martes, 29 de septiembre de 2015

Mis fotos con el móvil (y II)


Esta fue la tarta de mi cumpleaños, mientras estábamos de vacaciones en la playa, en julio pasado.











Con mi tía Carmen, la hermana de mi madre, en mi cumpleaños, en la terraza de los apartamentos.












Este es parte del salón de los apartamentos, y las siguientes fotografías. Es una casa decorada con mucho gusto. Ya quisiéramos tener algo así en Madrid.






Mis padres, muy contentos, en el momento de bajar a la playa.













Esta no la saqué con mi móvil sino que la sacó mi hermana con el suyo. Consiguió de Miguel Ángel un gesto precioso, llena de vida la mirada.


















Esto es ya en agosto. Un paseo por el Parque del Moro, buscando el frescor. Las hojas trepando por los árboles altísimos.





















Llevaba mucho tiempo anunciando mi traje de novia en internet para ver si conseguía venderlo, inútilmente. Hace poco decidí cortarle algunos detalles para tener de recuerdo, porque me parecían preciosos: las flores color champán de la base de la espalda, la abotonadura trasera y el brocado del pecho y la cintura. Aquí no se aprecian bien. El resto del vestido lo guardé en el maletero, a la espera de que pongan algún contenedor de ropa cerca del barrio, porque tirarlo a la basura me da pena.






El pasillo de mi casa. Me gusta en esta época ver tanta luz, porque luego ya bien entrado el otoño y en invierno casi no hay.
















El intercambiador de Avenida de América. En uno de los bloques de la izquierda vivía mi abuela paterna. Guardo gratos recuerdos de la zona por eso.











Me encanta este puente, en mi barrio, que une una orilla y otra del Manzanares. Aquí mi hijo, observando el panorama, después de un paseo vespertino por Madrid Río.












El domingo pasado estuve comiendo en casa de mis padres. A la hora de la siesta ellos se fueron a su cuarto a descansar y yo me quedé en el que fue mío y de mi hermana cuando estábamos solteras. Ya nada tiene que ver con el que dejé, pues lo amueblaron de otra manera. Mi padre tiene colocadas en los armarios muchas fotos que escanea e imprime de todos nosotros.








Las estanterías están llenas de libros, muñecos y un cuadro de mi madre al óleo que hizo hace muchos años. El que está en la pared es uno de mi padre al carboncillo. La verdad es que son unos artistas. Lástima que no lo hayan potenciado.
























Esta foto me ha gustado siempre, y a mi padre se ve que también puesto que la ha colocado colgando de una de las estanterías. La he visto circulando mucho en internet. Como es una mujer durmiendo sobre un libro es la mejor imagen para que adorne un dormitorio. A mí me relaja.







Mis fotos con el móvil (I)

A veces te encuentras a los artistas de Holywood en los sitios más insospechados. Tomé esta imagen de Natalie Wood cuando estaba en una terraza cerca de mi barrio, allá por mayo, tomando un refresco con mi hijo. En frente había una peluquería y tenía colocado este cartel promocional entre sus escaparates. Me pareció muy bella en esa instantánea. Fue una gran actriz.
Esta foto corresponde al escaparate del famoso restaurante Botín, una mañana que paseaba por la Cava Alta a la hora del desayuno en el trabajo. Todo el que haya pasado por allí alguna vez habrá visto que exhibe reproducciones en miniatura del interior del local: salones, cocina, etc. La pegatina en el cristal de D. Quijote y Sancho le da un aire aún más nuestro, sobre todo a ojos del turista extranjero, que le gusta mucho estas cosas.
Anita, mi hija, haciendo cosas en el ordenador, en el salón de casa. Como siempre tan hermosa.
El salón del apartamento que ocupamos con mi familia en Benidorm, durante nuestras vacaciones en julio pasado. Las vistas son impresionantes desde una planta 14.

La paella que hizo mi madre estando de vacaciones. Me recuerda un cuento que leía de pequeña en el que el protagonista tenía una olla mágica de la que siempre salía arroz, nunca se acababa. Como me ha gustado la paella mucho toda mi vida era como un sueño, y aquí parece hecho realidad.


La terraza trasera del apartamento durante las vacaciones. Me sacaba una silla y me ponía a leer mientras disfrutaba del aire, el sol y la visión del azul maravilloso del mar. Eso sí, me hallaba un poco estrecha porque siempre había ropa tendida. Ahí estaba leyendo las memorias que escribió Chaplin, con las que disfruté tanto. Los que no tenemos terraza en casa habitualmente apreciamos mucho este tipo de pequeños lujos.
Mi hijo Miguel Ángel a la hora de la siesta, el bello durmiente.
Aquí están los apartamentos que hemos ocupado en las últimas décadas. En los que están más cerca, los Brasilia, estuvimos desde que yo era niña hasta ya de mayor, con mis hijos muy pequeños. Los que hay a continuación, los Turia, eran enormes y ahí estuvimos hasta hace 3 años. Al aumentar la familia se hizo necesario alquilar un sitio más grande para vivir. La torre es el lugar que habitamos desde hace un par de años. Es grande pero no tanto como los anteriores, y aquí tenemos otras comodidades que en los demás no disfrutamos.




Últimamente no me reconozco en las fotos, sobre todo cuando estoy sin arreglar, o habitualmente, que me arreglo poco. Aquí menos mal que Anita, mi hija, me peinó y maquilló, y eso que hacía mucho que debía haber ido a la peluquería a darme mechas y cortarme. Es cierto que hay épocas en la vida en la que damos bajones y parece que nos cayeran 10 años encima de repente. Esta es una de ellas. Los problemas y las preocupaciones también hacen lo suyo. A veces olvido que los próximos años que cumpla serán los 50.
Este es un problema que Anita, mi hija, no tiene, de momento. Aquí luce tan guapa, arreglándose una tarde para salir, sin darse cuenta de que la fotografiaba.
Desde el rompeolas, al final de la playa de Poniente, obtuve esta imagen nocturna en la que se ven reflejadas las luces del paseo y la luz del hotel Torre Dorada, que este año había puesto una iluminación cambiante y chillona que no me gustaba nada. Este es el único color que me agradaba. A la izquierda está la torre del Bali, el hotel más alto de Europa.
La piscina de los apartamentos, y mis hijos allí abajo disfrutando del agua. No solía tener mucha gente, por lo que era una gozada. Siempre había soñado con bañarme en esta piscina cuando alquilábamos unos apartamentos que había en frente y veía a la gente chapotear con ese fondo tan  azul. El agua está un poco caliente para mi gusto.

En la playa con mi hija. Mi padre está a la izquierda.



Playa de Poniente un día nublado.



.
Torre In Tempo, que sigue inacabada, con brillos dorados y rojizos al atardecer.

Unas nubes especialmente bellas









Desde mi habitación, en la parte trasera de los apartamentos, este atardecer maravilloso.















Otra paella, está vez de encargo. Ángel, mi cuñado, muy contento de haberla conocido, preparándose para el festín.






La ventana de mi habitación, muy soleada.


















viernes, 25 de septiembre de 2015

Turner


Conocía la obra pictórica de Turner desde hacía tiempo pues atesoro, entre la colección pictórica guardada en mi pen drive de multitud de pintores, las marinas de este artista que, desde el primer momento que conocí su trabajo, me llamó poderosamente la atención.

Lo que no sabía era sobre su figura tan controvertida, y de esta ignorancia ha venido a sacarme la película que sobre él se ha hecho y que lleva por título su nombre. Mr. Turner es un film lleno de curiosidades sobre este autor, peculiar hasta el exceso, en el que se reflejan las luces y las sombras de un hombre de su tiempo que anheló muchas cosas en su vida que no siempre pudo ver llevadas a cabo.

Ya en un principio su figura nos resulta chocante, con ese cuerpo rechoncho y algo contrahecho, paseándose por las calles de Londres a finales del siglo XVIII. Ingresó a la temprana edad de 14 años en la Real Academia de Arte, por lo que siempre tuvo sostén económico y no pasó las penurias de otros artistas de la época. En el film vemos cómo se pasea por los grandes salones de exposiciones de la Academia, saludando a todo el mundo, muy amigo de todos menos de uno, al que no duda en ridiculizar delante del resto, para rechifla general.

Turner no tuvo muchos amigos, y mantuvo con la gente una distancia buscada. Le gustaba estar en soledad, recorrer lugares en los que hallar la inspiración necesaria para crear, con una libreta en la mano en la que realizaba bocetos. En la película Turner se queda absorto contemplando en la lejanía las volutas de humo que ascienden en el aire, despedidas por la locomotora de un tren que pasa por en medio de verdes praderas al atardecer, con una luz dorada maravillosa. O cuando llega a una pequeña balsa de agua rodeada de lomas y verde hierba, en una zona solitaria de campo. Pero lo que a él más le atrae son las tempestades en el mar, que fue lo que más fama le dieron. Incluso llegó a hacerse atar al mástil de un barco en plena tormenta para experimentar la furia de los elementos en sus propias carnes, lo que le acarreó una bronquitis severa.

Al principio de la película recibe la visita de su ex mujer, sus dos hijas y su nieto. Es una situación incómoda y forzada, pues ella viene a quejarse de todo, especialmente de la penosa situación económica por la que pasan debido a la poca asignación que les pasa. Sólo hace caso a la hija más agraciada, que es la que tiene a su nieto, a la otra, bastante menos bella, casi ni la mira. Llega un momento en que Turner abandona abruptamente la habitación porque no puede soportar por más tiempo los reproches de la airada señora, lo que hace que ésta se encolerice aún más. Sin embargo, pese a estar llena de resentimiento, le llama por el apelativo cariñoso de su nombre, Billy, como si aún lo siguiera queriendo en el fondo. Turner nunca le dice a nadie que ha estado casado y tiene hijas, es como si quisiera borrar esa etapa de su vida.

Turner es un hombre lleno de contrastes, que igual podía ser burdo, animalesco, egoísta y maleducado, frecuentador de burdeles y que se comunicaba muchas veces con gruñidos en lugar de con palabras, que perdonaba la deuda que con él tenía un pintor que siempre se lamentaba por todo y que nunca fue admitido en la Academia, cuando le dijo que sus hijos morían y que en su casa pasaban muchas penurias. O cuando ya mayor un multimillonario americano quiso comprarle toda su obra por una fortuna y el la rechazó alegando que la había legado a su país y que quería que estuviera toda junta, expuesta para que el público pudiera verla gratis.

No siempre fue querido ni valorado. En una ocasión la reina Victoria fue a la Academia y cuando pasó por delante de sus cuadros hizo comentarios despectivos, que él oyó desde donde estaba, situado en un sitio en el que podía ver sin ser visto. O cuando fue al teatro y se representaba una obra bufonesca en la que todo el tiempo se burlaban de él, una pantomima grotesca donde se criticaba su glotonería y sus rarezas a la hora de pintar, pues utilizaba materias primas poco convencionales: jugos de frutas, polvos químicos, o incluso escupitajos. Cuando pintaba en la Academia gustaba de hacer ese tipo de exhibiciones, escupir sobre el lienzo y difuminar con la mano, en medio de las risas jocosas y los comentarios maliciosos de los compañeros, o coger el pincel y apretarlo con fuerza casi como si fuera a hacer un agujero en el cuadro, en sus arrebatos de pasión creativa.

En la película hay dos ocasiones en las que se le ve llorar: la 1ª vez cuando muere su padre, con el que vivió 30 años, y que le ayudaba en el taller de pintura. Se aprecia la relación de profundo afecto que les unía (se besaban profusamente en las mejillas cada vez que Turner llegaba de algún viaje, y el padre le afeitaba diariamente mientras conversaban). La 2ª vez cuando pintaba a una prostituta tendida en la cama en un burdel, no sabemos si por alguna oscura emoción o deseo insatisfecho o porque hacía poco que había fallecido su padre. Mantenía relaciones sexuales con su criada, una pobre mujer algo retrasada, enferma y poco agraciada, a la que pillaba de improviso siempre que la necesidad le acuciaba. Ella se dejaba hacer y nunca recibió ninguna muestra de afecto a cambio. Sabía que en el fondo la apreciaba, y ella tenía una gran dependencia de él, lo cuidaba como si fuera un ser superior, casi un dios.

Pero Turner, que siempre buscó el amor, como algo que faltaba en su vida por encima del deseo carnal satisfecho de cualquier manera, apresuradamente, halló algo parecido en una posadera de un pueblo costero que solía frecuentar en su búsqueda de paisajes para sus cuadros, en cuya posada se alojaba, y que conoció también al marido de ésta, pues los 3 solían tomar una copita de licor sentados a una mesa, contemplando el mar por la ventana, y charlaban. Al quedar viuda se va a vivir con ella a la posada. Antes de irse se despide sin palabras de su criada, con gesto entre desabrido y contrito, sin mirarla, y con la cara de desconcierto y lástima de ella comprendemos que intuye que no volverá más. La criada va a buscarle tiempo después, pero no se atreve a entrar en la posada, y regresa a casa para enterarse poco después de que Turner ha muerto. La desdichada mujer, que a cualquiera movería a compasión, llorará su muerte con desconsuelo, recorriendo el taller donde él trabajaba, tocando con ternura y tristeza sin consuelo los objetos que él tocó.

Turner, repulsivo, excesivo, malhumorado, imprevisible. Turner sensible, con un profundo sentido estético, con raptos de generosidad, tierno en ocasiones. Un hombre que fue buscando lo sublime y no siempre lo halló, que vivió su vida a su peculiar manera, intentando disfrutar de cada momento y de pasar a la posteridad, siendo uno de los más reconocidos artistas de su época.






miércoles, 23 de septiembre de 2015

S. Bernardo


Mucho le ha costado a mi hija Ana decidirse por el centro en el que cursar el último año de Bachillerato que le queda. Ya el año pasado quiso cambiarse, pero como eligió institutos públicos no obtuvo plaza en ninguno, abarrotados como están. Este año, y a pesar de haber visitado el S. Alberto Magno, del que ya hablé en un post anterior, escogió otro, también privado, una fundación,

el S. Bernardo, pero con un coste mucho más asequible al estar muy subvencionado. Me imagino que influyó en su decisión el hecho de que nuestra economía esté tan depauperada, y aunque yo insistí en que no tuviera eso en cuenta no me hizo caso.

Ayer hubo reunión de padres, como siempre al principio de curso. Hacía incontables años que no había vuelto a entrar en el S. Bernardo, desde que iba de niña a oir Misa en la capilla, ya que es un centro religioso. Por aquel entonces no habían construído nuestra parroquia, y acudíamos los domingos a la homilía feligreses de varios kms. a la redonda, pues no había más iglesias. Como la capilla es más bien pequeña, casi siempre teníamos que estar en el hall principal, desde donde la oíamos a través de la megafonía. Éramos tantos que nos salíamos hasta la escalinata de entrada. Hasta los 6 años estuve yendo allí.

Por eso fue algo especial volver a subir aquellas mismas escaleras, pero esta vez porque mi hija es alumna del centro. En el hall habían puesto una figura tallada en madera con la imagen del santo que da nombre al instituto. Un poco más allá, en la pared, una gran foto del Papa Francisco y el arzobispo Osoro con la catedral de La Almudena de fondo. Nos reunieron 1º en una sala de proyecciones, con una gran pantalla y sillones colocados frente a una mesa corrida con micrófonos. El director, un hombre muy joven, impecablemente vestido con traje y corbata, nos habló en un pequeño discurso en el que no había palabras huecas ni frases de relleno. Aunque su tono de voz no le acompañaba (me recordó a aquel "Don Puente" que hacía Mota hace años), su diatriba resultó una mezcla de calidez y firmeza que me agradó sobremanera y que hacía tiempo no veía. Me fijé que en las paredes había fotografías del anterior arzobispo de Madrid, Rouco, cuando era muy joven, junto al Papa Pablo VI. Sentí un ligero estremecimiento de horror, por lo poco que me gustaba Rouco. El que hay ahora me resulta infinitamente mejor. Rouco fue el que inauguró el centro va a hacer 50 años dentro de poco, según atestigua una placa colocada en el hall principal, lo cual será motivo de celebraciones diversas, por eso he sabido que cuando yo lo visitaba para escuchar Misa no hacía mucho que funcionaba.

El director nos hizo levantar antes de hablar para rezar un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria, y tras sus palabras iniciales, vimos una breve proyección en la que se ilustraban las actividades del centro desde Educación Infantil hasta Selectividad. Tienen otro centro en Madrid, el Mª Cristina, que acoge sólo a alumnos de Infantil y Primaria. Los profesores estaban a ambos lados del director, que nos los fue presentando, y luego fui con la tutora del curso de Anita a su clase. Iba yo acompañada de Margarita, la única madre que conocía, pues su hijo Esteban fue compañero de mi hija en el colegio y en el anterior instituto. Las demás madres se conocían desde hacía muchos años y se saludaban con un beso afectuoso.

Lo que más me llamó la atención en el S. Bernardo fue la limpieza de las aulas, sin una mancha en muebles o paredes, los cristales de las ventanas relucientes. Es un lugar sin lujos pero bien cuidado, con pizarras electrónicas en cada clase. Acostumbrada al deterioro del anterior instituto, en el que al ser un centro público el  alumnado es variopinto, no siempre civilizado y lo destrozan todo a su paso, me pareció estar en un remanso de paz, sobre todo porque el aula de Ana da a Madrid Río, donde el soterramiento de la M-30 ha convertido aquella zona en un oasis, sin ruido de tráfico, y repoblada con árboles y vegetación. Al ser la parte delantera del edificio, y no la trasera, tiene mucha luz.

La otra cosa que me llamó también la atención fue la educación de la gente y la amabilidad. En un mundo este, en el que con frecuencia nos vemos rodeados de mal humor y desabrimiento, se agradece encontrar gente con una educación parecida a la tuya, y que vivan sin stress, en paz consigo mismos. Las madres iban arregladas con sencillez, y en general fue como un bálsamo estar allí, las dos horas que duró la reunión, entre las palabras del director y las de la tutora en la clase, se me pasaron volando.

La tutora era una veterana del instituto y me pareció una muy bella persona. Se notaba que lo suyo era más que vocacional, y que trataba con mimo a sus alumnos. Comprensiva y paciente, Anita dice sin embargo que le parece una mala profesora porque va muy lenta y no explica bien. Mi hija, acostumbrada al ritmo trepidante del anterior instituto y a que le apretaran los tornillos en todo (deberes, exámenes, disciplina), encuentra este lugar flojo, con un nivel de exigencia notablemente más bajo, y tiene miedo de no ir bien preparada de cara a Selectividad, que en la reunión se comentó que probablemente este iba a ser el último año que se hiciera. Pensé que vaya mala suerte, que por un año Anita no se hubiera podido librar.

Yo le he dicho que se estudie los libros de cabo a rabo, no sólo lo que diga la profesora. Ella está habituada a empollar grandes cantidades de materia, y no debería perder el ritmo conseguido después de años, pues no siempre Anita ha sido estudiosa. Si está en este centro es precisamente para aprovechar la manga ancha con las notas y conseguir las más altas calificaciones, que le favorezcan a la hora de hacer media con Selectividad.

Nos estuvieron explicando qué asignaturas entran en Selectividad, cuáles sirven sólo para tener más puntuación, cómo se calcula la nota final, etc. Ya me lo habían explicado cuando visitamos el S. Alberto Magno, pero tampoco es una cosa que termine de entender muy bien. Cuando yo fui a la universidad, hace tropecientos años, todo era mucho más sencillo. Anita ya se enterará cuando le toque y sabrá lo que hacer. Ahora dice que no sabe si hacer Magisterio u otra carrera. Psicología también le gustaba mucho, y es la que va a hacer una de sus amigas, que ha entrado en el S. Bernardo con ella pero un curso por debajo del suyo.

Creo que Ana va a estar bien aquí, piense ella lo que piense. Que tengan que rezar un Padrenuestro todos los días, puestos en pie al comenzar la mañana, es lo de menos. Ella no alberga ningún sentimiento religioso, pero se debe a que yo tampoco le he sabido inculcar el mío. Para ella carece de sentido todo lo que a ese tema se refiere, y hasta parece que le molestara un poco, como si fuera una pérdida de tiempo.

Me gusta el S. Bernardo, pero me he quedado con el deseo de que hubiera ido al S. Alberto Magno, con el que tengo un vínculo sentimental al haber sido el primer centro en el que estuve escolarizada, aunque entonces se llamaba de otra manera. Espero que todo vaya sobre ruedas y que Anita pueda salir airosa de Selectividad y elegir la profesión que más le guste, aquella en la que pueda sentirse más realizada. Ya que yo no lo he conseguido, que ella por lo menos sí.


martes, 22 de septiembre de 2015

Judy Clarke, la abogada del diablo


Me ha parecido curioso y a la vez fascinante el trabajo de Judy Clarke, la abogada estadounidense que se encarga de los casos que ningún otro letrado quiere llevar: asesinos en serie, terroristas... Siempre he pensado qué es lo que se sentirá teniendo que defender a personas que se sabe de antemano que son culpables, y más tratándose de delitos escalofriantes. En esta clase de procesos no se busca una declaración de inocencia, eso sería imposible. Clarke les libra de la pena de muerte, a la que se opone rotundamente.

Dicen que huye de las cámaras, que vive junto a su marido con austeridad, que no tiene hijos y que dedica muchas horas de trabajo a la semana a casos complicados en los que ha demostrado gran habilidad, junto con su equipo, para encontrar las triquiñuelas legales que le permitan conseguir su objetivo. Además es bastante elocuente en los juicios, y consigue ganarse la comprensión de jueces y jurados hacia personas que, en otras manos, nadie  miraría ni siquiera a la cara.

Los hay que le guardan rencor, porque dicen haber sido manipulados por ella, y la insultan y amenazan de muerte. No en vano, aunque la abogada los salve de la pena capital, no dejan de ser psicópatas. Clarke intenta establecer una conexión humana con sus defendidos, se pone en su lugar, rastrea en sus biografías las razones de por qué llegaron a lo que llegaron, y lo utiliza en los juicios. La misma Clarke, a pesar de su apariencia amable y pacífica, es una mujer de férreos principios y muy dura litigando, y en su pasado encontramos una tragedia, de esas que forjan un carácter: su padre murió cuando ella era una niña en un accidente de avión.

Estas son algunas de sus declaraciones:

- Con frecuencia, los que cometen crímenes terribles han sufrido traumas severos, inimaginables. Sabemos por las investigaciones del cerebro que muchos padecen también trastornos cognitivos que afectan a la esencia de su ser.

- La confusión no es maldad, y la desesperación no es alevosía.

- Ninguna persona debería ser definida por lo que hizo en el peor momento o en el peor día de su vida.

- La pena de muerte es un homicidio legalizado.

- No busco el perdón sino la comprensión. Le insisto al jurado para que no sólo se fije en el crimen, sino que vean a la persona completa y no sólo al monstruo.

- No podemos minimizar el daño que han hecho esas personas, pero tampoco podemos minimizar el valor del ser humano.

Nos cabe la duda de si la comprensión y la humanidad serían las mismas si las víctimas fueran sus seres queridos. Aunque siendo como es Judy Clarke podríamos pensar que sí.


 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes