viernes, 15 de junio de 2012

Un poco de todo (XVII)


- Me quedé helada el otro día cuando supe que de los cuatro hermanos Gibb, tres de los cuales fueron los famosos Bee Gees, sólo queda uno, el mayor, el que a todas nos pareció siempre el más guapo. Los demás han fallecido jóvenes.

Recuerdo en mi niñez haberlos oído innumerables veces, con ese estilo inconfundible suyo, que no encaja mucho con lo que se lleva hoy en día, en el que dominaba la voz de falsete, las notas muy altas, y ese look de largas y cuidadas melenas, sonrisas sempiternas de dientes blanquísimos y ropa glamourosa y brillante. Eran unos chicos finos, con clase. Lucían una belleza que era salvaje y dulce a la vez. Su música más potente sacudía las pistas de todas las discotecas del mundo, y sus baladas encandilaban a los espíritus más románticos.

Decían los que no les gustaba su estilo que parecían gatos maullantes y tíos afeminados, pero en realidad todo lo que hacían estaba marcado por el buen gusto. Eran hermanos que se llevaban bien, que eran buenas personas, gente educada, con buenas vibraciones. Qué raro de ver en los tiempos que corren.

- Los escuchaba el otro día cuando vi, una vez más, Fiebre del sábado noche. John Travolta, en esos planos largos, inolvidables, desplegaba sus encantos como bailarín sobre aquella pista con suelo lleno de luces de colores destellantes. Pantalones ajustados como una segunda piel, zapatos con algo de tacón aunque fueran de hombre, pelos inflados peinados hacia atrás o a lo afro, todo un cúmulo de horteradas tremendas que, sin embargo, causaron furor en su momento como nadie hubiera imaginado nunca, marcando toda una época.

La naturalidad de Travolta y su talento para el baile hicieron el resto. Con el siguiente film, Grease, se desató la locura. Recuerdo haber estado en la interminable cola de un cine cerca de mi barrio cuando la estrenaron. Por la fila se corrió el rumor de que había gente que, con los nervios, había roto los cristales de las taquillas y habían tenido que llamar a la policía. Desde donde estábamos no veíamos nada, y decidimos marcharnos sin llegar a verla.  Tuve que esperar a que la pusieran en televisión, y creo que habían pasado unos cuantos años, para poder disfrutarla.

Qué distinto Travolta hoy en día. No queda nada de aquel muchacho de rostro dulce y cuerpo esbelto que lucía sus recursos como bailarín como si aquello no le supusiera esfuerzo alguno. Leí una vez que el rodaje tuvo que ser suspendido en varias ocasiones porque su pareja, una mujer mucho mayor que él con la que mantenía una intensa relación, estaba enferma de cáncer, del que no lograría recuperarse. La escena final de Travolta, bastante sosa para mi gusto, está impregnada de la tristeza real del actor por su propia desgracia.

Desde entonces estuvo mucho tiempo sin volver a la gran pantalla, y cuando lo hizo apareció transformado en otra persona. Aunque creo que, si miramos en el fondo de sus azulísimos ojos más detenidamente, seguiremos encontrando a aquel chico que afrontaba la vida con todo el futuro por delante, lleno de ilusión y de esperanzas.

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