidado con estas consignas, porque la estupidez se propaga con enorme facilidad entre el género humano, y no así la inteligencia y la cordura.

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