martes, 29 de diciembre de 2015

La comida de Navidad

 
Desde que estoy de baja por enfermedad tengo a Susana, mi hermana, en casa enseñándome platos suculentos de comida que nunca supe hacerlos ricos. Me la he hecho lentejas estofadas, judías blancas suaves que calientan el estómago, redondo de ternera en salsa con puré de patatas, y crema de verduras que a mí no me quedan muy allá pero a ella le hacen maravillosas. Una noche ella y Ángel cocinaron: una noche él hizo varias pizzas con masa hecha comprada donde puso un montón de ingredientes, y en otra ella hizo tortillas de patata al que dejó mucho tiempo, no como yo que las hago demasiado rápido. Me regaló un lote de sartenes porque con el lavavajillas tuve que tirar algunas por lo viejan que estaban.
Pero fue muy agradable fue la comida de Navidad en casa de mis padres. La tía Carmen se sentó en una de la cabecera de la mesa y en la de enfrente su hermana, mi madre. Degustamos los langostinos con mayonesa, la sopa de marisco que me apetecía mucho y el consabido redondo de ternera con su puré de patata que también Susana nos había hecho en otro anterior, y que para Miguel Ángel y Ana, mis niños, son su plato preferido, como carnívoros son. Por supuesto no faltaba el flan de huevo con nata, en bols azules oscuros de cristal que les dan un aire moderno.
A la hora de la siesta fui a la habitación que fue de mi soltera de Susana, pues sólo no queda nada del mobiliario que tenía por entonces cuando era yo soltera. En su lugar estaba la cama de Susana con cabecera de madera color pino vestida con el edredón de rosa satén y entraba a esas horas de la tarde un poco de luz que conseguía dormir bastante, algo que me pidió descansar a pierna suelta. Era como volver a mi infancia y juventud, con la tranquilidad existía en aquella época.
Cuando estaba en el sillón del salón, mientras estaban por allí, mi madre y mi tía Carmen por un lado y otros sentados o de pie por allí, me gustaba mirar cómo están colocados los objetos. Las cosas que han pertenecido a la abuela paterna de mamá y su hermana por un lado, y las que fueron de mi abuela paterna forman un amalgamo que se mezclan como si no se distinguieran de quién son de cada un miembro de cada familia. Una gran estatura de madera fue una lámpara que hace tiempo no tiene bombillas engazadas con cables en su alrededor para iluminación. Lleva una ropa ligera que deja un cuerpo con un vestido ligero con tirantes y un peinado de recogido en alto muy de la época de finales del siglo XIX y principios siglo XX. Con ocasión de Navidad lo rodean con una guirnalda, como si fuera una pluma de ropa que le adornara.
 
 
Pero más llama a atención son unas figuras de cristal que fueron de la casa de mi abuela paterna que eran seres orientales, junto a un jarrón blanco dibujado con una casa preciosa oriental y una zona de arroz como estuviera flotando en el cielo. Lo que me asombró fue la gran guirnalda que mis padres compraron hace años y ponen siempre sobre la librería del salón, a lo largo de las vitrinas de la librería y donde está la televisión de pantalla plana. Tiene grandes hojas doradas, verdes y con mucha luminosidad que me parece espectacular. Es muy bonito recuerdos de ambas partes de la familia aquí y allá.
Ayer fui con Susana a la Plaza Mayor pero me sentí muy decepcionada. No me gustan las figuras que tengo en casa con cerámica y feas. En ese momento, recién casada, no vi en El Corte Inglés nada que me fueran lo suficientemente bonito y me las compré, siendo sólo el establo lo único que me gustó. Ahora con mi hermana recorrí los puestos a cada cual más feo y caro. Las luces de led eran chabacanas y casi no tenían para mis ventanas, casi todo era para árbol. Me siguen encantando las figuras de plástico que conservan mi padre para el Belén, lleno de luces de colores, arena, casitas, palmeras, poblaciones del pueblo árabe, un pequeño rio plateado, castillo en lo alto de la montaña y cielo oscuro alto con estrella fugaz de fondo.
 
Lo que se veía hace años con buen gusto ya no se ha vuelto a ver. Hace más de 3 Navidades que no hemos vuelto por allí, sobre todo cuando mis hijos eran más pequeños y les gustaban mirar, pero hace tiempo que no les interesan. Susana y yo tan sólo nos gustó un gran abeto con luces cambiantes con una gran cruz en la parte de arriba a la que le hicimos fotos. El carrusel no era tan bonito como la de la Plaza del Palacio de Oriente. Mi hermana medio escapaba para que no le mancharon la chaqueta con unas pistolas de agua jabonosa que pitaban burbujas que daban vendedores a granel. También bengalas en unas cestas de mimbre que saltaban un olor fuerte soltando humo. Los cubos geométricos de bombillas de colores colgando en el aire eran muy feos.
 
Aquellas figuras preciosas, las casas, pozos con motores, paneros, fuegos para calentarse y cocinar, pastores, pescadores, hilanderas y lavanderas, posaderos, faroles con luces acogedoras, y todo lo que único pudiera imaginar es cosa del pasado. Hace unos años me admiraban los puestos de luces de todas clases y colores, algunos temblaban rápido y otras despacito o inmóviles. Los tonos eran elegantes y sabían para el interior o exterior para las viviendas. Yo me he quedado en su momento con unos leds azul intenso, como una pequeña cortina para poner en los cristales de la ventana de mi salón, 
 
con una cadencia relajante que no he podido encontrar. Cada vez en nuestra ciudad es más difícil encontrar adornos de Navidad que realmente nos puedan gustar.
 


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