viernes, 22 de junio de 2012

Un poco de todo (XVIII)


- Hace hoy una semana que falleció mi tío Fonchi. Ya hablé sobre él en un post de hace varios meses. Hasta ahora no me había sentido capaz de abordar el tema, y no las tengo todas conmigo aún. Fue todo muy repentino, y aunque ya tenía una cierta edad, me parecía imposible que alguien con una vitalidad como la suya, tan importante en nuestras vidas y tan capaz de llenar nuestros vacíos de forma tan total, pudiera irse algún día. Me cuesta creerlo todavía.

A la memoria me vienen todos los momentos que pasé con él desde mi infancia. Tuve la fortuna de compartir con él muchas veces retazos de la vida, aún cuando ni siquiera viviéramos en la misma ciudad, y de tenerlo en mi familia. Él era un hombre que llevó una existencia plena de energía y de pasión, que no tenía miedo a decir las cosas claras y a enfrentarse a todas las vicisitudes que se fueran presentando con coraje y decisión. Sensible, humano, con un carácter muchas veces indómito, había que saberle comprender y tratar. Todos sus posibles defectos quedaban cubiertos por las montañas de cariño que siempre nos profesó a todos. Inteligente, muy sentimental, con un sentido del humor único, nos las hizo pasar bien y mal a partes iguales. Él era alguien que difícilmente pasaba desapercibido, tenía una gran personalidad.

Ahora está junto a la abuela, y junto a la tía Pepi, su mujer. Dijo cuando ella murió que los 30 y tantos años que estuvieron casados le habían parecido poco. Yo digo ahora que los casi 46 años que tengo en que le he podido conocer y tratar a él me han parecido poco también. De todo lo que es bueno nos parece no tener suficiente nunca. Él siempre me decía lo mucho que me quería, y yo se lo decía a él en la medida que mi timidez para estas cosas me lo permitía. Él sabía que era así. Te quiero tío Fonchi, siempre.

- La gente es terrible en esto de cobrar venganza. Antiguamente a los que se les cogía inquina o se les presuponía algún delito se los ajusticiaba en la plaza a la vista del público. Hoy en día es Internet y el correo electrónico la manera como se acaba con la honra de cualquiera, si es que la tenía, y por la agresividad con que se demanda un castigo puede que hasta su cabeza se pida también. La presunción de inocencia brilla por su ausencia, y cualquier posible delito es ampliamente ilustrado con fotos y frases aleccionadoras de personas que se creen con derecho a hacer tal cosa, como si no hubieran cometido nunca pecado alguno y por eso se permitieran el lujo de juzgar a los demás y tirar la primera piedra. Es tomar la justicia por su mano.

Cierto es que estamos ya más que hartos de la picaresca que siempre ha caracterizado a nuestra nación, pero quizá la frustración provocada por tantos malhechores que han quedado impunes a lo largo de la Historia nos lleve a pedir cabezas sin ton ni son, y luego comprobar que estábamos en lo cierto queda para cuando no hay ya remedio, si se descubre que los ajusticiados eran inocentes. Y la honra, cuando queda manchada, sea o no con motivo cierto, ya nada ni nadie puede limpiarla.

Suele ser muchas veces la envidia el origen de todo, ya que es uno de los principales defectos de los españolitos, sea cual fuere su condición, y a ella van pareja la calumnia, la inquina y la injusticia.

Tengamos prudencia y buen juicio a la hora de opinar o divulgar según qué cosas, y respeto por el prójimo como querríamos que nos respetaran también a nosotros. Que el tiempo ponga a cada uno en su lugar y cada cosa en su sitio, pues si no es la justicia humana la que reparte leña en un momento dado, ya lo hará la divina.

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