martes, 12 de junio de 2012

Exámenes


Hay que ver cómo ha cambiado esto de estudiar con el paso de los años. En mi juventud pasábamos el tiempo pegados a los libros, hincando los codos, quemándonos las pestañas, para tener las lecciones al día y los deberes cumplidamente hechos. Cierto es que vagos han existido siempre, y que yo formaba parte de un pequeño grupo en el que destacábamos por nuestro trabajo, nuestro tesón y nuestro espíritu de sacrificio. Éramos los empollones, palabra que he aborrecido siempre, aunque el resto de la gente también estudiaba, quizá no tanto, pero también hacía su esfuerzo.

Hasta hace poco no he sido consciente de que hasta en eso pertenecía a una minoría.Y no creo que esté hablando de excepcionalidad. Hay una marcada línea que distingue al esforzado del perezoso. Hoy en día esa distancia se ha acrecentado por el número tan escaso de estudiantes que dan el do de pecho. Ahora sí que se los considera bichos raros.

Nunca he visto a mis hijos nerviosos antes de un examen. Yo en cambio jamás logré acostumbrarme a esa incertidumbre previa, a pesar de las muchas pruebas por las que pasé. Era como el miedo del artista antes de salir al escenario. Aunque tuviera bien aprendida la lección, siempre cabía el temor de no ser capaz de dar lo mejor de tí mismo. Y cuando se acababa el examen, qué gusto haber descargado todo el saber acumulado, hojas y más hojas, sin parar de escribir, era como dar a luz, te quedabas aliviada. Habías demostrado tu valía, que podías estar a la altura, que cumplías con las expectativas creadas en torno a tí. Aunque fueron tantos los esfuerzos realizados durante años que ahora detesto ser sometida a examen, tener que seguir demostrando algo, lo que quiera que sea.

Los estudiantes de ahora no saben estudiar. Sólo se miran los cuadros con esquemas y resúmenes que aparecen intercalados o al final de las lecciones. Los libros están llenos de fotos y de textos con paja, y aún así les parece mucho lo que tienen que memorizar. Miguel Ángel se lee los temas (él dice que no le hace falta estudiar) un par de días antes, y no hay manera de que cambie de sistema. Como tiene buena memoria va aprobando y luego, por fortuna, se le queda grabado mucho de lo que aprendió, con lo que siempre poseerá una pequeña culturilla general. Todo lo que le gusta o le llama la atención, no sólo en los estudios sino en cualquier otro ámbito de la vida, lo absorbe como una esponja, por lo que tiene un bagaje de cosas curiosas que muy pocos saben y que quedan muy bien cuando se dejan caer en una conversación.

Ana no tiene tanta retentiva, o quizá sólo la tenga de unas cuantas cosas que forman parte de su mundo, en el que apenas tienen cabida los estudios. Cada vez que debe estudiar un examen, inicia un doloroso proceso que la transforma física y mentalmente. Se encierra en su habitación y no consiente que nadie entre bajo ningún concepto, ni aunque se esté incendiando la casa. Se pone de un mal humor increíble. Sólo sale, para ir al servicio o picar alguna cosa de la cocina, y entonces se la ve con marcadas ojeras, el rímel corrido, y el pelo recogido furiosamente y como al descuido en lo alto de su cabeza atravesado por un lápiz. Se diría que es como la transfiguración de los santos cuando entran en éxtasis, sólo que a sus padecimientos no acompaña ninguna felicidad, sólo el deseo de que acabe pronto el trance.

Dolor de cabeza, de cervicales o espalda, come-come de uñas, desazón, amargura, son los síntomas que acompañan a su transitoria enfermedad. Qué ha sido de aquellos estudiantes tan sufridos que éramos, que pasábamos horas y horas sentados en una silla empollando sin apenas descanso. Los chicos de ahora necesitan hacer muchas pausas, sufren lo indecible, no pueden estar sentados mucho rato, no les es fácil concentrarse, tienen nula capacidad de sacrificio y poca tolerancia a la frustración. Y les pasa a todos, por lo que me cuentan otras personas con hijos.

De vez en cuando descubro trocitos de papel en la habitación de Ana con información condensada que no sé si habrá llegado a utilizar, porque chuletas se han hecho toda la vida. Cuando la veo recortar tiras largas de papel pienso que está haciendo de todo menor trabajos manuales. Intentos desesperados por eludir la cuestión y encontrar una salida fácil. Competencia desleal respecto a los compañeros, escaso amor propio. Quién sabe. Me queda el consuelo de que mientras copia la lección en esos papelitos se le va quedando en la memoria algo.

Realmente cuando veo así a mi hija no sé si reír o llorar. Su aspecto es lamentablemente gracioso. No sé por qué hacen un mundo de una cosa que podría ser mucho más sencilla. Ahora tienen que estudiar mucho menos y tienen muchas más facilidades para aprobar. Ellos mismos se complican la vida haciendo que el proceso sea como un infierno, al fin y al cabo sacar una titulación es algo por lo que todos tenemos que pasar y cuanto mejor lo procuremos llevar más nos facilitaremos la vida y antes se acabará todo. 

También es verdad que las perspectivas de futuro no son muy alentadoras, y el tiempo pasa que es un primor. Cuántos hemos estudiado denonadamente para luego no podernos dedicar a aquello para lo que nos hemos preparado, y cuántos ni siquiera eso, engrosando como están las listas del paro. El futuro se presenta bastante incierto, pero que no cunda el desánimo: nunca hay que dejar de hacer el esfuerzo porque nada bueno de lo que se haga en la vida suele caer en terreno baldío.

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